En la mañana del 14 de octubre del año 2009, Bárbaro Félix se rasuró la cabeza con una afeitadora eléctrica que se ganó en una rifa local. Al verse en el espejo sin barba ni cabello recordó su verdadero nombre, José Félix Martínez Herralde. También recordó su vocación: cineasta. Encendió las luces de su pequeño apartamento y contempló con lástima su propia vida, al menos lo que había hecho con ella en aquellos últimos tres años. Sobre un sofá desgarrado por un gato que ya había huido hace meses, estaban amontonadas sus ropas sucias y calcetines impares hechos pelotas. Restos de pizzas cubiertos solemnemente con cuadritos de papel higiénico, pirámides de botellas de coca-cola, colillas de cigarrillos y cuentas por pagar convertidas en barquitos de papel. Pero lo más triste fue ver sus dos cámaras revestidas de polvo y sus rollos de cinta olvidados entre trastes sucios. Se acercó a una cómoda que apenas podía verse bajo aquel cúmulo de artículos desechables que nunca desechó; abrió un cajón y observó sus guiones incompletos, los abrazó y los olió como una actriz huele una camiseta blanca en un comercial de jabón en polvo.
En ese instante Bárbaro decidió que no era tarde para recuperar su vida; todavía mejor, no era tarde para impulsar su vida. Empezó por tirar las cosas que ya no servían, sacudió el polvo y luego trapeó los pisos. Lavó toda su ropa, cambió sus sábanas, ordenó los muebles, eliminó los alimentos vencidos de la heladera. Probó el funcionamiento de sus cámaras, revisó sus viejas cintas, corrigió sus guiones y compró un diario para buscar trabajo.
En las páginas de avisos clasificados encontró uno que le pareció muy interesante, la retribución no era cuantiosa pero al menos consistía en hacer algo que a él le fascinaba: filmar una película. En este caso, un documental sobre un suceso paranormal.
Bárbaro se presentó a la dirección indicada en el anuncio. Al principio temía que fuera a encontrarse con algún psicópata, o peor, con un grupo de psicópatas. Se tranquilizó cuando vio al anunciante en persona; éste se presentó como Derlis Montenegro, quien lucía y se expresaba como una persona común y corriente. Bárbaro sintió alivio porque ya extrañaba a las personas comunes y corrientes.
Derlis le invitó un café y le explicó en qué consistía el trabajo. Le dijo claramente: «No pago mucho solamente porque no tengo más dinero de lo que estoy ofreciendo, el video debe ser un regalo para mi papá, y yo por él lo daría todo. Por eso mismo, si mientras te cuento la historia se te ocurre pensar que mi papá y yo estamos locos, quiero que me lo digas, porque si ésa es tu manera de pensar no podremos trabajar juntos. Sobre todas las cosas, busco respeto».
Bárbaro le respondió que a él le podía contar lo que sea, que con las cosas que él mismo había vivido en carne y hueso nada más podía sorprenderle.
Entonces Derlis se sintió cómodo para soltarlo todo. «Quiero financiar un documental sobre objetos voladores no identificados, avistados en Bolivia y Paraguay, partiendo de la experiencia personal de mi propio padre. Me gustaría que la gente lo tome en serio, que lo respeten, que le crean. El problema es que le faltan evidencias para sostener su historia, por eso quiero que filmemos un documental que sea testimonio de lo que mi abuelo y mi papá vieron, algo que pueda servirnos de evidencia».
—Vine por el trabajo porque necesito terminar mi película sobre vampiros latinoamericanos, así que no tengas vergüenza de contármelo todo, podés confiar en mí. De hecho, ahora que te conozco, no voy a cobrarte nada, solamente voy a pedirte que a cambio me ayudes con mi propia investigación.
Sellaron el trato estrechando sus manos, sonriendo sinceramente, mirándose ambos con respeto, sintiéndose menos solos y por fin comprendidos.
