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LUGAR: TARIJA/BOLIVIA
FECHA: 1964 / día 13 de marzo
Involucrados:
Jefe de la Fuerza Aérea, René Barrientos
Mayor Héctor Quintanilla
Dr. Josef Allen Hynek
Marcial Andrés Montenegro
Marciano Montenegro
Víctor José Arce
Resumen
—En fecha 9 de enero de 1964 y a hora no especificada pero referenciada como el ocaso, el señor Marcial Andrés Montenegro, carpintero, relata que se encontraba en compañía de su hijo Marciano Montenegro y del ingeniero Víctor José Arce yendo hacia la zona montañosa próxima a la frontera con Argentina cuando vieron descender en el cerro El Zaire un gran objeto metálico ovoide de aproximadamente 4 metros de diámetro. El artefacto descendió en forma vertical suavemente y antes de tocar tierra produjo una poderosa luminosidad para después desaparecer entre la vegetación.
El señor Marcial Andrés Montenegro acudió al comando de aviación a denunciar el suceso y para requerir respuestas al respecto y aunque no lo acompañaron los otros testigos aseguró tener pruebas suficientes para respaldar su historia. Al preguntársele qué clase de pruebas, respondió que el objeto volador no identificado dejó su huella en el cerro y además dejó caer una pieza que él recogió.
Al día siguiente efectivos del Grupo Aéreo de Cobertura Militar lo visitaron en su domicilio para recoger las pruebas de las que Montenegro había hablado, además insistieron en entrevistar a los otros dos testigos; uno de ellos el hijo de 8 años, Marciano Montenegro. El niño parecía estar bastante consternado por la experiencia rehusándose a hablar sobre el avistamiento. En cuanto al ingeniero Víctor José Arce, no fue posible encontrarlo.
El señor Marcial Andrés Montenegro entregó a los efectivos militares un objeto parecido a una roca negra con brillo metálico, rescatado del lugar donde descendió el ovni. La pieza fue entregada a su vez por los militares a un representante de la USAF para fines investigativos. Cuando subieron a la cima del cerro vieron la huella de la que Montenegro hablaba, tratándose ésta de arena y rocas graníticas fundidas que formaban un círculo de 4, 44 metros de diámetro. Se tomaron muestras del suelo y se ordenó al testigo que no volviera a hablar de aquello con nadie.
En el año 2000, el hijo de Marciano Montenegro le compró a su padre una computadora con conexión a internet por su cumpleaños número cuarenta y cuatro. Derlis Montenegro explica a la cámara del Canal de la Historia por qué decidió hacerlo:
«Desde que tengo uso de razón veo a mi padre observar el cielo en busca de objetos o luces inusuales comparables a lo que llegó a ver con mi abuelo cuando él era apenas un niño. Nosotros siempre fuimos una familia humilde con empleos modestos, pero en los últimos años tuve éxito en lo que realmente me apasiona hacer, por eso cada vez que puedo hago algo por mi papá. Por ejemplo, durante muchos años utilizó un telescopio casero, hasta que en el 98 le regalé un telescopio Carton. Finalmente en el 2000 decidí comprarle la computadora, para que tenga acceso a internet y pueda investigar sobre lo que le interesa: la visita de los extraterrestres».
Bill Birnes, columnista de la revista UFO y conductor del programa Cazadores de Ovnis, le dice al traductor lo que debe preguntarle a Marciano. El intérprete simplemente le pide a éste que resuma la historia de su padre. El señor Montenegro responde:
«En 1964, cuando todavía vivíamos en Bolivia, mi papá, yo y uno de sus amigos vimos en el cielo una cosa enorme con forma de plato volteado flotando en el aire, estuvo en un mismo lugar girando sobre sí mismo, era de color metálico y luego comenzó a bajar en forma recta lentamente sobre el cerro. Antes de perderse detrás de los arbustos, creo que cuando tocó tierra, se encendió una luz impactante, como si fuera una explosión o un relámpago muy brillante, pero en ningún momento hizo ruido. Nada de ruido. La cosa medía como cuatro metros de diámetro, uno podía calcularlo a simple vista. Había llovido un poco antes de que lo viéramos, y como a las cinco de la tarde, justo cuando el cielo se estaba despejando ahí fue que lo vimos».
Pat Uskert se quita el gorro azul para abanicarse con él, no está acostumbrado a este tipo de calor húmedo. Observa la colección de recortes de diarios y las fotografías organizadas por años y lugares. Se dirige a Marciano preguntando qué pasó con los otros testigos y dónde están las pruebas de lo ocurrido en 1964 que mencionó a MUFON, la organización que investiga los avistamientos de ovnis.
