15 Oscuridad y luz
Se precipitó hacia Zeel, al tiempo que vislumbraba su rostro sobresaltado. La golpeó con los puños. La muchacha no se resistió, ni hizo nada para defenderse.
Fueron las manos de Ogden las que se apoderaron de él y le redujeron. Fue la voz de Ogden la que le ordenó quedarse quieto.
Se rebeló contra la presa que le inmovilizaba, jadeante a causa de la ira que le gobernaba. Percibía un rugido en sus oídos, y al principio apenas fue capaz de escuchar las palabras de Ogden.
—Te equivocas, Rowan —gritaba Ogden—. ¡Escúchame! ¡Escucha!
Rowan se serenó por fin. La rabia murió poco a poco en su interior. Dejó de revolverse y se quedó tembloroso entre las manos de Ogden.
—Eso está mejor —dijo Ogden. Miró a Allun, y por primera vez la expresión de su cara fue franca—. Este hijo de Rin es más fiero de lo que parece —dijo, y sonrió apenas—. Ahora comprendo por qué conquistó la Montaña.
—Tiene derecho a ser fiero —murmuró Allun, sin devolver la sonrisa—. He estado ciego. La Heraldo Zeel es una Zebak. Y tú debías de saberlo.
—No hay nada de mi tribu que yo no sepa —dijo Ogden en voz baja—. Zeel era una niña abandonada, que el mar arrastró hasta la costa. Nos la llevamos con nosotros. Nació entre los Zebak, de eso no cabe duda. Lo supimos desde los primeros días, aunque no se lo dijimos a nadie más. Temíamos que reaccionaran como acaba de hacer nuestro joven amigo Rowan.
Apretó los hombros de Rowan. Su voz era apesadumbrada.
Rowan miró a Zeel. Ella le devolvió la mirada con orgullo, pero leyó en sus ojos que estaba ofendida. Se esforzó por seguir manifestando suspicacia e irritación. Pero no pudo.
—Zeel nació Zebak, pero fue educada como una Viajera desde su más tierna infancia —continuó Ogden—. Es una de los nuestros. Moriría por nosotros. Si tenemos un enemigo, no es Zeel. No te quepa la menor duda. Zeel no me ha dicho nada que no creyera a pies juntillas. Y no ha dicho nada que yo no temiera. —Apretó los labios—. No os quepa la menor duda, gente de Rin. Los Viajeros no han hecho nada que perjudicara a vuestros amigos.
—Entonces, ¿por qué vinisteis de una forma tan inesperada y os fuisteis a toda prisa, sin previo aviso? —preguntó Allun.
—Vinimos porque presentimos que algo iba mal —dijo Ogden—. Presentimos un peligro. Vinimos a veros como amigos, para ver si el problema residía en vosotros. Y cuando llegamos, presentimos resentimiento. Presentimos ira y secretos bajo los rostros sonrientes. Nos prohibisteis entrar en el pueblo y ordenasteis que no abandonáramos las colinas.
—¡Pero solo a causa de las bayas de la Montaña! —exclamó Rowan.
Ogden hizo una pausa.
—¿La nueva fruta? —preguntó—. Pero ¿por qué cerró los corazones de vuestro pueblo a nosotros? —Frunció el ceño—. Rowan de los bukshah, temo que te has equivocado. Tiene que haber algo que desconoces. Algo mucho más…
Allun sacudía la cabeza.
—No, Ogden —suspiró—. No hay nada más. La gente de Rin (cuesta entenderlo, lo sé) solo deseaba conservar en secreto la fruta, con el propósito de recoger una gran cosecha que sería de su exclusiva propiedad, con el fin de venderla en la costa el año que viene.
Ogden le miró, atónito.
—Pero si no era ningún secreto, Allun —dijo—. Nos enteramos de la nueva cosecha cuando estábamos a un día de distancia de Rin. Percibimos su olor. Vimos las manchas de la fruta en los pájaros. ¿Solo por las ganancias querían conservar en secreto el origen de un alimento? ¿Estás seguro de que…?