Un miembro del Club de Avistadores de Ovnis informó a los Montenegro sobre lo que creyó ver en las serranías del Amambay, explicó apoyándose con dibujos lo que vio entre las plantas, una figura humanoide de casi dos metros de altura que al percatarse de la presencia de él se esfumó. Los nuevos socios documentalistas decidieron que aquél sería el primer lugar para recabar imágenes y acamparon entre los cerros donde hay petroglifos grabados en las rocas. Para Montenegro, sin duda había actividad alienígena en ese lugar. Durante tres noches permanecieron en vigilia, con telescopios, largavistas de visión nocturna y cámaras preparadas para la ocasión. En uno que otro momento lograron avistar luces extrañas y lejanas, pero no era suficiente para ellos, necesitaban evidencia única y reveladora, un destello no era suficiente; lo ideal era encontrarse con un objeto distinguible, no sólo una luz ni una forma. Querían ver las puertas, las compuertas, las turbinas y antenas; marcianos verdes saludando, lo más concreto posible. Necesitaban un encuentro cercano y estaban dispuestos a todo.
Durante esos días y noches de convivencia hablaron de todo, desde el acetato escondido en una de las tres mil sillas del museo de Marciano Montenegro hasta de la película inconclusa protagonizada por Dila Dubi. Esta mujer intrigó tanto a Derlis, quien desde pequeño estuvo ligado a la búsqueda de la verdad, que se comprometió enteramente a la ayuda a su amigo y comenzó a investigar por su cuenta.
Cuando regresaron a la ciudad, Derlis hurgó en los archivos de los diarios y en internet, y acudió a su nuevo amigo para comunicarle sobre su hallazgo. «¿Sabías que la policía está buscando tu cuerpo hace tres años? Te dieron por muerto en la masacre de unos sectarios argentinos. En teoría deberían de haber investigado qué pasó contigo, sin embargo como nadie reclamó tu desaparición, eso quedó en nada». Bárbaro quedó en shock, no por su supuesta muerte, pues siempre supo que si moría a nadie le importaría; se sorprendió al escuchar algo que no sabía: «¿Masacre de sectarios?».
Se sentaron, Derlis le contó lo que Bárbaro no sabía por haberse aislado del mundo todo este tiempo. En los archivos periodísticos, encontró una nota que salió un día en la prensa roja. Sólo describía los cuerpos, la sangre, en fin, toda la violencia, y días después no volvieron a publicar más nada al respecto. Bárbaro se sintió algo aliviado, después de todo, esa secta fue la principal razón por la que se recluyó en su departamento con miedo a todo. Pero lo que su amigo le dijo a continuación, lo dejó devastado.
—Dila Dubi también está muerta. Esta otra pequeña nota periodística la menciona como víctima en un accidente de tránsito, la fecha es de semanas antes de la masacre. Ya no estás atado a nada, todo terminó hace años y no lo sabías.
Bárbaro Félix recuperó la compostura de sus mejores momentos, lo miró a los ojos y preguntó lacónicamente:
—¿Terminó todo lo de tu abuelo y tu padre cuando los militares le dijeron que se quedaran callados? ¿Terminó todo cuando les dijeron que sin evidencias ni testigos su historia no era verídica? Vamos a corroborar los hechos de una vez por todas. Dime, en qué carretera dice que fue hallado el cuerpo. Bárbaro y Derlis investigaron la muerte de Dila Dubi. Todo lo que obtuvieron extraoficialmente en la comisaría en donde se registró el accidente fue un nombre: Isabella Domínguez de Islas. Después de algunas semanas, Bárbaro finalmente consiguió entrevistarse con ella en la prisión.
Isabella escuchó a su visitante y lo segundo que dijo, luego de pedir un cigarrillo, fue:
—¿Qué pasa con esa mujer? Nunca nadie me vino a visitar, pero en quince días recibo dos visitas y los dos me preguntan por ella.
