TÍNITO
Arístides Lao abre la puerta del domicilio que comparte con su madre en una finca vetusta de la calle Gerona y es bienvenido por el olor familiar de todos los días. El olor de las casas de los ancianos. Que no es exactamente un olor a suciedad ni a indicios de podredumbre corporal, ni tampoco a los perfumes y ambientadores que lo camuflan. Es un tercer olor, una síntesis inefable de los dos primeros que evoca imágenes de la Muerte sentada con su guadaña junto a la cabecera de una cama.
La señora Eulalia Lao está en el mismo lugar y haciendo lo mismo que todas las tardes cuando su hijo llega del trabajo: sentada en su sillón, escuchando los pasodobles de la Carta de Ajuste en espera de que se reanude la programación. Con su cuerpo esférico no encajonado entre los brazos del sofá, sino directamente inextricable de la estructura mullida y cubierta de pañitos de encaje. Con los gigantescos tobillos hidropésicos apoyados en un reposapiés a juego con el sillón. Cosiendo y echando vistazos ocasionales a la carta de ajuste.
—Buenas tardes, madre —dice Lao cuando pasa a su lado, de camino a su habitación.
En su habitación, se sienta en la cama para quitarse los zapatos y ponerse las pantuflas que tiene alineadas junto a la pared. El suelo está cubierto de papeles de periódico pegados con cinta aislante para evitar las rayaduras que el tiempo provoca en las baldosas.
—¡Niño! —le grita su madre desde la sala de estar. Esto también forma parte de la rutina: su madre nunca responde a su saludo, sino que siempre espera a que él esté cambiándose los zapatos en su habitación para ponerse a llamarlo a gritos—. ¡¡Niño!!
El susurro de las pantuflas acompaña a Arístides Lao a la sala de estar, donde su madre se lo queda mirando con una mueca de asco iluminada por el resplandor pulsátil del televisor, donde la Carta de Ajuste ya está dando paso al avance informativo. El televisor es la principal fuente de luz de la sala desde que hace cinco días la señora Lao decidió cerrar todas las persianas de la casa para proteger su domicilio de las radiaciones del Meteorito de Sallent. En su edición de hace dos días, El caso criminal ya recogía la aparición de diversas mutaciones provocadas por las radiaciones cósmicas a lo largo de la comarca del Vallés: niños con dos cabezas, reses con tres cabezas y algo que aparecía fotografiado de forma poco nítida en la portada y que parecía ser un pez caminando sobre un par de piernecitas.
La señora Lao clava una mirada iracunda en su hijo por encima de las gafas de coser que lleva en la punta de la nariz. Su alopecia casi completa parece haber seguido el mismo patrón y encontrarse en el mismo punto de avance que la de su hijo.
—¿Qué horas son éstas de venir a casa? —le escupe—. Con tu pobre madre aquí muriéndose de hambre. ¿Tantas ganas tienes ya de que me muera?
Arístides Lao se mira el reloj de pulsera. Son las seis y cuarenta y nueve. Eso quiere decir que se ha retrasado exactamente ochenta segundos respecto a la hora media a la que llega a casa después del trabajo. Posiblemente como resultado de una combinación anómala de semáforos en rojo, provocada por una llamada telefónica de última hora en el despacho. Lao ayuda a su madre a levantarse del sofá, un proceso que requiere un par de minutos de tirones precisos, y a continuación la ayuda a bambolearse hasta el cuarto de baño. Allí la mujer se apoya en el brazo de su hijo para llevar a cabo su compleja serie de desplazamientos de faldas y enaguas que preceden a la micción, durante la cual Lao permanece impasible e inmóvil, con la mano hidropésica de su madre estrujándole el antebrazo. Por fin la lleva de regreso al sofá y espera a que se acomode.
—Ves a hacerme algo de merienda, anda, que estoy que me desmayo —dice la madre, sin mirarlo, nuevamente enfrascada en la combinación de costura y televisión que rellena los intervalos entre las siestas de su vida.
En la cocina, Lao calienta aceite en una sartén pequeña y casca un huevo. Espolvorea un poco de sal encima y lo echa en la sartén con cuidado de no romper la yema, una contingencia que obligaría a iniciar de nuevo el proceso. Luego se queda de pie delante del fogón, mirando cómo crepita el huevo. Tanto las encimeras de la cocina como la superficie superior de la nevera están llenas de cajas de comida que la señora Lao se ha hecho traer después de que cayera el meteorito, por lo que pueda pasar. El caso criminal alerta de la posibilidad de que el meteorito desencadene un invierno nuclear en España.
El huevo sigue crepitando en la sartén cuando Lao mira de reojo al otro lado de la puerta de la cocina, en dirección a la mesilla del recibidor, donde está su maletín del trabajo. La ventana de lamas pivotantes de la cocina es la única de la casa que no tiene persiana, de manera que los cristales están todos cubiertos de ceniza negra. Lao sale de la cocina. Abre su maletín y saca el expediente restringido de la Operación Cólera que le ha hecho llegar esta misma tarde el capitán Oms.
