Bárbaro Félix realiza por encargo películas en super-8 sobre parafilias. Al principio eran sólo cortos, pero con el tiempo su fama creció en el mercado de entretenimiento para adultos y ahora hace largometrajes. Sus clientes, hombres y mujeres con trastornos sexuales, no entran en contacto directamente con él, sino a través de algún sex shop clandestino que le hace llegar la oferta; él se maneja con misterio y discreción, porque como no trabaja con actores muchos de sus filmes pueden ser considerados ilegales, y es esa particularidad la que hace que su trabajo valga cualquier monto que él pida. Habría preferido que sus clientes fueran amantes del cine y que lo valoraran como artista; sin embargo, gradualmente su frustración fue aplacándose al ver que la industria de la perversión podría convertirse en un fondo para financiar su propio largometraje de ficción en treinta y cinco milímetros.
Por el momento, está filmando una cinta sobre frotismo con su Nikon R10. Esta parafilia es conocida como frotteurismo o frotismo, él prefiere este último término y le hace mucha más gracia este otro: frotista. Al hacer la investigación previa, encontró el tema bastante cómico y las ideas empezaron a formarse como fotogramas aislados, sentía sus texturas bajo los párpados, rápidamente dibujó mentalmente un storyboard y supo inmediatamente cómo encararía el proyecto y de cuánto sería el presupuesto.
No le resulta fácil elegir al protagonista de cada obra, porque no sólo debe ser un parafílico real, sino que según Félix debe tener un je ne sais quoi para transmitir las sensaciones y a la vez emitir placer visual. Lleva cuarenta y ocho horas filmando a un hombre de casi cuarenta años, alto y fornido, que tenía fama en su barrio de ser un frotador profesional. Lo siguió con la cámara por ciudades en las que nadie lo conocía y se metía en donde había gente abarrotada para aprovecharse de la situación. Félix lo contrató por una semana para seguirlo hasta capturar la pulpa de su ser. Primero puso al frotista en una habitación solo con la cámara y una grabadora de audio, ahí el hombre explicó en privado detalles de lo que sentía, describía por qué y cómo se excitaba y hasta relató sus primeros recuerdos al respecto. Como la primera actividad iba a ser documentar su paso por un colectivo, reveló que bajo su delgado pantalón de algodón no llevaba ropa interior para que la experiencia fuera más envolvente. El lente de la cámara no se perdía ningún gesto ni acción, recababa hasta el suave parpadeo del protagonista que confirmaba que sus genitales ya se encontraban en contacto con las nalgas, muslos, espalda u hombro de algún extraño en el micro. Las tomas no sólo abarcaban el escenario o las expresiones del frotista, sino que también recorrían la inocente indiferencia de la víctima distraída o dormida. Su bulto se hundía en cualquier cavidad incauta o presionaba profesionalmente toda prominencia descuidada. El roce era rápido, preciso pero sutil, y al reproducirlo en cámara lenta el resultado era obsceno.
Fueron a una procesión y el director captó a cada feligrés interceptado por el cariñoso miembro del pornostar que aprovechaba para repartir bendiciones y mojarlos con su agua bendita. Uno que otro sentía algo húmedo en el cuerpo y la cámara conseguía capturar esas expresiones de extrañeza, en la que los sujetos o víctimas, como quieran llamarse, palpaban la humedad en sus ropas o sobre la piel y la olían sin descubrir nada concreto en ello, luego se abanicaban o se secaban el sudor de la frente con un pañuelo. El director deducía, e intentaba que las imágenes deduzcan a su vez, que las personas no sospechaban en absoluto lo que les acababa de ocurrir sino que se creían culpables de una sudoración atípica y vergonzosa. Cuando el frotista se encontraba a solas con la cámara compartía intimidades, como que cuanto más desconocido era el sujeto o más ajeno estaba éste a la situación, más placer recibía. Se adelantaba en la procesión empujando con la ingle a hombres, mujeres, ancianas, sacerdotes, todo lo que se le venía encima. Un empujón delicado, casi imperceptible, un roce secreto que podía ser confundido con una brisa o con un accidente. Después asistieron a una protesta contra el gobierno y a una fila de supermercado, en los días siguientes irían al banco, al cine, a la cancha. Cada fricción conducía al protagonista a un estado de excitación que quizás al revivirlo en la privacidad de su recámara acabaría en una parafilia más aceptada socialmente.