—Muy seguro —afirmó Allun—. Si presentiste secretos y suspicacias en la gente de Rin, esa era la causa, Ogden. No existe ninguna más.
Ogden echó un vistazo a los tres Heraldos, que parecían estar todavía más sorprendidos e incrédulos que él.
—Es increíble —murmuró—. Nunca entenderé al pueblo de tu madre, Allun. Ni en toda mi vida. —Extendió las manos—. Pensábamos que habíais firmado una alianza con los Zebak contra nosotros. Decidimos continuar adelante, escapar antes de que llegaran. Se me ocurrió que debíamos desplazarnos hasta aquí. Este lugar me llamaba. Y cuando la tierra llama, yo escucho. —Paseó la vista por la tierra seca y rocosa—. Desconocía el motivo, pero desde hace un tiempo no dejo de pensar en el Valle de Oro. Lo veo en mi mente una y otra vez. Pensé que tal vez me sentía atraído hacia aquí porque había llegado el momento de que los Viajeros se encontraran de nuevo con sus antiguos amigos. Entonces, podríamos aliarnos para luchar contra el enemigo, porque vosotros nos habéis abandonado.
—¿Crees que vais a encontrar al pueblo del Valle de Oro? —susurró Rowan—. Pero ¿existe de verdad el Valle de Oro? Yo pensaba…
Ogden sonrió.
—¿Que era una leyenda? ¡Tú entre todos, Rowan de los bukshah! A estas alturas, ya sabrás que todas las leyendas son hilos de oro tejidos alrededor de una joya de verdad. Por lo demás, el Abismo de Unrin es muy real.
Su rostro se ensombreció y miró hacia atrás.
Rowan siguió su mirada, pero solo vio la pila de rocas dentadas que había visto antes, y mucho más allá, la cara dorada de un precipicio que se alzaba hacia el cielo.
—El Abismo de Unrin se halla al otro lado de la colina de piedra —dijo Ogden—. Nuestros relatos aseguran que custodia el Valle de Oro. Nosotros lo creemos. Siempre lo hemos creído. Los Heraldos han sobrevolado el Abismo muchas veces. Pero desde el aire no se ve nada. Por consiguiente, hemos de entrar en el lugar del mal, con el fin de descubrir el camino secreto que conduce a nuestro objetivo.
—Pero el Abismo de Unrin está prohibido —estalló Allun—. Los Viajeros no pueden ir allí. Lo dicta su ley.
Ogden asintió con semblante sombrío.
—Los que han nacido Viajeros no pueden ir. Pero… —miró a Zeel—, los Zebak pueden hacer lo que les plazca. Se me ha ocurrido que tal vez nos cedieron a Zeel por eso. Tal vez era su intención que ella, y nosotros, llegáramos por fin a este momento.
Zeel alzó la barbilla con orgullo.
Rowan se esforzó por poner en palabras sus pensamientos.
—Pero ¿significa todo esto que vosotros, los Viajeros, no lanzasteis un conjuro sobre el pueblo?
—¡Pues claro que no! —replicó Zeel, con el aspecto de una verdadera Zebak debido a su irritación—. ¡Ogden te lo acaba de decir!
Rowan sintió que se ruborizaba, pero continuó no sin esfuerzo.
—Entonces, ¿cómo ha sucedido? —suplicó—. ¿Por qué?
Ogden se pasó su delgada mano sobre la boca.
—No lo entiendo —dijo. Después, sus ojos se entornaron—. Has hablado de un poema —prosiguió—. ¿Cuál es ese poema?
—Nuestra Mujer Sabia, Sheba, se lo recitó a Rowan el día que llegasteis a Rin —explicó Allun—. Es uno de los motivos de que yo… nosotros creyéramos que nos habíais traicionado… Encajaba.
