A DILA D LE GUSTA EL CINE B

Oh Dios, Ed Wood está soñando, Jacques Tourneur está filmando y el refrito lo hace Eli Roth. Algo debe estar pasando, porque hay una princesa vampira en una sala de cine, respirando, anhelando, enamorando, comiendo insectos de una bolsa de popcorn.

Hay una alita de mosca pegada a sus labios pintados con lipstick morado. Sus uñas largas y filosas, negras y curvadas, perforarían órganos y membranas, pero permanecerán intactas mientras a esas manos sigan ensambladas.

Todos los jueves y domingos después de medianoche hay cine bizarro y barato en el Cine Virginibus Puerisque. Dila es una adolescente inocente, pero ama la noche y una buena escena gore. Le fascinan los platillos voladores, los monstruos verdes y las luces de neón.

Nadie como ella ama a Béla Lugosi y a Boris Kar-loff.

La punta de su larga lengua emerge de la oscuridad, barre el vestigio de díptero con toda naturalidad; sus senos en pleno crecimiento inflan su blusa y revientan hilos con cualquier suspiro o vuelan botones y rugen los hombres. Por mirarla, el viejo verde de atrás se ha perdido el desenlace de Devil Girl of Mars.

Algunas veces se emociona cuando ve a Lon Chaney Junior; ella siente que lo lleva en cierto rincón de su memoria y corazón. Dila es huérfana y sus recuerdos infantiles han sido bloqueados por una experiencia terrible; pero la figura de Lon Chaney Junior se transfigura con amor y evoca a un padre ausente siempre presente, onírico e inestable.

Como ella, también Maila Nurmi admiraba a Norma Desmond, Morticia y Theda Bara, pero Dila Dubi no es ciencia ficción ni mucho menos hija del shock rock. Ella quiere, como todas esas otras, interpretar para cine un memorable rol: salir en blanco y negro, si es posible sin parlamento, conquistar con una mirada el nostálgico Hollywood.

Se ha embriagado con sangre de animales y detesta la carne cocida, es carnívora neta pero no por eso caníbal. Aunque ella no lo recuerde, mata con las manos desde que era una niña. Nunca ha probado carne humana, ni le atrae hacerlo; le bastan las gallinas, las vacas y los cerdos.

Se levanta de la butaca y sale de la sala de cine como si de su tumba brotara. Como un espectro nocturno, como un muerto viviente, con ambos brazos extendidos frente a ella, como momia, como zombi. Desde entonces, desde siempre, la gente la sigue.