1 Buenas noticias, malas noticias
—¡Vienen los Viajeros! ¡Vienen los Viajeros!
La noticia se propagó a toda prisa por el pueblo de Rin. Los niños la proclamaban a voz en grito, sus voces resonaban en todo el valle y despertaban ecos en la gran Montaña que se alzaba sobre la villa. La gritaban mientras corrían como posesos bajando las colinas, al otro lado de los campos de los bukshah y el huerto, junto a los jardines y hasta llegar a la plaza del pueblo.
Habían visto a los tres Heraldos volando sobre las colinas, las cometas a las que se aferraban brillando contra el cielo. Sabían que los carros, los caballos y la gente que parloteaba y cantaba estaba cerca.
Los Viajeros llegaban, traían juegos y cuentos, baile y música, cosas maravillosas para intercambiar. Pronto, sus tiendas de alegres colores se extenderían, aleteando como enormes mariposas, entre las margaritas amarillas que invadían las colinas. Por la noche, sus hogueras iluminarían la oscuridad y su música resonaría en todo el valle. Se quedarían una semana, o dos, o quizá tres, y para los niños todos los días sería fiesta.
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—¡Vienen los Viajeros!
Rowan, el pastor de los bukshah, que se hallaba junto a la charca de agua potable, oyó el grito mientras miraba a una mariposa salir con visibles esfuerzos de su capullo situado sobre la rama de un árbol. Pero ya había adivinado la noticia.
Mucho antes de que los demás niños divisaran a los Heraldos, había visto que los bukshah alzaban la cabeza y miraban hacia el otro lado del valle, hacia las colinas. Los grandes animales estaban oyendo algo que él no podía oír.
—¿Así que vienen los Viajeros? —preguntó a Estrella, su favorita de entre todas las grandes bestias—. Has oído las flautas, ¿verdad?
Estrella se meció, mientras miraba en dirección a las colinas.
—No esperábamos verlos este año —continuó Rowan—, pero es su estación. A los renacuajos del río les están saliendo patas y se están transformando en ranas. Las orugas se están convirtiendo en mariposas. Y las margaritas están en plena floración. —Olfateó el aire—. Demasiado bien lo sé. El polen me da alergia.
Estrella emitió un rugido gutural y removió los pies, inquieta.
—¿Qué te pasa, Estrella? —preguntó Rowan, mientras le rascaba el cuello por debajo de la espesa lana—. Tranquila. No pasa nada.
Miró a Estrella, desconcertado. En los últimos tiempos, todos los bukshah se habían mostrado inquietos. No entendía a qué podía deberse. Los había examinado con detenimiento. No había detectado señales de ninguna enfermedad ni ninguna dolencia, hacía días que parecían nerviosos y desdichados.
—No pasa nada, Estrella —repitió.
Pero Estrella pateó el suelo, empujó la mano de Rowan con su pesada cabeza y rechazó el consuelo.
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—¡Vienen los Viajeros!
Jonn el Fuerte, que estaba trabajando en el huerto, oyó el grito, con sorpresa, y después sonrió. Los Viajeros habían pasado por Rin tan solo doce meses antes. No esperaba verlos tan pronto de nuevo. Pero les daba la bienvenida. Porque con los Viajeros venían las abejas.
Las abejas no tardarían en revolotear ajetreadas con el dulce capullo blanco de sus bayas. Las colmenas rebosarían de miel dorada que los Viajeros recogerían, comerían y venderían.
Pero mientras las abejas trabajaran para los Viajeros, también lo harían para Jonn. Mientras libaban de flor en flor, esparcirían el pegajoso polen amarillo, lo cual sería decisivo para que la fruta se formara cuando las flores cayeran. Gracias a las abejas de los Viajeros, Jonn tendría una cosecha excelente en otoño.
De modo que Jonn se sintió complacido cuando oyó los gritos de los niños, aunque sabía que a otros no les haría tanta gracia. Para esos otros, aquella sería una mala noticia.
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—¡Vienen los Viajeros!
Bronden, la ebanista, oyó el grito y frunció el ceño, mientras tamborileaba con sus gruesos dedos sobre la suave madera de una mesa que estaba a medio terminar.
—Silvestres —gruñó, y pateó el serrín del suelo—. ¡Silvestres inútiles, perezosos, que solo sirven para hacer perder el tiempo!
Se pasó la mano por la frente. Estaba cansada. Agotada. Y ahora, esto. La gota que desbordaba el vaso.
Los Viajeros ponían patas arriba la vida rutinaria del pueblo. Hacían caso omiso de normas, orden o trabajo. No tenían hogares ni trabajos de verdad, ni los querían. Por eso ella y quienes opinaban como ella, llamaban «Silvestres» a los Viajeros, por las margaritas de las colinas. La exasperaban. La enfurecían.
