8 El narrador de historias

—Bien, Rowan de los bukshah —dijo Ogden, al tiempo que extendía una delgada mano morena para invitarle a acercarse más—. Tenemos mucho de que hablar. Esta es la segunda vez que oigo hablar de ti hoy. Me han dicho que estabas en las colinas con el comité de bienvenida.

Rowan asintió. Recordaba las miradas de curiosidad de los Heraldos. Habían recordado su nombre, para luego comunicarlo a Ogden. «¿Por qué? —se preguntó—. ¿Por qué estaban interesados en un mensajero?».

Ogden inclinó la cabeza a un lado.

—Piensas mucho y te haces muchas preguntas, ¿verdad? —dijo en voz baja—. Más que la mayoría de tu gente, tal vez. Y quizá, debido a ello, a veces te sientes diferente de ellos. Quizá te sientes más a gusto cuidando de las grandes bestias que pastoreas. ¿Es eso posible, Rowan de los bukshah?

Rowan estaba inmóvil, sin saber cómo reaccionar. ¿Era capaz ese hombre de leer su mente? ¿Su alma? Miró hacia atrás, nervioso. ¿Dónde estaban su madre y Annad? ¿Dónde estaba Jonn?

Vio que estaban mirando a un mago Viajero, que hacía aparecer y desaparecer una campanilla de plata. Las manos del mago se movían como pájaros aleteantes, movían la campana de un lado a otro, de modo que brillaba a la luz del fuego, mientras aparecía y desaparecía. Annad estaba boquiabierta.

—No me tengas miedo —dijo Ogden, con su voz queda y suave—. No tengo la menor intención de herirte o molestarte. Solo quiero hacerte algunas preguntas. Preguntas sencillas. Me gustaría comprenderte mejor.

Rowan sintió que sus mejillas ardían más todavía. Se obligó a erguirse un poco más, y se preparó para lo que se avecinaba. Sabía que sería difícil mentir a ese hombre, de ojos penetrantes. Rowan no sabía qué haría si el narrador de historias le preguntaba a bocajarro si alguien había bajado algo de la Montaña.

Pero ante su perplejidad y alivio, Ogden no le preguntó eso. En cambio, sí preguntó por el padre y la madre de Rowan. Por los bukshah y la vida que Rowan llevaba. Al final del interrogatorio, tomó la barbilla del muchacho en su mano y le miró a los ojos.

—Sincero como largo es el día —dijo, y dejó caer la mano. Miró el rostro perplejo de Rowan y sus labios se curvaron un momento.

—Tu pequeña odisea ha terminado, Rowan de los bukshah —suspiró—. Eres libre de marcharte, con mi bendición.

Rowan agachó la cabeza y se alejó con cautela del fuego. Cuando se atrevió a levantar la vista, Ogden había enlazado las manos detrás de la cabeza y estaba mirando el cielo estrellado. Tenía el ceño fruncido, como si cargara sobre los hombros todas las preocupaciones del mundo.

Rowan dio media vuelta y se alejó a toda prisa.

‡ ‡ ‡

Poco después, volvía a casa con Annad, Jiller y Jonn el Fuerte. Ya había pasado la hora de acostar a Annad, y tenía sueño, pero todavía hablaba de la historia de Allun mientras caminaba, rebosante de orgullo y entusiasmo.

Rowan miraba a su madre, alta y fuerte, a su lado. Pese a su enfado por la decisión de prohibir a los Viajeros la entrada en el pueblo, hacía días que no la veía tan alegre. La visita a las colinas le había sentado bien.

¿Debía contarles ahora lo de Sheba? No quería hacerlo delante de Annad. Tal vez esperaría a que llegaran a casa y su hermana se acostara. Unos pocos minutos más de aplazamiento no importarían.

Además, bajo ese cielo cuajado de estrellas, rodeado de su familia, su miedo se le empezaba a antojar infantil. Cuanto más pensaba en la escena del bosque, menos seguro estaba de que Sheba no le hubiera estado tomando el pelo.

