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TODO VUELVE A EMPEZAR

Teo Barbosa abre los ojos. La habitación a oscuras. El colchón en el suelo. La Madre Nieve. Los restos de comida. Los periódicos viejos. Los libros por el suelo. El rumor de la televisión. Todo vuelve a empezar. Una de las consecuencias más inmediatas de la desconexión con el pasado es que todo vuelve a empezar todo el tiempo, sin solución de continuidad. Todo vuelve a empezar cada vez que Barbosa se despierta en la habitación a oscuras. En el colchón en el suelo. Con la Madre Nieve. Todo vuelve empezar cada vez que sale de la habitación. Cada vez que se levanta del sofá donde está viendo el televisor para ir arrastrando los pies hasta la cocina. Cada vez que abre la nevera. Cada vez que hace las cosas que hace todo el tiempo. Las rutinas de la reclusión. Todo vuelve a empezar cada vez que parpadea. El mundo previo al parpadeo y el mundo posterior son irreconciliables.

Barbosa se incorpora hasta sentarse en el colchón y se frota los ojos. A su lado la Madre Nieve no se mueve. La forma en que la Madre Nieve duerme hace pensar en letargos provocados por mordiscos a manzanas hechizadas: de costado, con la melena pajiza desparramada sobre las sábanas sucias, en una postura que sugiere que se ha quedado así tras desplomarse víctima del hechizo, sin que haya ningún movimiento de su pecho que sugiera que está respirando. De la sala llega el rumor del televisor. El rumor que no se apaga ni de día ni de noche. Barbosa orina en el retrete con la palma de una mano apoyada en la pared y se rasca la cabeza greñuda.

Camina hasta el sofá y se sienta delante del televisor, junto a la mujer que se aparta ligeramente de su olor corporal y de su presencia en calzoncillos. Sigue teniendo la misma cara ancha de niño y los mismos ojos azul pálido que transmiten impresiones contradictorias de pureza espiritual y de adolescencia congelada, pero ahora la barba greñuda y el pelo largo también le dan aspecto de acabar de despertarse de un sueño mágico de cien años. De paciente de coma que acaba de abrir los ojos y todavía no sabe que ya es adulto. El televisor está emitiendo un capítulo de la serie Vacaciones en el mar. Barbosa no sabe gran cosa de la otra pareja que vive en el piso, la que vive realmente en el piso. Casi nunca habla con ellos. No intercambian ninguna información y cuando no coinciden delante del televisor suelen recluirse en sus dormitorios respectivos. Barbosa conoce sus nombres porque los ha visto casualmente en la correspondencia que a veces está tirada sobre la mesa de la cocina. Y sabe que ellos conocen su nombre porque las fotografías de Barbosa y de la Madre Nieve aparecieron en la televisión y en los periódicos después del golpe al Banco de Vizcaya. El resto de detalles de la pareja que vive en el piso los ha ido deduciendo a partir de detalles y fragmentos de conversaciones durante los cuatro meses que Barbosa y la Madre Nieve llevan recluidos en este piso: él trabaja de enfermero en el Hospital del Valle de Hebrón y ella está sin trabajo pero asiste a clases nocturnas de secretariado. Reciben algo de dinero por tenerlos en su piso, pero nada parecido a una cantidad fija ni a nada que pueda dar la impresión de que tenerlos es una actividad remunerada. Se consideran revolucionarios y siguen con avidez las noticias políticas. Los trabajos de la ponencia de la Constitución. La salida del PSOE. El atentado de Lemóniz. El proceso autonómico. Barbosa sabe que no pueden tener ninguna clase de militancia ni participar en manifestaciones de ninguna clase, por razones de seguridad. Su militancia consiste en cuidar de ellos. De la otra pareja que vive en su casa. Sus sombras.

Barbosa abre una lata de cerveza y hace caso omiso de la mirada de recriminación de la mujer. Se la bebe con sorbos pausados mientras mira el episodio de Vacaciones en el mar. Lo cierto es que Vacaciones en el mar parece sufrir la misma clase de dislocación temporal que Barbosa percibe a su alrededor. Los tripulantes del transatlántico parecen empezar sus vidas de cero con cada episodio. La lógica argumental de la serie indica que sus aventuras se suceden en el tiempo, y sin embargo ninguno de los protagonistas da ninguna señal de estar acumulando su experiencia. De aprender nada. En cuanto a los personajes secundarios, los que solamente aparecen durante un episodio, todos actúan de la misma manera y están embarcados en la misma búsqueda de amor que finalmente se ve recompensada mediante mecanismos idénticos. Los protagonistas de Vacaciones en el mar no están menos atrapados en su barco que Barbosa en el piso del enfermero y su novia. Encerrados en un bucle circular de acciones. Desprendidos de la Historia.

