12 La rueda gira

Allun se agachó y tocó las cenizas del fuego de Ogden.

—Todavía están calientes —dijo—. Se han marchado hace tan solo unas horas.

—¿Adónde han ido? —exclamó Rowan—. ¿Con tanto sigilo, sin ni siquiera despedirse?

Allun apretó la boca.

—Quizá se han ofendido y encolerizado porque el pueblo de sus supuestos amigos les ha prohibido el paso.

Rowan miró su rostro enjuto, recortado contra el cielo. En aquel momento, con el pelo alborotado y los ojos oscuros, Allun no parecía un hombre de Rin, sino un Viajero auténtico.

—O tal vez —continuó el hombre con voz dura— se fueron porque ya habían hecho lo que habían venido a hacer. Tal vez la vieja Lann esté en lo cierto.

Rowan contuvo el aliento.

—Hemos de volver al pueblo —dijo Allun con brusquedad. Empezó a bajar la colina.

—¡Allun! —gritó Rowan—. ¿Qué vamos a hacer?

—Vamos a ver a mi madre, y a la tuya —dijo Allun, al tiempo que aceleraba el ritmo de sus pasos—. Vamos a conseguir agua y comida. Y después, nos iremos en pos de los Viajeros, con el fin de llegar al fondo de este asunto, para bien o para mal, antes de que sea demasiado tarde. Si los Zebak están cerca…

—Pero, Allun… —jadeó Rowan, esforzándose por no quedar rezagado—. ¿Cómo…? ¿Dónde…?

Allun miró al muchacho. Su voz se suavizó.

—No hagas preguntas, Rowan. Ahorra aliento. Hemos de darnos prisa.

‡ ‡ ‡

El pueblo estaba en silencio cuando entraron. El tañido de la campana había cesado, pero el corazón de Rowan dio un salto de alivio cuando oyó voces procedentes de la plaza. Eso quería decir que había gente despierta y concentrada allí. Y no se oían gritos de miedo o pánico. Estaban hablando en voz baja entre sí.

—No pasa nada —dijo a Allun, más animado—. Ahí hay gente. Puede que Annad haya despertado también, y Marlie y los demás.

Pero el rostro de Allun seguía mostrando consternación.

—Espera —dijo.

Doblaron una esquina y llegaron a la plaza. Timon seguía de pie junto a la campana. Había una docena de personas congregadas a su alrededor. Otras estaban accediendo desde todas las calles adyacentes. Algunas se estaban alejando en silencio.

Rowan parpadeó cuando vio la escena. Y en aquel momento, sus esperanzas se desvanecieron. Algo iba mal. Le había alegrado la ausencia de gritos de pánico, pero el alboroto tendría que haber sido mucho mayor.

Y tendría que haber más movimiento. Tendría que haber niños correteando, emocionados por la llamada inesperada. Tendría que haber gente caminando a toda prisa, deseosa de saber la noticia, deseosa de saber por qué la habían despertado con tanta brusquedad.

Pero no había nada de eso. No había niños en la asamblea. Y daba la impresión de que los adultos vagaban sin rumbo. Su expresión era soñadora y hablaban en voz baja. Algunos ni siquiera se habían tomado la molestia de ponerse prendas de abrigo sobre su ropa de dormir, de forma que iban de un lado a otro con camisones blancos, temblando de frío, descalzos y con el pelo alborotado, como fantasmas.

Andaban como sonámbulos. Era como si se hubieran levantado en pleno sueño y fueran a dormirse otra vez de un momento a otro. Mientras Rowan miraba, vio que Neel, el alfarero, suspiraba y caía poco a poco al suelo. Las piedras debían de estar muy frías, pero se acurrucó como si estuviera sobre su colchón y cerró los ojos.

Rowan se llevó la mano a la boca para reprimir un grito.

Allun cruzó la plaza en tres zancadas y asió el brazo de Timon. El maestro se volvió lentamente, y Rowan vio horrorizado que su rostro estaba desprovisto de toda expresión.

Allun le sacudió el brazo.

—¡Timon! —gritó—. ¡Despierta, Timon! ¡Vuelve a tocar la campana!

Aferró la cuerda de la campana y tiró de ella con furia. El sonido de la campana resonó en la plaza. La gente se volvió a mirar, parpadeó y dio media vuelta.

—¡Timon! —gritó Allun. El rostro del maestro se animó un momento. Se humedeció los labios.

—Es demasiado fuerte, Allun —musitó—. Está creciendo. Ya no puedo luchar. Y los demás…

Sacudió la cabeza.

Allun se volvió hacia Rowan.

—Ven conmigo —dijo. Empezó a abrirse paso entre la gente que llenaba la plaza. Apenas le miraron, ni tampoco a Rowan. Se limitaron a apartarse cuando pasaron, como hierba doblada por el viento.

La puerta de la panadería estaba cerrada. Allun la abrió y atravesó la fría cocina hasta la parte posterior de la casa.

—¡Madre! —gritó.

Pero no obtuvo respuesta.

—¡Madre! —volvió a llamar Allun—. ¡Contéstame!

Pero ningún sonido rompió el silencio.

Rowan le miraba impotente, mientras Allun iba de una habitación a otra gritando y llamando a las puertas. Vio que la puerta de atrás estaba abierta y salió al exterior. El pulcro jardín posterior se extendía ante él, oscuro y perfumado. Y allí…

—Allun —dijo con voz ahogada.

