7 Allun cuenta un cuento
La multitud se removió, y Rowan alzó la vista, viendo interrumpido su sueño. Allun se estaba acercando.
—Y ahora, Ogden —estaba diciendo con una sonrisa—, los de Rin tenemos un cuento para ti, si quieres escucharlo. Es un cuento nuevo. Una historia de gran valentía.
El corazón de Rowan se aceleró. No sabía que esto iba a pasar. Sintió que su cara empezaba a arder. Annad le dio un codazo, con orgullo.
El narrador de historias levantó la cabeza, sin demostrar excesiva sorpresa. La luz del fuego bailaba en su pelo.
—Escucharé con sumo placer, Allun —dijo en tono burlón.
Hizo un guiño a los hijos de los Viajeros.
—¿Qué gran historia nos ha reservado la gente de Rin? —gritó—. ¿Algún héroe salvó el pan de Allun de quemarse? ¿Los temerarios jardineros de Rin lucharon contra una plaga de babosas con las manos desnudas? Quién sabe qué terrores nos aguardan en esta historia. Me estremezco solo de pensar en ellos.
Los hijos de los Viajeros prorrumpieron en carcajadas.
Annad se levantó de un brinco.
—¡Dejad de reír! —gritó—. ¡Nuestra historia es tan buena como cualquiera de las vuestras!
Rowan le tiró del vestido.
—Chist, Annad —susurró—. Ogden solo nos está tomando el pelo.
Pero cuando volvió a sentarse en el suelo, cayó en la cuenta de que su hermana pequeña no era la única que se había ofendido por las palabras de Ogden.
Muchos niños de Rin, y adultos también, tenían el ceño fruncido. Algunos ya desconfiaban de los Viajeros: no les gustaba que les tomaran el pelo.
Pero Allun no había perdido su sonrisa.
—Puedes burlarte, Ogden —dijo con su voz clara y alegre—, pero recuerda que los habitantes de Rin no siempre fueron granjeros. Nuestros antepasados eran guerreros. Recuerda que, en el pasado, nuestros dos pueblos lucharon codo con codo para derrotar al enemigo que invadió nuestra tierra.
—¡Sí! —rezongó una voz conocida. La multitud se agitó. La gente volvió la cabeza para mirar a la mujer de pelo blanco apoyada en su bastón, envuelta en las sombras. El corazón de Rowan dio un vuelco cuando reconoció a la vieja Lann—. ¡No os costó nada refugiaros detrás de nuestra fuerza cuando llegaron los Zebak, Viajero! —gritó—. Recuerda sus jaulas de hierro. Recuerda la Guerra de las Llanuras. Recuerda nuestros incontables muertos. Recuerda eso antes de contar chistes a nuestras expensas.
La gente de Rin murmuró, en señal de acuerdo.
—Nos acordamos, respetada anciana —dijo Ogden en tono calmo, extendiendo las manos hacia el fuego—. Los Viajeros no olvidamos. No olvidamos, por ejemplo, que vuestros guerreros dependían de la astucia y conocimientos de los Viajeros para forjar sus planes y disponer sus trampas. —Bajó la voz—. No olvidamos que los Viajeros los alimentaron y resguardaron cuando habrían muerto de hambre en las llanuras salvajes, lejos de sus pequeños campos, bonitas casas y almacenes bien provistos. Y no olvidamos que los Viajeros lucharon a su lado y murieron también a centenares, cuando habrían podido huir en busca de un lugar más seguro y haberlos dejado perecer solos. —Casi sonrió—. No —murmuró—, no olvidamos nada. Aunque parece que otros sí…, con extrema facilidad.
Recogió una margarita del suelo y la miró con aire pensativo.
Se hizo el silencio en el campamento. Un silencio incómodo. Después, Ogden levantó la vista. Sus ojos brillaban, bailaban como las llamas, y su sonrisa se ensanchó.
—Pero has dicho la verdad, Lann de Rin —ronroneó—. Vuestra breve historia es una historia de héroes, como bien sabemos los Viajeros. Sabemos lo mucho que valoráis la valentía. —Torció sus anchos labios—. La valoráis tanto como valoráis el trabajo duro, las casas sólidas, los estómagos llenos y las costumbres estables. Y eso significa que la valoráis mucho. Lo sabemos, aunque no fingimos comprenderlo. Y si a veces nos burlamos, Silvestres inútiles como somos, solo es debido a nuestra ignorancia, gente de Rin. Antes nos arrojaríamos al Abismo de Unrin que ofenderos a conciencia. Os suplicamos que nos perdonéis.