—¿Quién vino aparte de mí?
—¿También la viste viva? Ahora yo también dudo si es que realmente la maté, le diré a mi abogado que lo investigue… —dijo con tono sarcástico.
—¿Qué me está diciendo, señora? Por favor explíquese.
—Mirá, lo voy a decir una sola vez más, y después que nadie más me venga a joder. Mi esposo y yo atropellamos a Dila Dubi, la matamos y la abandonamos. Su cuerpo fue identificado por personas que la conocían. Debe estar enterrada en algún lugar, podrías tomar una pala y confirmarlo vos mismo. Pero hace quince días vino un hombre a preguntarme si es que yo estaba segura de que era ella, cómo se veía, si realmente estaba segura de que está muerta… Si yo no hubiese estado segura de haberla matado, si no hubiese visto sus restos, créeme que no estaría aquí. El tipo que vino era muy raro, sabés, me dijo que creía que él fue quien la atropelló, además en el mismo lugar y de la misma manera, pero tres años después. Lo más raro es que me dijo que la volvió a ver hace poco, esta vez trabajando de stripper en las afueras de la ciudad. ¿Podés creerlo? ¡Un tipo loco! ¡Y soy yo la que está encerrada!
De vuelta a la furgoneta en la que Derlis lo esperaba, Bárbaro le repitió todo lo que Isabella le había contado, y antes de que su socio pudiera sugerir cómo averiguar el nombre del visitante misterioso, Félix se apresuró a enseñarle una falsa acreditación de prensa. «No te imaginás todo lo que se puede hacer con una acreditación así. Conseguí el nombre al instante, lastimosamente nunca escuché hablar de ese tal Vincent que la visitó y que vio a Dila viva».
Derlis se sintió más intrigado de lo que estaba en un principio y sumó a la conversación las pistas que podrían llevarlos a Dila, cosas que había descubierto en una cabina de internet usando Google mientras esperaba: en la escena del crimen de la secta, estuvo presente una psiquiatra forense llamada Morena Iglesias y, según sus indagaciones, esta psiquiatra estaba ligada a la vampirología. «Amigo, creo que ésta es la persona a la que debemos entrevistar para tu película, sin duda ella sabe algo sobre Dila Dubi». Bárbaro quiso explicarle la diferencia entre una película de ficción y un documental con entrevistas, pero le inquietaban otras cosas como qué relación tenía el accidente de Dila y la masacre de los sectarios semanas después o el porqué de la Dila duplicada, esa visión que tuvo el tal Vincent tres años después en el mismo lugar, o por qué hay una stripper idéntica a Dila Dubi en las afueras de la ciudad. ¿Será porque es inmortal como un vampiro?
Derlis lo despertó de esas deducciones improbables recordando sus propias palabras:
—Como le dije una vez a mi padre, noventa y cinco por ciento de los misterios pueden resolverse con las explicaciones más obvias; el resto no puede ser explicado nunca porque simplemente no tiene explicación.
Bárbaro subió los pies al asiento, sus largas piernas dobladas parecían encapsularlo en la zona desconocida, su rostro no era un rostro vencido, era quizás una furia secreta por desenmascarar la verdad. Derlis sabía que podía confiar completamente en él, ya no estaba solo en esa búsqueda, seguía lanzándole datos que superficialmente podían parecer vanos y hasta ridículos, no se callaba ningún segundo; firme y decidido en la combi de cara al sol, persistía leyendo sus anotaciones mientras Bárbaro procesaba la información en silencio:
—Es difícil rastrear este tipo de casos, sólo tienen un interés sensacionalista por lo que la prensa es descriptiva en cuanto a la escena del crimen pero luego no hace un seguimiento porque a nadie le interesa la vida de estas personas, sólo les interesan las fotografías y las descripciones llenas de morbo. No sabemos si atraparon al asesino de los sectarios, apenas tenemos fechas y causas de muerte. Recolecté nombres de psiquiatras que han atendido a asesinos seriales con los perfiles de los sectarios, tengo archivos de noticias sobre asesinos bebedores de sangre de las últimas cuatro décadas. También encontré estas tesis sobre vampirismo: «El vampiro como paradigma de la sociedad», Garza Bogado, M.; «Los vampiros literarios», Pétain, J.C.; «Drácula en Nueva York», Eckheart, L.; «Hitler y los vampiros», Guevara, F.; «Los Vampiros a la luz de la Medicina», Gómez Alonso, J.; «Transmitología histórica de los héroes gemelos y los murciélagos vampiro del Popol Vuh», Hernández, E…
—¡Detente ahí! —exclamó Bárbaro—. ¿Dijiste héroes gemelos?
