10 El enemigo secreto

Timon se acarició la barbilla.

—Los libros nos dicen que el hambre siempre ha sido un enemigo al que Rin ha de temer —sugirió—. La hemos afrontado cuando las cosechas han sido pobres, o cuando las nieves han aislado el pueblo de la costa durante demasiado tiempo.

—Dudo que ese sea el enemigo —dijo Jiller—. El verso dice que el enemigo ya está aquí. Quizá oculto, para que no lo reconozcamos. Pero aquí.

—Creo que deberíamos acudir a Sheba —dijo Marlie— y preguntarle qué significa el poema.

—¡No lo sabe! —exclamó Rowan—. Ya os lo he dicho.

—No lo sabía cuando hablaste con ella, Rowan —contestó Jonn—. Pero ahora es posible que sepa más cosas. Deberíamos probar.

Lann asintió.

—Muy cierto —dijo. Señaló con el bastón a Rowan—. El chico debería ir, acompañado de Jiller y Jonn. El resto nos quedaremos con los durmientes. Timon será una buena compañía para mí. Marlie puede vigilar las bayas de la Montaña…

—¿Y yo? —preguntó Allun con una sonrisa sesgada.

—No quiero perderte de vista, Allun —dijo Lann con calma—. Por si decides darte un paseo hasta las colinas.

El rostro de Allun se ensombreció de ira, pero guardó silencio.

El huerto apenas estaba iluminado por la luz de la luna. Rowan, Jonn y Jiller no hablaban mientras avanzaban entre los arbustos de bayas, con mucho cuidado de no aplastar las hierbas aromáticas y los tiernos arbustos de bayas de la Montaña arracimados bajo sus pies. Reinaba un gran silencio. Ningún pájaro se removía en los árboles. Ningún sonido llegaba desde los campos de los bukshah.

Treparon por la valla que señalaba el fin del huerto, y empezaron a caminar a buen paso sobre la hierba que crecía delante de la cabaña de Sheba.

La puerta estaba abierta, y una luz parpadeante salía de dentro. La luz y la sombra alargada de alguien que se movía. Rowan sintió que su corazón se aceleraba. Miró a su madre. Su expresión era inflexible y decidida, pero dedujo por su respiración acelerada que ella también estaba asustada.

Llegaron a la puerta y miraron dentro. Sheba estaba encorvada sobre la gran olla de hierro colgada sobre el fuego. Mascullaba para sí mientras removía el guiso.

—¡Sheba! —dijo Jiller en voz baja.

La anciana se volvió poco a poco. Miró sin comprender a Jiller y Jonn. Y entonces, vio a Rowan. Sus ojos vidriosos se abrieron de par en par y alzó las manos con un grito de miedo, como para protegerse.

—¡Déjame! —dijo con voz ahogada—. ¡Déjame en paz! ¡Llévate tu rostro de pesadilla!

Rowan retrocedió, asombrado.

—Hemos de hablar contigo, Sheba —la apremió Jonn—. ¿Cuál es el significado del poema que entregaste a Rowan?

Ella sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—Dejadme —gimió—. Dejad que haga mi trabajo. No queda tiempo. Se ha terminado.

La luz del fuego saltó detrás de ella. La pócima maloliente del caldero burbujeaba.

—El trabajo ya no importa —exclamó Jiller—. Lo que importa es el poema, Sheba. Has de contarnos lo que sabes.

—Nada sé —dijo en tono monótono la anciana—. Nada, excepto mis pesadillas. Y todo ello, todo, se está convirtiendo en realidad. Incluso ahora, la rueda está girando. Muy pronto, el enemigo caerá sobre nosotros. Pronto, pronto…

—¡Ayúdanos, Sheba! —suplicó Jonn.

En la cara de Sheba no había la menor emoción.

—Debo preparar la pócima. Esto sí que lo puedo hacer. Llevaos al chico. Su rostro atormenta mis sueños. El rostro… Las cometas… El búho dorado de los ojos verdes… —Rowan oyó su jadeo estrangulado y el grito agudo de su madre—. ¡Todos ellos… me atormentan! —Sheba se mesó los cabellos y se tambaleó sobre sus pies—. Y no sé por qué. Solo sé que debo trabajar. Debo continuar adelante. Pero estoy tan cansada, tan cansada… —Dio un paso vacilante hacia ellos—. ¡Déjame en paz, torturador! —chilló, mirando directamente a Rowan—. ¡Déjame en paz!

Jill rodeó con el brazo a su hijo y le sujetó con firmeza.

—Vámonos —dijo Jonn—. Ya no podemos hacer nada más.

‡ ‡ ‡

La anciana Lann se acercó a la ventana entreabierta. Por un momento, observó la alta figura de Marlie, que todavía montaba guardia junto a las bayas de la Montaña. Después, se volvió hacia los demás.

—Tres cometas… ¿Qué puede significar esto, sino que es obra de los Viajeros? Además, el búho dorado de ojos verdes es el símbolo de aquel cuento de los Viajeros, el del Valle de Oro. Hemos de tomar buena nota de estas visiones. Tal vez Sheba ignore su significado, pero son advertencias. No cabe la menor duda.

—Dijo que la rueda estaba girando —dijo Jiller, temerosa—. Dijo que el enemigo no tardaría en caer sobre nosotros.