Inclinó la cabeza.
Mucha gente de Rin asintió con solemnidad. Pero los hijos de los Viajeros disimularon risitas tapándose la boca con las manos. Rowan sabía que Ogden se estaba burlando otra vez. Y también sabía que, debajo de la broma, había algo más oscuro. Las palabras de Lann habían abierto viejas heridas.
Allun también se daba cuenta. Rowan lo adivinó por el nerviosismo de sus ojos y la forma en que apretaba la boca. Pero se limitó a cabecear en dirección a Ogden y sonrió a la multitud.
—Bien, ahora que todo está solucionado —dijo—, ¿puedo contar mi historia?
Ogden extendió las manos.
—Cuenta, Allun, hijo de Sara de Rin y Forley de los Viajeros —dijo con frialdad—. La sangre de nuestros dos pueblos corre por tus venas. Nuestros oídos están abiertos a tus palabras.
—Cuenta bien, Allun —gritó la vieja Lann—. Pero cuida tu lengua. No queremos divagaciones farragosas. Procura no añadir nada al cuento que no sea necesario.
Ogden enarcó las cejas y dirigió una mirada de curiosidad en dirección a la anciana.
Pero Rowan sabía a qué se refería. Lann temía que Allun contara cómo había descubierto bayas rojas y dulces que crecían junto a las cuevas de la Montaña. Temía que se jactara de haber comido algunas, de habérselas dado a Marlie y de llenarse los bolsillos para llevarlas a Rin. Temía que revelara su secreto.
—No te alarmes, Lann —dijo Allun en tono risueño—. No te decepcionaré.
Clavó los ojos en Ogden y alzó la voz.
—Una mañana —empezó—, la gente de Rin despertó y descubrió que el río que bajaba de la Montaña y atravesaba el pueblo se había convertido en apenas un hilillo de agua. Al anochecer, incluso esa escasa agua había dejado de manar…
Se hizo el silencio en el campamento. Rowan vio que los Viajeros adultos se detenían para escuchar y se acercaban más. Reconoció a Zeel, la jefa de los Heraldos, cuando entró en el círculo. Los Viajeros sabían que el río significaba la vida para Rin y para el rebaño de bukshah. Incluso los ojos de Ogden habían perdido su brillo burlón.
Rowan cerró los ojos mientras Allun hablaba. No necesitaba escuchar esta historia. La había vivido, junto con Jonn el Fuerte, Allun, el panadero, Marlie, la hilandera, Bronden, la ebanista, y Val y Ellis, del molino.
Seis meses atrás, los seis habían escalado la Montaña prohibida para descubrir el origen del río seco e intentar llevar agua potable a Rin. Al final, como Sheba había vaticinado, fue Rowan, el miembro del grupo más pequeño y más débil, quien coronó con éxito la misión.
Pero Rowan sabía que no era un héroe. Como Sheba había dicho, seguía siendo el mismo chico de siempre, tímido y apocado.
Solo ahora comprendía que había diferentes tipos de valentía. Sabía que, si las personas amadas necesitaban ayuda, sería capaz de sentir terror, afrontarlo y hacer lo que debía.
Este conocimiento le confortaba. El sentimiento frío y solitario que había anidado en su pecho desde la muerte de su padre, años atrás, había desaparecido. Ahora era más feliz que antes de escalar la Montaña. Como Sheba había dicho, había aprendido una buena lección.
Pero no se sentía un héroe. En absoluto. Y cuando la gente decía que lo era, se sentía violento. Se removió en su sitio. Deseaba con todas sus fuerzas escabullirse, localizar a Jonn y a su madre, y hablar con ellos. Pero era imposible. Abandonar ahora el campamento se consideraría una grave descortesía. Tendría que esperar.
La manita de Annad tiró de su manga.
—Están escuchando —susurró—. Míralos. Ya verás cuando oigan lo que hiciste, Rowan. Ya verás cuando sepan los peligros a los que te enfrentaste para salvar al pueblo. —Hinchó el pecho—. ¡Espero que se enteren de que soy tu hermana! —añadió.
