9 Problemas

Se inclinaron sobre las dos formas acurrucadas boca abajo sobre el suelo, al lado del jardín de bayas de la Montaña. Había estacas tiradas sobre la hierba a su alrededor.

—¡Aún respiran! —exclamó Jiller—. Están tan inmóviles que al principio pensé…

—Yo también lo pensé —dijo Jonn en tono sombrío—, pero están vivos. Aunque no se despiertan.

Sacudió el hombro de Bree. El hombre no se movió.

—¿Lo veis? —dijo.

—¡Los niños! —dijo con voz ahogada Jiller. Se puso en pie de un brinco sin decir nada más y corrió a oscuras hacia la casa, que se alzaba detrás de los árboles frutales.

Rowan esperó nervioso su regreso. Los tres hijos de Bree y Hanna no eran amigos suyos. Le despreciaban por su timidez y, además, era el blanco de sus burlas en demasiadas ocasiones, pero odiaba la idea de que corrieran peligro, o de que estuvieran aterrorizados en la casa, con sus padres tendidos fuera.

Jiller regresó al cabo de un momento.

—Dormidos en sus camas —dijo jadeante—. Parece que están bien, pero no he intentado despertarlos. Creo que padecen la misma enfermedad que sus padres.

Apoyó una mano sobre la mejilla de Bree, pálido como un muerto en las sombras.

—No tiene fiebre —dijo—, pero este sueño no es normal, Jonn.

Miró a su alrededor, estremecida, como si buscara ojos al acecho.

—Temía que sucedería algo parecido —dijo, al tiempo que pasaba la mano por la espalda de Annad—. Lo temí en cuanto oí a los niños gritar esta tarde. —Echó un veloz vistazo a los arbustos del jardín—. No sé si los han tocado, o si faltan frutas —murmuró—. No puedo verlo con esta oscuridad.

Jonn la miró con los labios apretados. Después sacudió la cabeza, como para aclarar sus ideas.

—Ya hablaremos de esto más tarde —dijo—. Ahora hemos de atender a Bree y Hanna. Hemos de llevarlos adentro, Jiller. Pesan lo suyo, pero entre los dos podremos hacerlo.

—¿Voy a pedir ayuda? —preguntó Rowan—. La casa de Bronden está cerca. Y la de Marlie.

Jonn vaciló.

—No —dijo por fin—. Creo que, de momento, será mejor que nos ocupemos de esto solos, Rowan. No quiero que la noticia se extienda. Hasta que sepamos… —Miró a los ojos de Rowan—. ¿Me has entendido? —preguntó.

Rowan asintió. Sabía tan bien como Jonn lo que ocurriría si se propagaba el rumor de que Bree y Hanna habían perdido el conocimiento. Sabía que algunos aldeanos no vacilarían en correr al campamento de los Viajeros con antorchas y faroles, para acusarlos y amedrentarlos.

Sin duda, sería mucho mejor que Jonn y Jiller consiguieran despertar a Bree y Hanna y averiguaran la verdad de lo sucedido. Tal vez se trataba de algo de lo más normal. Algo que no guardaba la menor relación con los Viajeros.

—Puedes ayudar si te quedas aquí a vigilar, conejo escuchimizado —dijo Jonn—. No hay tarea más importante en este momento que mantener alejados a los intrusos de los jardines.

—¡Yo ayudaré! —insistió Annad, medio dormida—. Yo también vigilaré.

Jonn le sonrió, y sus dientes blancos brillaron en la oscuridad.

—Confío en ello, Annad —dijo.

—Llámanos si el menor sonido te alarma, Rowan —advirtió Jiller.

Rowan asintió. Vio que su madre y Jonn se agachaban sobre el cuerpo inerte de Bree, y después empezaban a cargarlo hasta la casa que se alzaba al otro lado de los jardines.

Jiller y Jonn, tambaleándose un poco debido al peso, desaparecieron en las sombras de la casa.

A solas con Annad y la inconsciente Hanna, Rowan escudriñó la oscuridad. Rayos de luz de luna caían sobre los jardines.

Reinaba el silencio. Tanto, que se oía a la perfección la respiración profunda de Hanna. Ningún sonido llegaba desde los campos de los bukshah. Ningún sonido desde el campamento de la colina. Y, sin embargo, el silencio no era apacible. Era como el silencio de la espera, pesado, lleno de presagios.

El enemigo secreto está aquí.

Se oculta en la oscuridad,

¡id con cuidado, idiotas!

Rowan sintió que su hermana le pesaba más sobre el hombro. Bajó la vista y advirtió que sus ojos se habían cerrado.

—Annad —dijo—. ¿Quieres entrar y acostarte?

La niña alzó los párpados con gran esfuerzo.

—No quiero dormir —murmuró—. Estoy vigilando.