Derlis asintió con la cabeza mientras se cercioraba de que efectivamente había leído bien el texto.
Bárbaro lo tomó por los hombros animado por una súbita inyección de alegría. «¿Te das cuenta? ¡Esta podría ser una pista clave para descubrir lo que pasó!». Parecía dibujar en el aire una ecuación mientras intentaba explicarle atropelladamente la suposición: «Vos decís que el noventa y cinco por ciento de las veces, la explicación es la más obvia, la más simple. De ser así, ¿cómo explicarías la visión de una misma persona en dos partes?».
—Una persona enamorada cree ver al objeto de su afecto en varias partes. O un sujeto paranoico… Podía ser que nada más las personas se parecían entre sí… Podría ser… ¡Claro! Dila Dubi podría tener una hermana gemela. Pero eso no explica cómo fue atropellada dos veces, una en el 2003 y otra hace algunos meses. Y que a pesar de eso, este mismo año haya sido vista haciendo striptease.
Bárbaro volvió a decepcionarse, se tocó la cara, muy preocupado, le apareció un tic nervioso, ansioso, parpadeaba rápidamente.
—Entonces son trillizas… o no tenemos nada… —suspiró.
—Si Vincent atropelló a una de las hermanas Dubi, ¿no debería de estar en la cárcel como Isabella? ¿Y no se te hace extraño que haya ocurrido en el mismo lugar?
—Debió haber sobrevivido o Vincent debió haberlo imaginado. ¿Pero cómo imagina algo que sucedió en el pasado?
—Obviamente fue un fantasma.
—O quizás Vincent tenga un sexto sentido.
—Quizás la stripper es un fantasma.
—Prefiero la explicación de las hermanas gemelas.
—O Vincent atropelló a un fantasma. Quizás ese accidente pertenece al cinco por ciento de los sucesos que nunca tendrán explicación.
El teléfono de la doctora Iglesias suena, generalmente la llaman colegas o familiares, atiende tranquilamente mientras revisa su correo. Inusualmente, esta vez se trata de otra cosa, el que llama dice ser un gran admirador, un reportero que se encuentra haciendo un documental sobre la rabia y la porfiria como origen del mito del vampirismo.
A Morena le interesa el asunto, así que se acomoda en un sillón cerca de una ventana que da hacia la calle y le cede toda su atención. El hombre quiere que ella sea su fuente de información, dice que la pondrá en los créditos, le regalará copias, lo que ella quiera. Morena responde que pueden reunirse a tomar un café algún día, pero no la próxima semana porque ella estará viajando a Denver para una convención. Él, muy seguro, le dice que no se preocupe por el tiempo, pueden trabajar a distancia. Ella insiste en que quiere conocerlo en persona. Entonces luego de un largo silencio, el supuesto reportero le dice:
—Mi nombre es Bárbaro Félix.
Morena responde con otro silencio, se dispone a cortar el teléfono, pero luego se pregunta si es cierto y decide no quedarse con la duda.
—¿Bárbaro Félix? ¿O el fantasma de Bárbaro Félix?