Paseó la vista a su alrededor y miró a los hijos de los Viajeros, acuclillados junto al fuego, con los ojos abiertos de par en par.
—Después de esto, no se atreverán a burlarse de nosotros.
Cabeceó satisfecha.
Rowan palmeó la mano que le aferraba.
—Yo no estaría tan seguro de eso, Annad —susurró—. A los Viajeros les gusta reír. No se toman nada en serio durante demasiado tiempo.
‡ ‡ ‡
El relato de Allun había terminado. Se hizo el silencio alrededor de las brasas moribundas de la hoguera. Entonces, los Viajeros, al igual que el pueblo de Rin, aplaudieron y prorrumpieron en vítores.
Allun sonrió y extendió la mano hacia Rowan, acuclillado en las sombras. Rowan sabía que quería que se pusiera de pie, pero no podía hacerlo. Se encogió, pues no deseaba exponerse a los ojos curiosos de los Viajeros.
—¡Bien! —dijo Ogden, mientras revolvía el fuego con aire pensativo—. Bien, Allun. Ya tengo otra historia que contar por todo el país. La historia de Rowan de Rin —asintió—. Es una bonita historia —dijo—. La has contado bien. —Sonrió—. Pero yo sin duda la contaré mejor.
Todo el mundo rio, Allun el primero.
Ogden dejó caer el palo que sujetaba y se inclinó hacia delante.
—Y ahora, Allun, hemos de hablar en privado —dijo. Allun vaciló, y Ogden frunció el ceño—. He de hacerte algunas preguntas. —Hizo una pausa—. La Montaña es un gran misterio. Se dice que la gente del Valle de Oro la escaló, antes de que los Gigantes de Inspray lucharan y quedara oculta para siempre, pero he esperado mucho tiempo para conocer a un testigo que pueda hablarme de sus prodigios. Haz el favor de no decepcionarme, Allun.
Cayó el silencio sobre el grupo congregado alrededor del fuego. Rowan intuyó que la gente de Rin contenía el aliento.
—Temo que debo decepcionarte, Ogden —dijo Allun—. No puedo quedarme. Mi madre está cansada y yo he de volver al pueblo con ella.
—Entonces, os acompañaré —contestó Ogden con placidez—. Los tres compartiremos una taza de caldo en vuestra confortable cocina, como hemos hecho con frecuencia.
Allun vaciló de nuevo. Rowan casi sintió el dolor detrás de su sonrisa. Y él dolor era fácil de ver en el rostro de Sara, aferrada al brazo de su hijo.
—Esta estación preferimos que ninguno de vuestra tribu venga al pueblo, Ogden, el narrador de historias. —Lann había avanzado. Su voz era firme y fuerte, y miraba a Ogden a los ojos—. Consideramos que vuestras visitas alteran a los niños. Y están cansados después del largo invierno. Por lo tanto, pedimos que respetéis nuestros deseos y os quedéis en vuestro campamento.
Ni un músculo de la cara de Ogden se movió. Era imposible saber qué estaba pensando, pero Rowan vio los rostros sombríos de Zeel y los demás Viajeros alrededor del fuego. Estaba claro que un veto como aquel no podía ser de su agrado.
—Tal vez podrías hablar con otro miembro del grupo de la Montaña, Ogden —interrumpió Sara, en un intento desesperado de hacer las paces—. Jonn el Fuerte está aquí, y también Marlie, la hilandera.
Ogden la miró un momento. Daba la impresión de que estaba reflexionando.
—En otra ocasión me gustaría mucho hablar con cada uno de los siete —dijo cortésmente por fin—, pero de momento… —Sus ojos penetrantes escudriñaron los rostros que rodeaban la hoguera—. Dejad que hable con Rowan. Es el que más me interesa.
Rowan removió los pies y sintió que sus orejas ardían. Notó que Annad le empujaba, entusiasmada. Sabía que tendría que levantarse y saludar al hombre parado al lado del fuego, pero no quería hacerlo. No quería hacerlo de ninguna manera.
Se obligó a ponerse en pie y avanzó dando tumbos. Sintió los ojos de la multitud clavados en él. Pero los únicos ojos que veía eran los de Ogden: profundos, oscuros, hipnotizantes.