El episodio ya está terminando cuando Barbosa oye un susurro de pasos en el pasillo y oye abrirse la puerta del baño. La luz del baño no se enciende. Tampoco se oye a nadie tirar de la cadena. Son las Normas de la Nevera, por supuesto. Interiorizadas de tal manera que ya se han vuelto meras funciones fisiológicas para todos los ocupantes del piso.

Al cabo de un minuto, la Madre Nieve aparece en la sala de estar. Se sienta en medio de sus dos ocupantes y mira con su ojo ciego los créditos del final de Vacaciones en el mar. Nadie dice nada. La Madre Nieve coge un cigarrillo del paquete de tabaco que hay sobre la mesilla. La mujer del sofá se levanta sin decir palabra y se marcha a su dormitorio. Los créditos se terminan. Ni el enfermero ni su novia han dirigido la palabra a la Madre Nieve ni una sola vez desde que hace unas semanas tuvo lugar cierto incidente en la cocina, relacionado con un cuchillo y las Normas de la Nevera. Así llamadas porque originalmente estaban sujetas con un trozo de cinta adhesiva a la puerta de la nevera. Gastar la menos electricidad posible. Gastar la menos agua posible. Ducharse una vez por semana. Afeitarse una vez cada tres semanas. No hacer ruido. Hablar en voz baja. Caminar descalzos y deslizando la planta del pie. Evitar comer de forma innecesaria. Evitar dejar residuos innecesarios. Evitar el alcohol. No tirar de la cadena del retrete después de orinar. Todas las normas necesarias para que nadie pueda notar que en un piso donde viven dos personas en realidad están viviendo cuatro. La pareja real y la pareja de sombras. Cuando hace unas semanas, el enfermero le hizo notar a la Madre Nieve que no estaba siendo del todo respetuosa con esas normas, ella lo tiró al suelo de la cocina en medio de los chillidos de su novia y le puso un cuchillo de cocina en la garganta, apretando hasta hacerle sangrar pero con cuidado de no seccionarle ningún vaso sanguíneo vital. Desde entonces no se han producido más recriminaciones.

Barbosa vuelve a estar en la cama, después del final de la programación nocturna, cuando una mano lo zarandea. Abre los ojos y se incorpora de golpe hasta sentarse. La habitación está a oscuras. La mano sigue zarandeándolo. La mujer del piso le está diciendo algo. Se frota los ojos y se restriega la cara. Por fin entiende que la mujer le está hablando de su novio, del enfermero.

—¿Qué le pasa? —murmulla Barbosa.

—Que no ha vuelto. Te lo estoy diciendo.

—¿Cómo que no ha vuelto?

—Del hospital. Son las dos de la madrugada. Ya hace más de una hora que tendría que estar aquí.

—Se habrá entretenido. —Barbosa se encoge de hombros—. Estará tomando una copa.

—Nosotros no nos entretenemos —dice la mujer en tono cortante—. Conocemos nuestras responsabilidades.

Barbosa asiente con la cabeza. Busca a tientas el interruptor de la lamparilla de noche y la enciende. Coge una camisa del montón de ropa del suelo y se la empieza a poner. La Madre Nieve se despereza, estirando sus brazos raquíticos.

—Muy bien —dice Barbosa—. Nos vamos. Y te recomiendo que te vayas tú también, camarada.

La mujer parece desconcertada.

—¿Pero qué pasa con él? ¿No deberíamos hacer algo?

Barbosa niega con la cabeza.

—Si lo han cogido, ya no se puede hacer nada por él —dice.

Barbosa deja a la mujer retorciéndose las manos en la sala de estar. Recoge algo de ropa y cigarrillos del dormitorio y lo mete todo en una bolsa de plástico. Se guarda en el bolsillo de atrás su ejemplar de Alicia en el país de las maravillas y baja junto con la Madre Nieve las escaleras del bloque de pisos, intentando no hacer ruido. Tienen las piernas débiles de no caminar durante meses. Cuando llegan al vestíbulo del edificio, Barbosa y la novia del enfermero se miran un momento.

—Muchas gracias por todo, camarada —le dice Barbosa—. Siento que haya tenido que terminar así.

—¿Tenéis adónde ir? —murmura ella.

—Tenemos un número de teléfono. —Barbosa hace un gesto apremiándola—. Preocúpate de ti misma.

Desde el vestíbulo se oyen las sirenas de la policía. Barbosa y la Madre Nieve se alejan cojeando por la calle, sin mirar atrás. Barbosa no está tan lejos del lugar donde él mismo vivía antes de pasar al otro lado, pero las calles le resultan extrañas. Aunque es noche cerrada, el resplandor de las farolas les resulta cegador. En las paredes hay pegados carteles extraños. Con caras de políticos desconocidos. Las calles se han convertido en un paisaje alienígena.