—Pero ¿qué enemigo? —preguntó Timon con el ceño fruncido.

—¿De qué sirve buscar significados secretos de la palabra? —contestó Lann con voz cansada, muy diferente de su tono agresivo habitual—. Rin solo ha tenido un enemigo real: los Zebak. Hemos de armarnos y prepararnos para la guerra.

Se hizo el silencio en la bien iluminada sala. Rowan miró a su madre. Había ido al dormitorio para ver cómo seguían Bree y Hanna, que continuaban sumidos en su extraño y anormal sueño. Jiller había regresado a tiempo de escuchar las palabras de Lann. Se hallaba de pie junto a la puerta, con los puños apretados. Sus ojos se desviaron hacia Annad, ovillada en el sofá del rincón, y después hacia Jonn, sentado a la gran mesa, y por fin hacia él.

«Tiene miedo por nosotros», pensó Rowan. Vio que se acercaba con celeridad a la mesa y volvía a sentarse. Parecía agotada. Sombras grises aparecían bajo sus ojos. Tenía la cara pálida.

—No hay noticias de que los Zebak se dispongan a regresar, Lann —dijo, y se inclinó por encima de la mesa—. Los de Maris no han informado de que barcos extraños se acerquen a la costa, ni corren rumores por los mares.

—Ha sido un invierno largo y duro, muchacha —dijo Lann—. Ningún habitante de Rin se ha acercado a la costa desde otoño. ¿Acaso sabemos lo que está pasando allí? En estos momentos, el pueblo de Maris podría estar derrotado y esclavizado.

—Los Viajeros lo sabrían —adujo Timon—. Además, los Heraldos dijeron que no había nuevas.

—Dijeron que no había nuevas que contarnos, Timon —corrigió Jonn—. Lo cual es muy diferente de no tener nuevas. —Miró a Allun—. Los Heraldos callaban algo. Lo presentí. Es posible que los Viajeros sepan algo que no pueden o no quieren decir, por razones personales.

—Paparruchas —dijo Allun, y desvió la mirada.

Lann le traspasó con la mirada.

—¿De veras? —preguntó.

Allun sostuvo su mirada severa con calma.

—Sí —contestó en voz baja—. Los Viajeros no nos ocultarían la noticia de una invasión de los Zebak. No solo porque son nuestros amigos, sino porque, como tú misma indicaste en el campamento hace poco, Lann, nos necesitan.

—Eso es cierto, Lann —aprobó Jonn—. Los Viajeros no desean ser esclavos de los Zebak más que nosotros. Como Ogden nos ha dicho esta noche, se acuerdan muy bien de la Guerra de las Llanuras, y también de la gran batalla anterior, cuando nuestros antepasados llegaron aquí y fueron liberados.

—Y no solo eso —dijo Timon con voz queda—. Algunos relatos de los Viajeros hablan de invasiones Zebak que se remontan a la noche de los tiempos. Según la leyenda, su pueblo libró una gran batalla contra los Zebak al mismo tiempo que los Gigantes de Inspray luchaban en la Montaña por el Valle de Oro.

Lann frunció el ceño.

—Los Gigantes de Inspray… ¡El Valle de Oro! ¡Patrañas!

Timon carraspeó.

—Tal vez —dijo—. La realidad y la fantasía suelen mezclarse cuando una historia se transmite solo mediante imágenes y la tradición oral, como es el caso de los Viajeros. Pero parece bastante cierto que los Zebak siempre han deseado apoderarse de esta tierra. Lo intentaron muchas, muchas veces, antes de que llegáramos aquí.

—Y siempre fracasaron —le recordó Jiller.

—Sí —admitió Timon—. Su poder nunca estuvo a la altura del ingenio del pueblo de Maris y el conocimiento de la tierra que poseían los Viajeros. Al final, siempre fueron rechazados.

—Y después empujaron a nuestra raza hasta estas orillas. Un error fatal —añadió Lann con satisfacción—. Sumaron a sus filas un ejército de guerreros esclavos, pero estos se rebelaron contra ellos y se unieron a los que deseaban conquistar. Durante los últimos trescientos años, en lugar de dos pueblos que defendieran esta tierra ha habido tres. —Hizo una pausa, y una sombra cruzó su cara arrugada—. Pero hemos de pensar si todavía existen tres, amigos míos, o la traición, como nos advierte el poema de la bruja, acecha.

—¿Qué quieres decir? —gritó Allun, enfurecido.

Timon se pasó una mano sobre sus ojos cansados.

—No debemos permitir que nos guíen nuestros sentimientos, Allun —dijo—. Hemos de sopesarlo todo. ¿Y si…? —Titubeó, miró a Jonn y Jiller y continuó—: ¿Y si los Zebak, conscientes de que no pueden conquistar esta tierra solo por la fuerza, han apelado a la astucia? ¿Y si han hecho promesas a los Viajeros, promesas de concederles algo que desean sobremanera, a cambio de su ayuda?

—Los Viajeros no desean nada. ¿Qué podrían prometerles los Zebak? —preguntó Allun.

—Algo que nadie más podría darles —fue la sencilla respuesta de Timon—. Los Zebak podrían haber prometido a los Viajeros utilizar su poder para ayudarlos a salvar el Abismo de Unrin y descubrir el Valle de Oro.