Ogden frunció el ceño.
—¿De veras? Bien, tal vez sería mejor que me lo recitarais, ya que ha provocado tantos estragos.
Rowan sintió que se ruborizaba de nuevo, pero obedeció y recitó los versos que había llegado a temer:
Bajo dulces apariencias, el mal abrasa,
y la vieja rueda poco a poco gira.
Los mismos errores
el mismo orgullo de siempre
la armadura inestimable descartada.
El enemigo secreto está aquí.
Se oculta en la oscuridad
¡id con cuidado, idiotas!
Pues día a día su poder aumenta
y cuando por fin muestre su rostro
el pasado y el presente se reunirán:
el círculo del mal se cerrará…
La voz de Rowan enmudeció. Ogden guardó silencio un momento. Después, se volvió hacia Allun.
—Ya entiendo qué os llevó a engaño —dijo. Hizo una pausa—. Es un acertijo —continuó—. Del cual solo extraigo una conclusión, la respuesta a este problema reside en el pasado.
—Eso pensaba mi madre —interrumpió Rowan—. Lann dijo que el verso hablaba de cuando éramos esclavos de los Zebak, y nos advertía de que sucedería de nuevo si olvidábamos las viejas lecciones.
Ogden asintió.
—Podría ser eso —dijo—, pero creo que no. Nuestros dos pueblos temen a los Zebak. Pero tal vez debamos temer a otro enemigo.
—Pero ¿cuál podría ser? —gritó Rowan—. No hemos conocido otro enemigo desde que llegamos a Rin.
Ogden le miró con aire pensativo.
—Sí, eso es cierto —dijo—, pero ¿y si existieran enemigos secretos en este lugar, antes y después de que llegarais, pero que nunca hubieran revelado su presencia, ni a vosotros ni a nosotros, hasta ahora? Viejos enemigos de la tierra y de su pueblo. Enemigos capaces de esperar mil años, dos mil, diez mil, la oportunidad de atacar de nuevo. ¿Qué me decís?
Inclinó la cabeza y cerró los ojos. Esperaron. Rowan contuvo el aliento. El rostro de Zeel estaba tan inmóvil que parecía una máscara.
Por fin, Ogden levantó la vista.
—He meditado —anunció—. Seguí mi corazón hasta este lugar, donde dicen que lucharon los Gigantes de Inspray y se perdió un valle maravilloso. Me llamaron aquí, y la sensación todavía perdura con fuerza. No puedo negarlo. Sé que aquí está la respuesta que buscamos.
Se volvió hacia Zeel.
—Preparada, Heraldo —dijo con semblante grave—. Al fin y al cabo, vas a cumplir tu deseo. Irás a buscar el Valle de Oro. ¿Aún lo deseas?
Ella asintió, pálida.
—El Abismo de Unrin lo custodia —continuó Ogden—. Y el Abismo de Unrin es un lugar maldito. ¿Aún lo deseas?
—Sí —dijo la joven en voz baja.
Ogden contempló la hoja de margarita y le dio vueltas en la mano.
—Naciste Zebak, y eres valiente hasta la médula, mi hija adoptiva Zeel —dijo—. Eres una Heraldo de los Viajeros, nacida para afrontar lo desconocido y proteger y guiar a la tribu. Pero… —Miró a los dos Heraldos masculinos, inmóviles a su lado—. Pero en este viaje, Tor y Mithren, tus compañeros habituales, no podrán ir contigo.
—Entiendo —dijo Zeel.
—Aun así, me niego a que te enfrentes sola al mal. Por lo tanto, he decidido que te acompañe otra persona. Una que te ayude a demostrar que la antigua amistad entre nuestros dos pueblos permanece incólume. Una que también sigue a su corazón y que ha demostrado ser capaz de afrontar el miedo y el peligro.
Se volvió y extendió la hoja hacia Rowan.