—Yo lo conozco, profesor; es decir, lo recuerdo. Si bien tenemos una relación intermitente y superficial, creo que podría afirmar que usted es lo único estable en mi vida. El universo se empeña en cruzar nuestros caminos —dice una mujer madura y segura.
El profesor bebe un trago de café, al final arruga la frente como si acabara de descubrir que está muy caliente o que le falta azúcar, así que trata de corregirlo soplándolo y endulzándolo.
—No pensé que fuera a recordarme…
—¿Cómo podría olvidar aquel piercing?
—¿Sólo eso? —se ríe—. Jamás pensé que usted fuera a ser esa doctora de la que tanto me hablaron. Como usted dice, nos hemos visto tantas veces, debí imaginar que no era casualidad, los dos íbamos detrás de lo mismo —contesta el profesor.
—No hacemos precisamente lo mismo. Los dos tenemos objetivos diferentes.
—Pero vamos detrás de lo mismo.
—Casi… —insiste ella como si lo contrario fuera una ofensa.
—Casi… —repite el profesor mientras revuelve el café recién endulzado.
Ella está recostada contra el respaldo de la silla y golpetea la mesa con una cucharita, analizando a su interlocutor mientras lo observa terminar su taza.
—Sin rodeos, profesor. ¿En qué lo puedo ayudar? —pregunta con dureza.
—Usted lo sabe.
Ella se muerde los labios y se acerca a él:
—¿Quiere hablar con uno de mis pacientes?
El profesor piensa que ella es bellísima, aún con todos esos años encima, una dama preciosa. Se pregunta si estará casada o divorciada. Viuda posiblemente.
—Tengo entendido que uno de sus pacientes ha sido amigo de ella —explica tratando de no dar muchos detalles por si alguien más los escucha.
—¿Amigo? No creo. Sé a quién se refiere, aunque no creo que haya sido amigo de ella. Pero de que la conoce, la conoce. Habla de ella todo el tiempo.
—¿Y qué dice?
—Nada importante, estoy segura de que no tiene idea de dónde hallarla.
—Usted es muy suspicaz.
—Usted es muy transparente.
—¿Sabe?, igual me gustaría hablar con su paciente. ¿Usted cree que podría…?
—Lo que yo creo es que podríamos trabajar juntos, dos cabezas piensan mejor que una.
—¿No le da miedo? —pregunta sobrecogido.
—Creí que dijo que me conocía.
El profesor sonríe.
—Lo importante es que encontremos a esos psicópatas pronto, será lo mejor para todos —dice la doctora mientras levanta el jarrito vacío de café para que el mozo lo recargue.
—Esos locos son peligrosos.
—Por eso los buscamos, ¿o no? ¿Por qué los busca usted?
—Creo que ellos poseen algo que podría tener muchas respuestas para la ciencia. Tengo entendido que el primer líder de la secta fue arqueólogo.
—No me diga —replica sorprendida.
—Sí. Sospecho que en los cincuenta o sesenta fue director de algún proyecto en Yucatán o director del Centro de Estudios Mayas.
—Conque mayas, eh. Supongo que usted cree que estos ritos de sangre que practican en la secta tienen algo que ver con la cultura maya.
—Y yo supongo que para usted la respuesta más obvia es que no tienen ningún fundamento, que sólo se excitan con la sangre.
—Algo un poco más complicado que eso: sadismo, zoofagia, necrofilia. ¿Pero qué hago?, usted no es ningún inexperto, ¿por qué se hace el tonto? Yo recuerdo que… —dice dándose golpecitos en los labios con el dedo índice— lo vi en la conferencia de Candice Skraper, en Ciudad Juárez, por lo del Depredador de Chihuahua, ¿recuerda?, usted no es ningún tonto, sabe bien a qué clase de personas nos enfrentamos.
—Sí, sé qué clase de personas son, pero déjeme recordar cómo los describió usted en aquella columna de la revista psiquiátrica a la que estoy suscrito sólo por usted. ¿Cómo era? ¿Una cuna de asesinos en serie?, ¿así los llamó?
—Usted lo está diciendo —dice ella evitando el contacto visual.
—Y usted lo está pensando.
—Está bien, yo le contaré cosas y usted a mí, así podremos trabajar juntos.
—De acuerdo.
—Empecemos… ¿Qué es eso tan importante que la secta guarda para que usted esté dispuesto a pagar cualquier precio?
El profesor mira a los lados para luego responder:
—Si no me equivoco, ellos podrían estar guardando material conservado de suma trascendencia para el estudio de la civilización maya.
—Está queriendo decir que tienen una… ¿momia?
—Mejor que eso. Estamos hablando de material genético intacto de un ser excepcional.