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—¡Vienen los Viajeros!
En su pequeña casa, Timon, el maestro, oyó el grito y suspiró sobre sus libros. Mientras los Viajeros acamparan en las cercanías, los niños de Rin se mostrarían inquietos y cuchichearían bajo el Árbol de la Sabiduría.
Sus bolsillos rebosarían de juguetes y chucherías que habrían pedido o comprado en el campamento. Llevarían la boca llena de dulces y caramelos. En su cabeza darían vueltas los cuentos y leyendas de los Viajeros.
De todos modos, pensó Timon, mientras se reclinaba en su silla y enlazaba las manos detrás de la cabeza, la visita sería una bendición.
«Ha sido un invierno largo y duro. Últimamente, los niños han estado cansados y nerviosos. Los Viajeros los alegrarán. —Sonrió—. Por mi vida, a mí también me gustaban de pequeño los cuentos de los Viajeros —pensó—. Y si cuentos como el del Valle de Oro, los Gigantes de Inspray, el Cristal Empañado, el Abismo de Unrin y todos los demás no me perjudicaron, ¿por qué iban a perjudicar a los niños de ahora?».
Timon reflexionó. Tal vez podría ir al campamento de los Viajeros este año. Escuchar de nuevo sus relatos. Y quizá comprar un puñado de caramelos de miel. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había probado uno.
Timon cerró los ojos y rio para sus adentros al pensarlo. La boca ya se le hacía agua.
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—¡Vienen los Viajeros!
Allun, el panadero, oyó el grito cuando estaba amasando la harina en su cocina.
—¿Has oído, madre? La gente de mi padre viene de camino —gritó—. Será mejor que dejes de decir que estás vieja y prepares los zapatos de bailar.
Sara entró despacio en la tienda, mientras se secaba las manos en el delantal.
—Creo que mis días de baile han terminado, Allun —dijo con una sonrisa cansada—. Lo mejor será que cuides la voz. Por una vez, los de Rin podremos contar un cuento a los Viajeros. Tan bueno como cualquiera de los suyos. Nuestros amigos querrán conocer tu aventura en la Montaña. Tuya, de Jonn y…
—Y del joven Rowan, sobre todo —rio Allun—. Pero Rowan es demasiado tímido para contar su historia. Está bien, lo haré yo. ¿Quién mejor para sorprender a los Viajeros, puesto que soy medio Viajero?
Sara jugueteó con la delgada ristra de seda trenzada que colgaba de su garganta. Era un collar nupcial de los Viajeros.
Mucho tiempo antes, cuando era joven, Sara había abandonado Rin con un hombre Viajero. Pero su perfecta felicidad había concluido cuando su esposo murió en el curso de la invasión de los Zebak, durante la Guerra de las Llanuras. Cuando la paz se instauró de nuevo en el país, había regresado al pueblo con Allun, su único hijo, por entonces muy pequeño.
Se había alegrado de volver a casa, pero sabía que su hijo medio Viajero había vivido momentos difíciles en Rin.
Era como si estuviera atrapado entre dos mundos: la vida libre de los Viajeros y la vida pacífica, rutinaria, del pueblo de su madre. El corazón de Sara se había afligido en ocasiones cuando le veía esforzándose para que la gente de Rin, que despreciaba y desconfiaba de los Viajeros, y que estaba dispuesta a despreciarle y desconfiar también de él, le aceptara.
No había querido que Allun se sumara al grupo que había escalado la Montaña prohibida en otoño. Había temido por él. Pero ahora se alegraba de que hubiera ido. Pues en aquel terrible viaje había descubierto que no tenía más debilidades que los demás, los héroes del pueblo. Y quienes le vilipendiaban lo habían descubierto también.
Y todavía más: Allun había regresado de la aventura con un regalo especial. Un regalo que acaso traería riquezas al pueblo. Por fin pensaba que había demostrado ser un ciudadano digno de Rin.
Por ese motivo, había encontrado una nueva paz. Nada podría destruirla ahora.
—Me pregunto por qué habrán vuelto tan pronto —murmuró Allun. Su rostro alegre había adoptado una expresión pensativa—. A mucha gente del pueblo no le hará gracia verlos de nuevo.
Sara miró a su hijo cuando se dio la vuelta para reanudar su trabajo. Oyó las voces de los niños que resonaban en el valle. Por primera vez, una sombra de miedo aleteó en su mente. ¿Por qué habían regresado tan pronto los Viajeros?
¿Por qué?