—Ya lo creo —dijo Rowan—. Vigila, pues.

Ella asintió, satisfecha. Sus párpados volvieron a cerrarse.

Rowan la rodeó con el brazo para darle calor. Vigiló, escudriñando la oscuridad que acechaba al otro lado de los jardines, buscando en las sombras el menor movimiento. Escuchó en el profundo silencio, en un esfuerzo por percibir el sonido más leve. Esperó la menor señal de que algo o alguien se estuviera acercando, mirando y escuchando como él.

Pero no había nada. Solo unos versos machacones en su cabeza. Y con la voz, una imagen: Sheba, con el miedo reflejado en su cara.

Oyó que su madre y Jonn salían de la casa y se acercaban al jardín. Volvían en busca de Hanna.

Miró a Annad. Dormía profundamente. No iba a despertarse. Comprendió que había llegado el momento.

—Jonn, madre —susurró—, tengo algo que deciros. ¡Ahora!

‡ ‡ ‡

Los ojos de Jiller estaban velados por el miedo.

—¿Qué significa eso? —susurró—. ¿Qué significa «la vieja rueda gira»?

Rowan la miró, sorprendido. No había pensado en esa parte del verso.

—No lo sé —dijo—. No sé qué significa el poema. Ni tampoco Sheba. Pero está asustada.

Le miraron fijamente. Una nube se deslizó sobre la luna, y los jardines se oscurecieron. Un pájaro se removió en un árbol cercano. Annad murmuró entre sueños y se agitó contra el hombro de Rowan.

Jonn se levantó.

—Creo que necesitamos ayuda —dijo—. No podemos seguir manteniendo el secreto.

Jiller asintió.

—Es tarde. No podemos despertar a todo el pueblo a estas horas.

—Ni lo deseamos —repuso Jonn con semblante adusto—. Rowan ha de ir a despertar solamente a los que puedan proporcionar una verdadera ayuda.

—Timon —sugirió Rowan. Para él, Timon, el maestro, era el único capaz de pensar con claridad sobre el poema de Sheba, además de ser uno de los aldeanos menos proclives al pánico.

—Sí —admitió Jiller—. Timon… Y Marlie.

—Y también Allun —añadió Jonn.

—No creo que sea sensato mezclar a Allun en esto —dijo Jiller—. Porque está claro que los Viajeros tienen algo que ver.

—¿Quién mejor que Allun para ayudarnos, pues? —preguntó Jonn—. Tenemos suerte de contar con un amigo que conoce los hábitos de los Viajeros.

Jiller no dijo nada, pero Rowan se dio cuenta de que estaba preocupada.

—Iré a buscar a Timon, Marlie y Allun —se apresuró a intervenir.

Le preocupaba ver discutir a su madre con Jonn. En otro tiempo había detestado la idea de que, un día, Jonn el Fuerte pudiera casarse con Jiller y convertirse así en su padrastro. Pero ahora había cambiado de opinión. Jonn jamás ocuparía el puesto de su padre en su corazón, pero había conquistado su propio espacio, el espacio de un amigo bueno y especial, alguien a quien necesitaba y a quien quería.

—Sí, Rowan —dijo Jiller en voz baja—. Trae también a Lann.

Rowan y Jonn la miraron, sorprendidos. Les devolvió la mirada con seriedad.

—He estado pensando en el verso —dijo—. «La vieja rueda gira», dice. Y habla de «los mismos errores, el mismo orgullo de siempre». Creo que nos está diciendo que ya nos hemos enfrentado al mismo problema.

El corazón de Rowan se aceleró. Había recordado de repente lo que Sheba había dicho antes de que empezara el poema: «El enemigo vuelve una vez más —había dicho—. La rueda gira. Y esta vez… esta vez…».

Repitió los últimos versos del poema de Sheba:

Pues día a día su poder aumenta,

y cuando por fin muestre su rostro,

el pasado y el presente se reunirán:

el círculo del mal se cerrará.

Se estremeció. Sabía que su madre tenía razón. Algo espantoso iba a suceder. Y ya había sucedido antes. Poco a poco, la rueda del tiempo y el destino estaba girando. Un círculo maléfico se estaba formando. Y cuando se cerrara…

Jiller miró a Jonn.

—La respuesta a esto reside en nuestro pasado —dijo—. Estoy segura.

Él asintió lentamente.

—Lann es la persona más anciana del pueblo —continuó Jiller—. Recuerda incluso aquello que los libros no nos cuentan. Si el problema al que nos enfrentamos se ha producido antes, Lann lo sabrá. Tal vez pueda ayudarnos a impedirlo, antes de que la rueda siga girando.

—Tienes razón —exclamó Jonn. Se volvió hacia Rowan—. Vete, pues —ordenó—. Vete deprisa.