Bárbaro cubre el micrófono y le susurra a Derlis: «Veo que no es difícil hacerse pasar por fantasma».
—¿Por qué me dice fantasma? ¿Acaso reconoció mi cuerpo en la carpa de la secta?
—Muchos cuerpos quedaron sin identificar, admito que no se hizo un seguimiento al caso. Después de todo, los miembros de esa secta eran despreciables. Pero encontramos muchos objetos que le pertenecían a usted, Félix. Es mejor que crean que está a muerto a que es el asesino, ¿no? Casi lo pusieron como sospechoso de los asesinatos, afortunadamente otros investigadores y yo lo defendimos. Usted no tiene el perfil y teníamos en la mira a otro hombre. ¿Por qué se escondió todo este tiempo?
—Metí una cámara oculta a la secta y me descubrieron, temía por mi vida. No sabía lo que pasó con ellos. Ni lo que sucedió con Dila Dubi.
—¡Cierto! Ella debió ser su amiga, ¿no? Dicen que actuó para usted, ¿cómo lo consiguió?
—Ella era una chica sencilla que sólo quería ser actriz. Una historia similar a tantas.
—Similar a la de Elizabeth Short, la Dalia Negra, por ejemplo. ¿Qué piensa hacer, Bárbaro? ¿Va a hablar con la policía sobre lo que sabe? Por otra parte, le puedo asegurar que nadie lo está buscando y que…
—Doctora, estoy en un teléfono público y se va a cortar la llamada en unos segundos, así que iré al grano. La verdad es que necesito saber si usted me puede ayudar a descubrir qué sucedió con Dila.
Después de todo, Bárbaro comenzó a pensar que todo esto era buen material para un documental sobre su película.
—La atropelló un auto y murió al instante por traumatismo intracraneal. Los responsables están identificados, una mujer está detenida. ¿Algo más?
—¿Sabía que dos personas diferentes creen haberla atropellado? ¿Usted vio el cuerpo? ¿Puede asegurar que está muerta?
—Sí, vi el cuerpo. No la conocí a ella personalmente, pero pude identificarla porque conocí a su hermana gemela.
—¡Su hermana! Eso es lo que yo sospechaba cuando me dijeron que vieron a Dila viva en un antro en las afueras de la ciudad…
—¿Así le dijeron? ¿Dila viva? —Morena se fregó los ojos como si quisiera despertar—. Supongo que quien sea que dijo que vio a Dila viva, en realidad vio a la hermana, mi paciente.
—Permítame hacerle otra pregunta, ¿usted identificó un cadáver sólo basándose en la fisonomía de la hermana gemela?
—¿Está cuestionando mi forma de trabajar? Quizás usted conoció a Dila en persona, pero yo la conozco de manera más profunda; de hecho soy muy amiga de un antropólogo que lleva casi una vida tras la Orden de los Caballeros Eternos, nadie sabe más de Dila que él.
—¿Un antropólogo? ¿Qué tiene que ver un antropólogo con las hermanas Dubi?
—Los sectarios eran saqueadores de excavaciones arqueológicas. Como creían que Dila Dubi era reencarnación o algo así de lo que sea en lo que ellos creían, el profesor creía conveniente seguirle el paso a Dila.
—Saqueadores de zonas arqueológicas hay miles, qué tiene de especial lo que ellos robaron para que el antropólogo gaste toda su vida en ellos.
—¿Qué está tratando de insinuar?
—Me parece que de repente esto dejó de ser una cuestión de vampiros para volverse una cuestión de momias perdidas.
—Por qué mejor no nos encontramos en algún lugar para charlar. Podemos intercambiar información. ¿Sabe en qué lugar supuestamente fue vista Dila?
—¿Qué es una momia después de todo? Un cuerpo que no se descompone…
—Escúcheme, Félix, le exijo que me responda en dónde está la mujer que se parece a Dila Dubi. ¿Hola? ¿Sigue ahí?