«A finales de los setenta mi padre falleció y como mi mamá es paraguaya nos mudamos para acá, para estar con su familia. Pero yo no pude olvidarme nunca de lo ocurrido esa tarde, porque por culpa de eso mi padre se fue de este mundo señalado como loco y yo soy el único que sabe lo que ocurrió ese día, el único que puede reivindicar su memoria sacando la verdad a la luz. Hace veinte años que dirijo el Museo de las Sillas de la ciudad de Luque. Tengo más de tres mil réplicas de sillas de diferentes épocas que yo mismo hice. El museo abre entre semana hasta las cuatro de la tarde y el resto del tiempo me dedico al Club de Avistadores de Ovnis del Paraguay que fundé en 1989. Hace ocho años, cuando mi hijo me regaló la computadora, descubrí que existía la organización MUFON y ahora soy uno de los miembros que más imágenes aporta desde Sudamérica, además tengo una foto en especial que a ellos les interesó y creo que ésa es la razón por la que ellos les pidieron a ustedes que investigaran mi caso. También gracias a internet pude rastrear al amigo de mi padre y tercer testigo, Víctor José Arce; pero sólo para descubrir que ya estaba muerto. La hija me contó que ella también estaba enterada del avistamiento del 64, pero que su padre nunca habló públicamente de lo sucedido por temor al ridículo, ya que eso sería suficiente para perder su empleo. Por otra parte, mi padre me legó una pieza que creía que se desprendió del ovni, era un pedazo de material parecido al acetato pero con una extraña flexibilidad, nadie más sabía que lo tenía; lo encontró en el lugar del suceso junto a lo que parecía una roca metálica que fue entregada a los militares por cuestiones de seguridad nacional. Ellos estaban enterados de todo, pero le prohibieron hablar de eso».
Bill le pregunta en dónde escondió el objeto que le dio su padre.
«Lamento decirles que no podremos contar con esa evidencia física —responde Marciano mirando a la cámara—, tenía tanto miedo de que los Hombres de Negro viniesen a buscarme, que lo escondí tan bien que ya no sé dónde está».
Jeff Tomlinson, uno de los investigadores del programa televisivo, le cuenta que han buscado archivos oficiales en Santa Cruz para probar que su padre había denunciado el avistamiento a la Fuerza Aérea Boliviana, que los militares habían registrado el hecho y que además confiscaron las evidencias. Sin embargo —le dice—, nada de esto está registrado, no hay archivos policiales, ni periodísticos, ni militares que contengan el informe de Marcial Andrés Montenegro. Bill lo interrumpe respondiendo que eso no quiere decir que los militares no hubiesen estado enterados del hecho sino que podía deberse a que quizás el informe fue clasificado como secreto.
Después de la entrevista en el Museo de las Sillas viajaron a Tarija para que Marciano les enseñara la ubicación exacta donde el ovni descendió; en el lugar se pudo observar a simple vista que algo extraño ocurrió ahí, todavía se notaba el círculo de rocas fundidas y no crecía vegetación sobre él. Antes de irse hicieron algunas tomas del lugar y recogieron muestras para analizarlas.
Dos semanas después Derlis recibe un correo electrónico y sabe que el contenido del mismo decepcionará a su padre.
—Papá… —le dice, parado en la puerta del observatorio casero—. Recibí un mail de parte de los productores del programa Cazadores de Ovnis.
—¿Qué pasó?, ¿qué dicen? ¿Analizaron las fotos? ¿Descubrieron algo?
—Papá, no son buenas noticias. Dicen que no hay material suficiente para hacer un programa con tu caso.
Marciano se baja los anteojos y lo mira atentamente:
—Toda mi vida se basa en este caso pero… ¿no es suficiente para un programa?
—Tranquilo, papá. Solamente dicen que no tienen suficiente material porque no obtuvieron el fragmento del ovni y porque los otros dos testigos no continúan vivos. A eso le sumamos que no hay documentos oficiales que respalden lo que sucedió aquel día…
—¿Y las fotografías de los otros avistamientos? ¿Qué hay de todas esas fotos que les entregué?
Derlis acerca una butaca de madera y se sienta junto a su padre con aire compasivo.
—Analizaron esas fotos. Son aviones, papá.
—¿Aviones? Pero no parecen aviones.
—Las analizaron expertos, no hay nada más que discutir, son fotografías de aviones y algunas son fotografías nocturnas de cosas que flotan en agua, un reflejo en el vidrio o un brillo inusual de alguna estrella. Sólo hay una fotografía que podría ser importante, la del disco flotando sobre el cerro Guazú, han certificado que no hay retoques digitales en ella y nadie ha sabido decir qué podría ser.
—No estoy loco —Marciano sujeta del brazo a su hijo—. No fue mi intención hacer pasar fotos de aviones como ovnis, estaba convencido de que eran objetos desconocidos, otras fotografías me las cedieron miembros de mi club. Pero juro que lo que pasó en el 64 fue real.
—Sé que no estás loco y que es cierto que vos y mi abuelo vieron algo de otro mundo en el 64. Pero tenés que saber que siempre el noventa y cinco por ciento de los misterios en realidad pueden ser explicados de las formas más sencillas. En tu caso, por ejemplo, un avión diferente, una nube de forma extraña, un reflejo del sol, una ilusión óptica, un satélite. Pero eso no quiere decir que estés loco, porque hay un cinco por ciento de hechos misteriosos que nunca podrán ser explicados simplemente porque no tienen explicación. Y no tenés de qué avergonzarte, sólo sos uno de los testigos incomprendidos del cinco por ciento de los misterios que no pueden ser resueltos.