EL METEORITO EN EL ISLOTE
El calor de principios de mayo ha terminado por cambiar las rutinas del Islote de Arañas. Hace demasiado calor para dormir por las noches, y los residentes en la casa han empezado a adoptar la costumbre de bañarse en la laguna por las noches y de quedarse leyendo o jugando a las cartas hasta entrada la madrugada. Hace una semana se decidió por votación retrasar una hora y media el inicio de las actividades matinales, con la oposición del camarada Cuervo. Posteriormente se votó evitar las actividades al aire libre durante las horas de la canícula, también con la oposición del líder de la Tropa. Para cuando el camarada Ogro llega a la isla, a mediados de mes, el camarada Cuervo ya ha perdido seis votaciones seguidas, y si no hay actividades ni tareas programadas se limita a quedarse en su habitación de la casa, a menudo en compañía de Blancanieve y Rojaflor. Los demás ocupantes de la casa acogen estos encierros con alivio. La tensión parece relajarse en el islote. El camarada Piel de Oso y los suyos parecen sobrellevar mejor la inacción de la espera cuando su líder no está presente. De cara al colectivo, lo que el camarada Cuervo está haciendo dentro de su dormitorio es ofrecerles tutorías de orientación política a las dos chicas.
Es la medianoche del segundo día del camarada Ogro en el islote y prácticamente todo el mundo en la casa ya ha notado algo extraño en el recién llegado. Algo que todavía nadie puede calificar. Barbosa, R. T. y la Madre Nieve están tumbados en la orilla de la laguna, bajo las estrellas, arrullados por el rumor de las olas diminutas sobre los guijarros. Los tres fumando y escuchando a medias la música que viene del reproductor de casetes que suena en la otra orilla. El tema que suena es Cautious Lip de Blondie. No está claro en absoluto de dónde han salido el reproductor de casetes y la cinta de canciones mezcladas que venía con él. Alguno de los residentes más veteranos de la casa juraría que hace unas semanas no estaba. En el aparato de música, Debbie Harry canta con una pereza asombrosa sobre besar labios y morder labios.
El tintineo de la cortina de cuentas de la terraza de la casa hace que R. T. y Barbosa estiren el cuello para mirar quién sale. La Madre Nieve está acostada sobre los guijarros, con los ojos cerrados. Completamente inmóvil, sin que nada en su cuerpo indique que respira.
—Aquí viene Julius Rosenberg —murmura Barbosa, contemplando al camarada Ogro, que acaba de salir de la casa y se ha detenido un momento en la barandilla.
—¿Escondo la botella? —dice R. T.
—No. —Barbosa niega con la cabeza—. Espera a ver qué dice.
El camarada Ogro baja las escaleras de piedra que llevan a la playa de cantos rodados. Tiene el pelo muy corto y una barba muy larga y rizada que parece de otra época. La barba de Tolstoi. De Friedrich Engels. A pesar del calor, lleva unos pantalones de pana y una camisa blanca sin cuello. Ahora baja con cuidado por los guijarros hasta el sitio donde Barbosa y los otros dos están tumbados a la luz de la luna. En el aparato de música, Debbie Harry canta con voz perezosa sobre mujeres dulces y caderas que se contonean. Barbosa le hace una señal al recién llegado.
—Siéntate con nosotros, camarada —le dice—. Todos nos morimos de ganas de conocerte. Nos han contado tu gesta. Lo de los documentos que has robado.
El camarada Ogro se sienta al lado de Barbosa. Acepta el cigarrillo que el otro le ofrece y le deja que se lo encienda. Da una calada y mira las tres siluetas que están bailando y bebiendo al otro lado de la laguna.
—¿Qué están haciendo? —pregunta.
Barbosa recoge un periódico arrugado que hay sobre los guijarros y se lo da al recién llegado. El camarada Ogro mira la portada a la luz de la hoguera: la fotografía de Aldo Moro muerto dentro del maletero de un coche, rodeado de policías y curiosos.
—Están de celebración, camarada —explica Barbosa—. Celebrando el triunfo de nuestros camaradas italianos contra el revisionismo y el fascismo. ¿Quieres un poco de esto? —Saca la botella de vino que tienen medio enterrada en los guijarros.
El camarada Ogro da un trago de la botella que el otro le ofrece. En el equipo de música, Debbie Harry canta con pereza infinita.
—Bienvenido al otro lado —dice Barbosa—. Seguro que no te lo imaginabas así. A mí me gusta mucho más que el lado donde vivía antes.
El camarada Ogro mira a su alrededor.
—Es un lugar hermoso —dice—. Le eleva a uno el alma.
—Quédate unas semanas y verás cómo te eleva otras cosas —dice Barbosa.
R. T. suelta un soplido de burla. La Madre Nieve sigue acostada sin moverse. Su postura parece una réplica nocturna de esa postura estática de la gente que está tomando el sol en la playa. Cargando el cuerpo y la melena y los ojos de energía lunar.
—Al camarada Juan le gusta más la vida de campesino balear que la lucha contra el enemigo de clase —dice R. T.—. Me temo que lo hemos perdido para la Revolución.
Debbie Harry ya no está cantando. Barbosa da un trago de la botella y se la pasa a R. T.
—Solamente en la guerra puede el hombre aspirar a una vida plena —dice el camarada Ogro.
