LA NO VIDA DE CORNELIUS

Mis padres no podían tener hijos, lo intentaron durante varios años y nada. Terminaron convenciéndose de que simplemente era imposible; por eso cuando supieron que yo venía en camino no lo celebraron, pensaban que no iba a durar. Me habían condenado con el pensamiento al más trágico de los destinos: la falta de uno. Mi nacimiento no inspiró el más mínimo acto de bienvenida ni muestra de afecto. Mi padre sólo me miraba y pensaba que yo era un niño sin vida. Que esa vida que yo aparentaba tener no era mía ni suya, ni de nadie, sino que todo era una ilusión. O una alucinación.

Ahora supone que, de haber poseído una vida, yo la habría llevado de la forma más fantástica en que un ser humano podría hacerlo. No sé si mi vida llegó a ser mía alguna vez, pero hoy sólo me queda fantasear con ella como si se tratara de un sueño.

Me veo como un Willy Wonka latino, un excéntrico riéndose de la gente. Sólo que sin fábrica de chocolates, no me gustan los sistemas corporativos ni liderar grupos, ya sean Oompas Loompas o personas regulares. Me veo más independiente, como un hombre con una misión, como aquél que dio la vuelta al mundo en ochenta días, pero más raro. Un aventurero, un sobreviviente, descubriendo las dimensiones secretas de la naturaleza. El conejo blanco del País de las Maravillas, eso es lo que soy. Pero sin el reloj y seguramente sin la chaqueta ni el chaleco. Y si andas persiguiendo conejos / y sabes que vas a caer / diles que una oruga fumando la hookah te mandó a llamar. Claro, reconocen la canción White Rabitt. Sí, es que aunque no tenga vida, yo soy un hombre completo, me gusta Jefferson Airplane.

No sé por qué en esta no vida sólo existimos mi papá y yo. Él es un cazador de fantasmas y yo soy este espíritu aventurero que devora animales muertos en el desierto y exprime estiércol para no morir de sed, los dos podríamos salir en Discovery Channel. La madre que se ha resignado con mi ausencia ya no ha vuelto a aparecer en las constantes evoluciones cíclicas del universo; pero tampoco la necesitamos, mi padre dice que un espíritu no necesita madre.

Mi padre no es un fracasado, no lleva la gran L en la frente. Aunque no ha atrapado nunca a ningún fantasma, ha llegado a ver a algunos frente a frente (suprimamos aquí al fantasma que me ha matado, porque al estar vivo yo, ese encuentro jamás ocurrió). Les hablaré de un fantasma juguetón con el que mi padre se encontró en la frontera entre Bolivia y Paraguay. Los lugareños lo llamaban el Cucu Caca. Era el espíritu de un niño que fastidiaba a la gente cagándoles las cosas. Ya saben, los pisos, las paredes, los cubiertos, la comida. Uno se volteaba y el Cucu Caca se cagaba en las cosas. Dice mi padre que la mayoría de las veces era invisible, pero que había noches en las que le gustaba mostrarse, y mi papá fue uno de los que tuvo la oportunidad de ver cómo era; un niño de unos cuatro o cinco años con piernas largas que parecían dos tablitas de madera, la cara redonda y sonriente, rubio y de ojos celestes muy claros, posaba la mirada sobre uno pero parecía no verte.

Mi padre estaba en la casa de una familia paraguaya tratando de atraparlo cuando lo vio alumbrado por la luna en el patio de la casa. Sintió tal ternura al verlo, que mientras los demás corrían él se quedó parado, hipnotizado casi mirándolo a los ojos, pero el Cucu Caca no lo veía, caminaba hacia él pero no lo veía, la gente gritaba que corriera, que se alejara si no quería que le cagara encima. Mi papá retrocedía lentamente, siempre mirándolo y el Cucu Caca seguía los ruidos de la familia que gritaba y los buscaba como si todo se tratara de jugar al escondite, el pequeño fantasma pasó junto a mi papá sin hacerle nada, yendo directo a aquellas personas escondidas bajo una misma sábana en un sola cama. Y cuando iba a sentarse sobre ellos, mi papá se acercó con la mano extendida como para tocar sus rizos dorados, entonces el niño fantasma volteó quizás sintiendo la mano cerca, se asustó y desapareció.

Es irónico, ¿no? Que mi padre no haya atrapado a un solo fantasma en toda su vida y viva rodeado de ellos. Está vivo, pero vive entre los muertos. Lo más absurdo es que no puede dejar esto, no hasta encontrar a un fantasma en particular para cobrar venganza. Siempre le digo que ya no piense en eso, no es posible vengarse de un fantasma, pero él responde: «Ya, Cornelius, no me digas a mí qué hacer, soy tu padre».

—¡Vincent, despertáte! Estás soñando otra vez. Cornelius está muerto.