Jiller se volvió y vio que la estaba mirando.

—Hiciste bien, Rowan —dijo en voz baja—. Te vi hablar con Ogden, el narrador de historias. Te mostraste sereno y te erguiste cuan grande eres. Me sentí orgullosa de ti.

Rowan no dijo nada. Aún se sentía afectado por la entrevista con Ogden. Estaba seguro de que las preguntas del hombre, que en apariencia se le habían antojado tan sencillas, poseían un significado que no había captado. De todos modos, las palabras de su madre habían confortado su corazón. No solía decir esas cosas. Prefería enseñarle a ser fuerte y no buscar alabanzas por hacer lo que debía.

—Rowan les ha dado una lección —bostezó Annad, muy contenta—. Les dio una lección a esos Silvestres.

—¡Annad! —exclamó Jiller, entre sorprendida y divertida—. No llames así a los Viajeros.

Annad volvió a bostezar.

—¿Por qué? —preguntó—. Todo el mundo lo hace. Todo el mundo los llama «Silvestres».

—Todo el mundo no, pequeña —la corrigió Jonn con firmeza—. Tu madre no lo hace. Ni yo. Marlie y Allun tampoco. Solo los que desean insultar a los Viajeros utilizan esa palabra.

—Oh. —Annad reflexionó—. ¿Por qué?

—Esa gente piensa que los Viajeros no sirven para nada —explicó Jiller—. Por eso los llaman Silvestres, por las margaritas silvestres.

—¿Por qué? —repitió Annad. Sus ojos casi se estaban cerrando a causa del cansancio, pero caminaba con decisión a su lado—. Eh, ¿por qué?

Rowan advirtió que Jiller y Jonn intercambiaban una sonrisa de complicidad.

Entonces, Jonn tomó a la pequeña en brazos.

—Porque las margaritas no tienen ningún uso ni propósito —explicó mientras andaban—. Cuando nuestro pueblo llegó a Rin, las margaritas crecían silvestres en todo el valle, como todavía sucede en las colinas y más allá. Pero a medida que se iban plantando cosechas y construyendo casas y carreteras, se iban arrancando las margaritas. Por lo visto, donde hay margaritas no crecen otras plantas. Por lo tanto, a los buenos granjeros no les gustan. Al igual que a algunas personas no les gustan los Viajeros.

Annad pensó en ello.

—Las margaritas no son por completo inútiles —arguyó—. Con sus raíces se preparan las medicinas que Sheba nos vende para la nariz de Rowan.

Jonn rio.

—Su polen provoca que la nariz del conejito escuchimizado moquee, pero las raíces lo impiden —dijo, al tiempo que miraba a Rowan—. La enfermedad y la cura reunidas en una sola planta. La naturaleza es extraña y maravillosa.

Llegaron a los jardines de Bree y Hanna, y Jonn se detuvo. Rowan olfateó el aire. Hasta su nariz tapada era capaz de percibir el perfume de las flores de las bayas de la Montaña.

—Debo dejaros aquí —dijo Jonn, al tiempo que bajaba a Annad al suelo—. Esta noche voy a montar guardia con Bree y Hanna.

Rowan sintió una punzada de decepción. Había estado seguro de que Jonn iría a casa con ellos y se sentaría un rato junto al fuego. ¡Lo había hecho con tanta frecuencia! Qué mala suerte que la noche que Rowan le necesitaba tuviera que ausentarse.

Jiller se ajustó más el chal sobre los hombros.

—Vigila bien —dijo—. Temo, igual que los demás, que Allun le cuente a Ogden lo de las bayas de la Montaña. Hasta el momento, no lo ha hecho. Sara y él se fueron antes de la asamblea, pero puede que vuelvan más tarde, solos, y quién sabe…

—Allun no es tonto. Mantendrá la boca cerrada, al igual que su madre —dijo Jonn con firmeza—. ¿Por qué crees que se marchó del campamento temprano? Quieren dejar claro a todo el mundo que, si los Viajeros averiguan lo de las bayas, no será por culpa de ellos dos.