Sara estaba reclinada en una vieja silla de madera, y una taza colgaba boca abajo de su mano desmayada.

Allun se inclinó sobre ella. La tocó con sus manos temblorosas.

—Estaba aquí, tomando sopa, cuando vinisteis a buscarme antes. Debió de perder el conocimiento después de que me fuera. Desde entonces sigue aquí. A oscuras, con frío. El rocío ha empapado su ropa.

Se llevó las manos a la cara.

—¿Qué está pasando aquí? —gimió—. Por mi vida, Rowan, ¿qué está pasando? ¿Cómo han podido hacer esto los Viajeros? A Sara, que los quería. Anoche estaba riendo con el mismísimo Ogden. Ahora… —Tomó en brazos el cuerpo flácido de su madre y volvió con ella hacia la casa—. Ve a la cocina y tráeme pan y agua —gritó sin volverse—. Deprisa, Rowan. ¡Deprisa! Hemos de volver con Jonn y los demás cuanto antes, para partir en busca de los Viajeros. Antes de que también caigamos nosotros y no quede nadie en pie en todo Rin. El sol se está levantando. Y el enemigo…

Pero Rowan ya estaba corriendo hacia la cocina de la panadería. Metió unos bollos en una bolsa y llenó un odre con agua de la garrafa que había al lado de la puerta. Al cabo de un momento, estaba ya al lado de Allun. Vio que este cubría a su madre con una manta y se inclinaba sobre ella, mientras manoseaba algo que había detrás de su cuello.

—¡Vamos, Allun! —le urgió.

Allun se incorporó, hundió la mano en el bolsillo y asintió. Rowan observó asombrado la palidez de su rostro, los ojos hundidos.

—¡Allun! —gritó atemorizado—. Tú…

Allun asintió.

—Lo lamento —murmuró—. Siento una especie de… pesadez. En aumento. Yo…

Rowan le tiró del brazo.

—¡Vamos, deprisa! —dijo—. Ven a los jardines. No te quedes quieto. Puede que el movimiento disipe el sopor. ¡Vamos!

Sacó a Allun de la sala de estar, atravesaron la cocina y llegaron a la puerta principal. Después, le sacó a empujones a la calle y tomó su mano.

—¡Corre! —susurró—. ¡Corre, Allun!

Corrieron. Rowan oyó que Allun jadeaba junto a él. A su alrededor, vio a gente tendida en la calle sobre las duras piedras. Ahora que había más luz, Rowan pudo ver que había más.

Algunos estaban derrumbados en sillas, en medio de sus jardines, como en el caso de Sara. Otros yacían junto a los pozos, con cubos volcados al lado. Solla, la fabricante de caramelos, estaba tumbada sobre su ventana. Un grupo de niños que habían estado charlando alrededor de la hoguera de Ogden tan solo unas horas antes se hallaban tendidos bajo el Árbol de la Sabiduría, todavía con las ropas que habían llevado para escuchar los cuentos.

Rowan tiró de Allun mientras atravesaba la plaza. Tuvieron que pasar por encima de los cuerpos caídos. Timon estaba de pie junto a la campana, con la mano asiendo todavía la cuerda, con los ojos abiertos pero sin ver nada. Rowan le llamó, pero el rostro del maestro siguió impasible.

Empezaron a correr en dirección a los jardines. Fue entonces cuando Rowan reparó en los pájaros.

Había pájaros de todas clases esparcidos bajo los árboles, al lado del sendero. Yacían inmóviles como pequeños bultos plumosos, entre las flores de las bayas de la Montaña y la hierba, como si hubieran caído de sus nidos y ramas en la noche. Tenían los ojos cerrados. Los picos entreabiertos. Sus patas eran como ramitas diminutas y tiesas.

A Rowan le dolía la garganta. Era como si todos los seres vivos de Rin hubieran sido capturados por el hechizo que se había apoderado del pueblo.

—¡Estrella! —susurró. Su estómago se revolvió cuando cayó en la cuenta de que la gran bestia debía de saber lo que se avecinaba. Por eso se había mostrado tan inquieta. Por eso se había llevado a los demás bukshah.

¡Y él la había obligado a regresar! Ojalá hubiera comprendido que no se habría alejado sin un buen motivo. Le había obedecido por fin, confiando en él, pero en su ceguera la había obligado a devolver el rebaño al peligro.

Siguió tirando de Allun entre sollozos. Llegaron al taller de Bronden. Rowan estuvo a punto de detenerse para pedir ayuda, pero entonces vio el robusto cuerpo de Bronden derrumbado contra la puerta principal. Tenía la frente arrugada, y sus fuertes brazos extendidos, como si hubiera luchado hasta el final contra el poder que nublaba su cerebro y cerraba sus ojos.

—Rowan —musitó Allun, al tiempo que tiraba de su mano—. No puedo…

—¡Sí que puedes! —gritó Rowan, embargado por el pánico—. Mira, Allun, la casa de Bree y Hanna está cerca. No nos detengamos. Hemos de encontrar a Jonn y a madre. Ellos nos ayudarán.

Atravesó la puerta que conducía a los jardines y arrastró a Allun hasta la casa situada detrás de los árboles. Y entonces supo que allí tampoco encontraría ayuda. Porque la puerta estaba abierta, y Jonn estaba tumbado boca abajo sobre la hierba al pie de la escalera, con Jiller a su lado. Estaban inmóviles, como muertos.