13 La llamada
Rowan huyó de Rin con lágrimas en los ojos. Allun y él no habían podido entrar a Jonn y Jiller en la casa. Ninguno de ellos contaba con la fuerza suficiente. Por lo tanto, les habían dejado donde estaban postrados.
Rowan nunca se había visto sometido a una prueba tan difícil. Ninguno de los horrores que había afrontado podían compararse con dar la espalda a su madre, tendida indefensa sobre la hierba, y huir.
Corría dando tumbos, con el corazón tan frío y vacío como una parrilla en la que el fuego se hubiera apagado. Apenas distinguía la tierra bajo sus pies. Apenas sentía la brisa del amanecer en su rostro.
Se detuvo en lo alto de la colina y miró el valle. Apenas un día antes, había hecho lo mismo, pensó.
Después, había mirado aquel mosaico de campos, aquellos caminos y casas diminutos, y su corazón se había confortado. Pero eso había sido antes de encontrarse con Sheba bajo los árboles. Eso fue cuando el pueblo bullía de vida.
Vio sin sorprenderse que reinaba la calma en los campos de los bukshah. Vio los cuerpos de algunas crías tendidos sobre la hierba. Pero más adelante —reprimió una exclamación de alivio—. Junto al río, otras bestias se estaban moviendo. Y al frente de ellas iba Estrella.
Por la noche, debía de haber decidido trasladar el rebaño. Y lo había hecho. Ella, al menos, no había cometido la vieja equivocación. La equivocación de confiar en alguien que ignoraba la sabiduría que encerraba su temor.
—Rowan —murmuró Allun a su lado—. Rowan, hemos de continuar. Esto…, esta cosa…, tienes razón…, se hace más intensa cuando estoy quieto.
Rowan asintió y dio la espalda al pueblo. Cruzó por su mente la idea de que nunca volvería a verlo, y sacudió la cabeza. No iba a pensar en eso. Se puso a caminar.
Las margaritas que pisaba ya estaban empezando a hacer su trabajo. Se le estaban hinchando los ojos, y su nariz goteaba. «¡Basta!», dijo para sí. Buscó en el bolsillo la odiada medicina y tomó un sorbo. El sabor acre y repugnante quemó su lengua. El recuerdo de la risa quebrada de Sheba se coló en su mente.
Sin embargo, Sheba quizá no estaría riendo ahora. ¿Estaría también encorvada junto al fuego, como en trance, mientras el mal que tanto había temido se disponía a asomar la cara?
El pasado y el presente se reunirán:
el círculo del mal se cerrará…
Rowan, con el corazón transido de pena, afrontó el único significado posible de aquellas palabras. En el pasado, en una tierra muy lejana, el pueblo de Rin había sido esclavo de los Zebak. Ahora, después de trescientos años de intentos, los Zebak estaban a punto de invadirlos de nuevo. Iban a devolverlos a la esclavitud. El círculo del mal se cerraría.
Y ocurriría pronto. Muy pronto. A menos que… Rowan hundió las uñas en las palmas de las manos. A menos que Allun y él encontraran a los Viajeros, les suplicaran que repararan el daño causado e impidieran que la rueda siguiera girando.
Avanzaron en silencio. Rowan ya sentía el cansancio en sus piernas: había estado levantado toda la noche. Pero su cerebro trabajaba febrilmente. Estaban siguiendo las rodadas de los carromatos de los Viajeros, pero la tribu había pasado por allí horas antes, y la hierba y las margaritas estaban recuperando la forma y cubriendo las huellas.
Pronto desaparecerían por completo. Y entonces, ¿qué harían Allun y él? Aunque pudieran seguir las huellas, ¿cómo podrían alcanzarlos, avanzando a esa velocidad?
Miró a Allun. El rostro enjuto del hombre se veía resuelto, y sus ojos estaban más despejados que antes.
—Te encuentras mejor, Allun —observó.
Allun asintió.
—El movimiento ayuda —dijo—. ¿Y tú?
—Nunca sentí el cansancio —contestó Rowan. La idea le había preocupado—. No puedo entenderlo. Atacó a toda la gente de Rin, incluidos Jonn y Bronden. Tú eres medio Viajero, de modo que es lógico que pudieras escapar. Pero ¿por qué yo?
Allun sacudió la cabeza.
—Le caíste bien a Ogden —dijo en tono desenfadado—. Tal vez decidió librarte del sueño y del mal que le siga, sea cual sea.
Rowan le miró horrorizado. Pese a todo, en el fondo, nunca había creído que los Viajeros hubieran adormecido Rin con malos propósitos. Se había aferrado a la esperanza, comprendió, de que solo habían hechizado al pueblo para darle una lección. Una lección un tanto desmesurada, quizá, pero que podía ser impartida, comprendida y reparada, al fin y al cabo.