Barbosa y R. T. se lo quedan mirando. Hasta la Madre Nieve parece moverse un poco. El camarada Ogro sigue hablando:
—Lo que el revisionismo no ha entendido es que el pacifismo genera podredumbre. Todas las civilizaciones menos la nuestra han entendido que la destrucción es necesaria para que continúe el ciclo de la vida. A las Furias en Grecia se las llamaba «Euménides».
—«Las que hacen el bien» —traduce Barbosa.
—En la Trinidad Hindú, a Brahmá y Visnú los acompaña Shiva. Las escrituras de los shivaístas dicen que con la mirada ardiente de su tercer ojo quema el universo y se unta sus cenizas mortuorias por todo el cuerpo. Por eso los adoradores de Shiva se cubren de cenizas. Shiva es un epíteto de Rudra, el cazador, que es otra manera de llamar a Sirio.
—Sirio, ¿eh? —dice Barbosa.
—Shiva también es el Natarásh —continúa el camarada Ogro—, el rey del baile del universo, donde todas las leyes naturales se complementan entre ellas y crean el equilibrio. Si se detiene el baile de Shiva, ese equilibrio se detiene.
—Alguien tiene que avisar a Carrillo de que no está dejando bailar a Shiva —dice Barbosa—. Es posible que no se haya dado cuenta.
R. T. suelta otro soplido de burla.
—Yo pensaba que el alcohol estaba prohibido en esta casa —dice el camarada Ogro.
Barbosa se encoge de hombros.
—Está prohibido —dice—. Este vino nos lo pasan de estrangis los alemanes que viven en el otro lado de la isla. Las cosas últimamente se han relajado un poco. —Eructa—. No descarto que las Euménides nos pillen pronto.
El camarada Ogro se pone de pie. Se sacude los pantalones.
—Hace una noche magnífica —dice—. Me voy a pasear.
—Buena suerte, camarada —dice Barbosa, despidiéndose con la mano.
Barbosa y R. T. esperan a que el camarada Ogro se haya alejado un poco para intercambiar una mirada divertida. Barbosa suelta un silbido. En el aparato de música, Richard Hell está cantando Betrayal Takes Two. La Madre Nieve sigue acostada en la playa, cargándose de energía lunar. El calor de mediados de mayo no ha conseguido que se quite la túnica blanca. Tampoco parece que la haga sudar ni la incomode de ninguna de las maneras habituales en que el calor incomoda a la gente durante los meses de canícula. Igual que en el piso franco, la Madre Nieve parece capaz de reducir al mínimo sus constantes vitales. Una criatura invernal. Un animal capaz de saltar desde su letargo y dar un zarpazo para después volver a la misma inmovilidad y al mismo desinterés aparente por todo. Sin que el hecho de estar acostada con los ojos cerrados le dé ninguna apariencia de indefensión ni reduzca su capacidad natural de amenaza.
Al cabo de un minuto, vuelve a oírse el ruido de la cortina de cuentas y Barbosa estira el cuello para mirar hacia la terraza. Blancanieve y Rojaflor bajan las escaleras, con los cuerpos envueltos en toallas. Barbosa da un codazo a R. T., que se incorpora sobre los codos. Cuando las voces de las dos chicas llegan al pie de la escalera, la Madre Nieve abre los ojos.
—Buenas noches, camaradas —les dice Barbosa en tono divertido a las chicas cuando éstas pasan correteando a su lado, dejan caer las toallas en el borde del agua y se zambullen en la laguna, desnudas.
La Madre Nieve se incorpora hasta sentarse y coge un cigarrillo del paquete que tiene a su lado. Lo enciende y se queda mirando a las dos chicas mientras expulsa una bocanada de humo. Con el ojo ciego clavado en sus torsos desnudos. La forma en que la Madre Nieve refulge bajo la luna da la impresión de que es solamente bajo el astro nocturno donde cobra plena realidad. Como esas inscripciones de ciertos templos megalíticos que solamente son visibles durante un solsticio.
—Ven aquí, camarada —murmura por fin.
Barbosa se acerca a ella gateando por los guijarros y ella le agarra del pelo largo con el puño. Le besa los labios y le muerde los labios. Le besa toda la cara y antes de que él pueda hacer nada, ella ya lo ha empujado con fuerza hacia atrás y se está sentando a horcajadas encima de él. El pelo pajizo de la Madre Nieve refulge. Su ojo ciego resplandece. La luz de la luna sobre la Madre Nieve carece de connotaciones simbólicas precisamente porque la Naturaleza es lo contrario de los símbolos. Los símbolos solamente existen en ausencia de la Naturaleza. La Madre Nieve se saca el vestido blanco por la cabeza y su cuerpo entero refulge. Sus miembros raquíticos. Las caderas huesudas que ahora baten contra las caderas huesudas de Barbosa. Los meteoritos no pueden ser símbolos de las cosas que llegan de otro mundo precisamente porque son cosas que llegan de otro mundo. Su misma realidad los descalifica como elementos significativos. El significado solamente se da en ausencia de lo real. Mientras monta el pene de Barbosa, la Madre Nieve muerde la boca del camarada R. T. Le araña el pecho y le besa la cara. Pronto los tres copulan en un enredo refulgente de brazos y piernas. Los brazos y las piernas de las dos chicas desnudas chapotean en la laguna. Por el risco se elevan y rebotan esas risas femeninas felices y carentes de significado que siempre se oyen cuando hay chicas jóvenes bañándose desnudas bajo la luna. En el aparato de música suena The Modern Dance, de Pere Ubu. El sexo carece de significado. El islote carece de significado. No simboliza ningún reducto de nada, porque es un reducto.