Pero el trabajo que realmente marcó a Bárbaro Félix fue el del filme sobre vampirismo. Le encargaron una película sobre bebedores de sangre. Los expertos del Club de Video Porno Aberrante señalaron que los clientes pagarían extra si una mujer llamada Dila Dubi aparecía en el material como estrella principal.
Bárbaro Félix ni sabía quién era Dila Dubi ni mucho menos en dónde encontrarla. Pero él fue quizás la única persona que sin hacer ningún esfuerzo dio con ella. Dila Dubi apareció una noche en la planta baja de su edificio, ahí todavía se usaba un ascensor amplio con rejas, él corrió las cortinas de metal y apareció esta mujer muy parecida a un espectro; traía un piloto negro para lluvia que casi la cubría por completo, su pelo estaba completamente mojado y el delineador de ojos corrido hasta sus pómulos; a él su belleza le llamó la atención inmediatamente, supo al instante que tenía lo que se necesitaba para ser su estrella. Ella llegaba hasta él con una necesidad, soñaba con llegar algún día a actuar en una película de cine B y escuchó en un círculo de entendidos que alguien dijo que él estaba haciendo una película de vampiros.
Bárbaro Félix se sintió inspirado y no quiso perder el tiempo, tomó su cámara y durante los siguientes tres días filmó todas las escenas en las que aparecía ella sola. Pero un día después de hablarle sobre lo que faltaba, que eran las escenas compartidas con masoquistas reales que iban a dejarse succionar sangre, ella desapareció. La esperó por varios días pero ella simplemente no regresó y él no sabía en dónde encontrarla, se lamentaba porque por primera vez había sentido esa sensación de que estaba haciendo algo artístico, se sentía inspirado por la figura de Dila, además de que se rehusaba a desperdiciar el material filmado. Todo pudo haber sido perfecto: la importante suma que estaban dispuestos a pagarle por esa cinta habría significado ya la posibilidad de hacer la película que deseaba, y además tenía a la actriz, la estrella, la musa, la única que podía guiar sus próximas obras a la inmortalidad. Revisó una y otra vez lo que tenía hasta entonces. Un plano secuencia de Dila quitándose la ropa en el ascensor hasta llegar al piso de Félix, va hasta al baño y se introduce a una tina llena de sangre, que en realidad era una mezcla de miel, harina y sangre de drago. Varias tomas de las nalgas, senos y entrepierna cubierta de sangre. Una escena de Dila bebiendo de una vasija sangre real conseguida de un matadero. Un contrapicado de Dila apuñalando algo que no entra en el cuadro pero que salpica a su cara un espeso líquido negro. Un plano general de la cocina y Dila de espaldas. Plano detalle de la boca y sus dedos que introducen en ella sesos fritos de vaca. Plano de subjetivo de Dila mirando sus pies descalzos. Plano cenital de los pies de Dila pisando el pene cubierto de sangre de Bárbaro Félix. Larga toma del poder de su mirada. Dila orinando desnuda en el inodoro. Dila orinando desnuda en el piso. Dila con ropa llorando. Una doble exposición del mismo encuadre de la habitación para lograr dos Dilas, una en la cama y otra observándola mientras duerme; para hacer esta escena filmó a Dila parada de un lado mientras reservaba negativo cubriendo la mitad del objetivo para que no se viera la parte de la cama, luego regresó la cinta al punto de inicio de la escena y cubrió la parte en la que salía ella parada y destapó la otra, en ese fragmento de cinta reservada sobreimprimió a Dila en la cama.
Bárbaro Félix, que no tenía hematodipsia ni hematolagnia, sino compromiso con su trabajo, más por amor al arte que al dinero, pero soportando lo segundo para llegar a lo primero, se puso en el papel de un fetichista de sangre y fingió ser cliente de su cliente; por sobre todo era un genio y tenía la fama necesaria en los círculos en los que nadie hablaba con la policía pero sí con los genios. Se relacionó con los clientes de sus clientes y consiguió infiltrarse a una secta, peligrosa para quienes no fueran hermanos, para filmar a escondidas los rituales sangrientos. Al final, el montaje lo solucionaría todo. Las escenas serían reales, pero el montaje mentiría sobre el tiempo y el espacio y de esa mentira eficazmente contada surgiría una verdad que duraría lo que el metraje. Así es como las divinidades pueden estar en todas partes, gracias al montaje. La desgracia fue que antes de que él obtuviera suficiente material descubrieron que era un outsider.