—Pero Allun es medio Viajero —arguyó Jiller— y cree que todo este alboroto por las bayas de la Montaña es una estupidez.

—¡Madre! —protestó Rowan, conmocionado por sus palabras—. ¡Allun nunca nos traicionaría! —Jiller no dijo nada—. ¡Pensaba que eras su amiga! —la acusó Rowan.

—Soy amiga de Allun, Rowan —repuso con seriedad Jiller—, pero eso no significa que no vea sus defectos. Estoy de acuerdo, nunca nos traicionaría de forma deliberada, pero tal vez no esté de acuerdo en que hablar de las bayas de la Montaña suponga una traición. —Se mordió el labio—. La sangre de los Viajeros corre abundante por las venas de Allun. Cree que las cosechas son de a todos. No puede comprender por qué la gente de Rin desea mantener en secreto su regalo. Lo sé porque me lo ha dicho. También se lo ha dicho a Marlie.

Rowan se dispuso a hablar de nuevo, pero Jonn alzó la mano para impedirlo.

—Haga lo que haga Allun, tanto él como yo estamos seguros de que los Viajeros ya están enterados de la nueva cosecha, Jiller —dijo—. Y si no es así, pronto se enterarán.

—Pero ¿cómo? —gritó Jiller—. Lann dijo a Ogden que…

—La insultante orden de Lann no impedirá que los Viajeros visiten el pueblo por la noche, si así lo desean —dijo Jonn en voz baja—. Solo es necesario que utilicen los ojos y la nariz para descubrir los arbustos de bayas de la Montaña. ¡Están por todas partes! —Jiller suspiró—. Creo que no debemos temer nada, Jiller —añadió Jonn con suavidad—. Habrá montones de bayas de la Montaña en Rin el año que viene. Más que suficiente para asegurar el comercio y también su disfrute. —Sonrió—. Pronto, las bayas de la Montaña abundarán tanto como las margaritas —dijo—. La gente empezará a quejarse de ellas, dirá que son silvestres e inútiles, y las arrancarán.

—Lo dudo —rio Jiller—. Las flores son hermosas. El perfume es maravilloso. Nunca he probado unas bayas tan sabrosas. Buenas para comer, cocinar, en zumo…

—¿Nadie querrá mis bayas cuando las de la Montaña florezcan por doquier? —preguntó Jonn, ladeando la cabeza con fingido disgusto—. ¿Desaparecerán mis árboles del valle como las margaritas? ¡Tendré que escalar las colinas para recoger mi cosecha, como Sheba!

—Eso nunca sucederá. Me gustan tus bayas mucho más que las de la Montaña —dijo Rowan.

—Y a mí también —gorjeó Annad. Le gustaban los frutos de la Montaña, pero Jonn todavía más.

Jonn se desperezó, cansado.

—Bien, debo daros las buenas noches y dejaros partir hacia vuestro cálido fuego —bostezó. Empezó a acercarse a la puerta del jardín—. ¡Eh! —le oyó gritar Rowan, mientras sacudía la puerta—. ¡Hanna! ¡Bree! ¡Abrid!

Reinaba el silencio en los jardines.

—¡Bree! ¡Hanna! —rugió Jonn de buen humor—. ¿Estáis sordos o dormidos? ¡Dejadme entrar!

Silencio. Un silencio profundo, oscuro. Rowan se estremeció. A lo lejos, oyó bramidos inquietos en los campos de los bukshah. Y una tenue música desde las colinas. Se oyó un gruñido de exasperación, y después un estruendo metálico cuando Jonn se encaramó a la puerta cerrada y saltó al otro lado.

—¿Se puede saber a qué creéis que estáis jugando, vosotros dos? —le oyó gritar Rowan—. ¿Dónde estáis? Si os descubro roncando en la cama mientras yo…

Una exclamación ahogada. Un silencio. Después, el sonido de unos pies al correr, la puerta que se abría desde dentro. La voz de Jonn, perentoria:

—¡Rowan! ¡Jiller! ¡Venid, venid enseguida!