Las palabras de Allun, sin embargo, le habían embargado de miedo. Se mordió el labio para reprimir las lágrimas y continuó andando.
Entonces, Allun se detuvo, miró hacia atrás y hundió la mano en el bolsillo.
—Creo que ahora ya estamos lo bastante lejos —dijo—. Bien, Rowan. Vamos a ver.
Extendió la mano. En su palma había una cinta de seda trenzada desteñida, larga y delgada. El collar de bodas de Sara. Rowan lo había visto mil veces alrededor de su cuello. Pero nunca había reparado en el pequeño objeto que colgaba de ella. Supuso que siempre había estado oculto bajo la ropa de Sara.
Vio con asombro que Allun lo levantaba, se lo llevaba a los labios y soplaba.
Ningún sonido llegó a los oídos de Rowan, pero supo al instante lo que estaba sucediendo. El objeto era una flauta de caña. Allun estaba emitiendo señales. Estaba llamando a los Viajeros.
—No sabía que Sara tuviera una flauta de caña —susurró.
Allun apartó la flauta de los labios.
—Ha sido un secreto hasta ahora. Se la dieron a madre cuando se separó de los Viajeros, hace mucho tiempo. Le dijeron que solo debía llamar en caso de apuro, y que ellos acudirían. A cualquier parte. En cualquier momento. Pero nunca se ha utilizado, hasta hoy.
—¿Y vendrán? —preguntó Rowan—. ¿Aunque…?
Allun sabía en qué estaba pensando: ¿Aunque el apuro de Sara hubiera sido causado por los propios Viajeros?
—Fue una promesa solemne —dijo con seriedad Allun—. Y si no la cumplen…
Rowan oteó el horizonte y se volvió para mirar poco a poco en todas direcciones. Hacia el este y el norte, el cielo azul claro de la mañana brillaba débilmente sobre las colinas cubiertas de flores doradas. Detrás de ellos, hacia el oeste, se elevaba la gran Montaña, coronada de blanco. Al lado, un poco al sur, brotaban las rocas melladas y cavernas de…
Lanzó una exclamación y señaló hacia un lugar determinado. Tres puntos de color descendían y oscilaban, recortados en la distancia pardogrisácea. Se acercaban.
—¡Los Heraldos! —susurró Allun. Rowan vio que cerraba los ojos un momento, como dando las gracias—. Me han oído. Ya vienen.
‡ ‡ ‡
Los Heraldos aminoraron la velocidad, rozaron la hierba y se posaron en tierra.
—Saludos, Allun, hijo de Forley de los Viajeros —dijo Zeel—. Saludos, Rowan de los bukshah.
Caminó hacia delante, mientras doblaba la cometa a la espalda con una mano. Los dos muchachos se quedaron inmóviles. Vigilantes.
—Saludos —dijo Allun al cabo de un momento—. Os damos las gracias por acudir a nuestra llamada.
—¿Dónde está Sara? ¿Por qué nos has llamado? —preguntó Zeel.
—Sara está enferma. Debo hablar con Ogden —contestó Allun.
La Heraldo sacudió la cabeza.
—Ogden está con la tribu —dijo con frialdad—. No puede venir.
Allun avanzó un paso.
—Debo hablar con él, Zeel —insistió—. Reclamo mi derecho a ser escuchado. Por mi sangre de Viajero. Por el nombre de mi padre. Y por la antigua alianza. —Se agachó y recogió una hoja de margarita, que extendió hacia la muchacha.
Zeel le miró con suspicacia. Después, tomó la pequeña hoja de tres lóbulos de su mano, se llevó la flauta a los labios y sopló. Esperó. Un momento después, frunció el ceño y agitó sus rizos enredados. Había enviado un mensaje, y recibido otro, pensó Rowan maravillado. Y él no había oído nada. Nada en absoluto.
—Ogden concederá una reunión —dijo la chica de mala gana—. Pero no puede venir. ¿Irás tú a verle?
—¿Cuánto tardaremos? —intervino Rowan.
—No mucho —dijo Zeel. Sus ojos eran claros y fríos—. Volaréis con los Heraldos. Los Viajeros convocarán al viento.
Dio media vuelta y regresó hacia donde esperaban sus amigos, que ya desplegaban las cometas.
Rowan y Allun la siguieron con la mirada. Ella se volvió.
—¡Venid! —ordenó—. El viento ya está cambiando. Es hora de irse. Ogden os espera.
Hizo una pausa, y una sombra pasó sobre su delicado rostro bronceado. Una sombra de miedo.
—Os espera —dijo—. Junto al Abismo de Unrin.