En el fogón, los rebordes del huevo frito se doran, se rizan y se oscurecen. La yema del huevo cuaja.
Lao abre el dossier. El expediente tiene unas doscientas páginas, de las cuales un centenar lo componen expedientes de información, procedentes de media docena de informadores. A continuación viene una docena de páginas de transcripciones y el resto del expediente son fotografías. El olor del huevo frito sumergido en el aceite hirviendo sale de la cocina y empieza a flotar por el recibidor. Por debajo del crepitar de la sartén se oye la sintonía del programa infantil Un globo, dos globos, tres globos, que viene justo después del avance informativo. Lao pasa páginas a toda prisa. La Operación Cólera se instaura en junio de 1976 con el seguimiento de las actividades del Partido Comunista Auténtico (PCA), creado en 1973 por un grupo de militantes del PCE que rechazaba la política de reconciliación nacional de Carrillo y el Eurocomunismo. Después de seguir durante tres años la línea del Partido Comunista de China, tras la muerte de Mao, el PCA toma como referencia al Partido del Trabajo de Albania.
En medio del aceite hirviendo, la membrana vitelina y la albúmina de la clara empiezan a burbujear. La superficie entera del huevo adquiere esa textura de los depósitos de lava y de las representaciones tradicionales del infierno.
Para mediados de 1977, la red de informadores ya ha identificado un entramado de organizaciones relacionadas con el PCA y que al mismo tiempo le sirven para captar militantes y establecer contactos externos. Un mar de siglas. FPA (Federación Popular de Artistas), OST (Oposición Sindical de Trabajadores), SEDA (Sindicato de Estudiantes Democráticos), UMP (Unión de Mujeres Proletarias), UCR (Unión de Campesinos Revolucionarios) y media docena más. Todas las organizaciones han sido creadas por el PCA, que tiene miembros de control en ellas. La voz de su madre empieza a preguntar por «ese olor a quemado que viene de la cocina». A continuación se elige a tres operativos del Servicio para infiltrarlos en el entorno del PCA y se les da entrenamiento especial en una base del GSG-9 en Colonia. Sus nombres en clave son Barbosa, Albaiturralde y Dorcas.
Las partes exteriores del huevo se han chamuscado y se han contraído hasta ya no ser nada más que un ligero aro de albúmina licuescente alrededor de la yema cuajada. La clara entera se volatiliza mientras el aceite empieza a llenar de humo la cocina. Arístides Lao pasa páginas a toda velocidad. A finales del 75 la policía alerta de un posible contacto de militantes del PCA con elementos subversivos alemanes. Se establece un grupo de seguimiento permanente. La superficie entera del huevo se ennegrece, empezando por los bordes y yendo hacia el centro. Ya no se puede distinguir visualmente entre la yema y la clara.
En primavera del 76, el grupo de seguimiento consigue grabar dos conversaciones, que son las transcripciones que se incluyen en el expediente. Los lugares donde se graban las conversaciones son Colonia y Formentera. Col-era. Operación Cólera. Arístides Lao se permitiría una ligera sonrisa si fuera de la clase de personas que se permiten sonreír.
Los gritos de la señora Lao se vuelven frenéticos. La cocina se llena de humo mientras el aceite y el huevo frito, convertidos en un único limo negro y burbujeante, se empiezan a fundir con el revestimiento de la sartén. El humo también se ha vuelto negro.
Hacia junio de 1976 ya está claro que el PCA está preparando una serie de acciones terroristas a través de un brazo armado cuyo nombre en clave es Tropa de Oposición Directa (TOD). La policía inicia una operación permanente. El SECED activa la Operación Cólera en todo el territorio nacional. Se infiltra a los tres operativos de Colonia en el entorno del PCA. De acuerdo con las últimas páginas del dossier, Barbosa y Albaiturralde siguen infiltrados, pero Dorcas tiene una marca negra y un signo de interrogación en su expediente de información. Es decir, ha dejado de informar o bien sus últimos informes ya no se consideran de fiar.
Los gritos de la señora Lao han alertado a los vecinos, que ahora están llamando al timbre. Arístides Lao sigue de pie junto a la mesilla del recibidor, pasando páginas del expediente. Desde el sofá donde está encajonada, su madre grita y pide ayuda a Dios y a los bomberos y asegura que su hijo se ha vuelto loco y que la quiere matar. La cocina ya está completamente llena de humo negro para cuando la sartén empieza a fundirse.
Las dos transcripciones son muy fragmentarias, pero en ellas hay indicios para pensar que la operación armada que prepara el PCA podría ser al menos de la misma magnitud que las del GRAPO o la ETA.
El humo llega al recibidor. El crepitar de lo que está sucediendo en los fogones, junto con el rumor de la programación infantil de la tele y los gritos histéricos de su madre, no penetran en el cráneo de Lao más que como un ruido blanco de electrodoméstico que no incide en los niveles superiores de la conciencia. Un rumor de tráfico lejano, un tínito en la madrugada.