Fillip y Sot huyeron hacia el norte, tratando de alejarse lo más posible del gran señor. La primera vez escaparon porque el tenebroso les había transportado desde el lugar de la pelea hasta un punto situado varios kilómetros al norte, envolviéndolos en un velo de humo y luces de brillantes colores, arrastrándolos con la facilidad que permite la magia auténtica. No tenían ni la más remota idea de lo que habría sido del gran señor y sus compañeros y la verdad era que tampoco querían saberlo. Ni siquiera querían pensar en eso.
Quisieran o no, al final tuvieron que pensar. Mientras huían hacia el norte, no pudieron evitarlo, aunque no comentaron, ni lo mostraron a través de miradas o gestos. No podían evitarlo. Habían cometido el acto de traición más imperdonable que pudiera imaginarse; habían engañado a su querido gran señor. Peor aún, ¡habían llegado a atacarlo! No directamente, claro, porque había sido el tenebroso quién había atacado, pero lo había hecho a sus instancias y, por tanto, era como si ellos hubieran propinado los golpes. No podían imaginar por qué habían hecho tal cosa. No podía concebir como habían permitido que ocurriese. Nunca antes se les había ocurrido desafiar los deseos del gran señor. ¡Tal cosa era impensable!
No obstante, había ocurrido, y ya no era posible volver atrás. Ahora huían porque no conocían otra alternativa. Estaban seguros de que el gran señor los perseguiría. Furioso por lo que habían hecho, y los buscaría y los castigaría. Su única esperanza estaba en huir, y esconderse.
Pero, ¿a dónde huir y dónde esconderse?
Todavía no habían resuelto el dilema cuando llegó la noche y el cansancio imposibilitó su marcha. Entonces, se vieron forzados a detenerse. Se metieron en una madriguera de tejones abandonada y yacieron en la oscuridad escuchando los latidos de sus corazones y los susurros de sus conciencias. La botella estaba abierta ante ellos, con el tenebroso agarrado a su borde jugando con un par de polillas enloquecidas que había capturado y retenido con largas hebras de hilos de araña. Las lunas y las estrellas estaban escondidas tras un grupo de nubes bajas, y los sonidos de la noche parecían extrañamente amortiguados y distantes.
Fillip y Sot estaban cogidos de la mano y esperaban que el miedo se aplacase. Pero éste se negaba a ceder.
——¡Ojalá estuviéramos en casa! —se lamentó una y otra vez Sot, y Fillip asintió cada vez sin añadir nada.
Estaban acurrucados, demasiado asustados incluso hasta para pensar en comer o en dormir. A pesar del cansancio que los invadía. Les era imposible hacer algo distinto a permanecer allí agazapados, pensando en la mala suerte que habían tenido. Contemplaban las cabriolas del tenebroso sobre la botella, haciendo volar las polillas como si fuesen cometas diminutas. Lo contemplaban, pero ahora les parecía diferente de la noche anterior. Ahora no lo consideraban un tesoro maravilloso.
—Creo que hemos hecho algo terrible —se aventuró a ■ decir Fillip al fin, con voz cautelosa y asustada.
Sot lo miró.
—Yo también lo creo.
—Creo que hemos cometido un error grave —siguió Fillip.
—Yo también lo creo —repitió Sot.
—Creo que nunca deberíamos haber cogido la botella —concluyó Fillip.
Sot esta vez se limitó a asentir.
Miraron hacia el tenebroso, que había dejado de jugar con las polillas y ahora los observaba con mucha atención.
—Quizás no sea demasiado tarde para devolverle la botella al gran señor —sugirió Fillip.
—Puede que no —dijo Sot.
Los ojos del tenebroso lanzaron destellos rojos a la oscuridad, parpadeando una sola vez y fijándolos en ellos.
—El gran señor podría olvidarse de nosotros si le devolvemos la botella —dijo Fillip.
—El gran señor podría sentirse agradecido —dijo Sot.
—Podemos explicarle que no sabíamos lo que estábamos haciendo —aventuró Fillip.
—Podemos decirle cuánto lo sentimos —dijo Sot.
Ambos empezaron a gimotear, a gotear por los ojos y la nariz. El tenebroso señaló hacia las polillas y las convirtió en motas de fuego azul, que centellearon y se extinguieron.
—No quiero que el gran señor nos odie —dijo Fillip en voz baja.
—Yo tampoco —dijo Sot.
—Es nuestro amigo —dijo Fillip.
—Nuestro amigo —repitió Sot.
El tenebroso empezó a girar de repente en el borde de la botella, lanzando destellos de luces coloreadas, produciendo chispas que explotaban en rayos brillantes. Se formaron extrañas imágenes que se desvanecieron y volvieron a formarse. Los gnomos nognomos observaban, interesados de nuevo. El demonio se reía y danzaba, y sobre ellos caía una lluvia de piedras preciosas al cristalizarse las polillas voladoras.
—La botella es tan bonita… —dijo Fillip lleno de admiración.
—La magia es tan maravillosa… —suspiró Sot.
—Quizás podamos quedarnos un poco más con la botella —sugirió Fillip.
—Quizás sólo un día o dos más —propuso Sot.
—¿Qué daño puede hacer?
—¿Qué mal hay en ello?
—Quizás…
—Tal vez…
Dejaron de hablar al mismo tiempo, volviéndose de cara el uno al otro, viendo la brillante luminosidad rojiza de los ojos del demonio reflejado en los suyos y reconociéndolo. Apretaron con más fuerza el agarro de sus manos y parpadearon confusos.
—Tengo miedo —dijo Sot, casi llorando.
La voz de Fillip fue un débil siseo.
—Ya no me gusta la botella —afirmó—. ¡No me gusta que haga que me sienta así!
Sot asintió con un gesto. El tenebroso los observaba; las luces, los colores y las imágenes se habían disuelto en la noche. El demonio curvó el lomo en el borde de la botella y entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos rayas rojas.
—Metámoslo otra vez en la botella —sugirió Fillip.
—Metámoslo —accedió Sot.
El demonio se hizo una bola.
—¡Vete! —dijo Fillip con valor, acompañando la orden con un gesto de la mano.
—¡Sí, vete! —repitió Sot.
El demonio emitió un ruido silbante.
—¿Dónde queréis que vaya, amos? —preguntó, con un ligero tono de reproche en la voz.
—¡Regresa a la botella! —respondió Fillip.
—¡Sí, dentro de la botella! —repitió Sot.
El demonio los examinó durante un momento prolongado, y entonces el extraño cuerpo de araña se deslizó al interior de la botella y desapareció. Fillip y Sot extendieron la mano al mismo tiempo, agarraron la botella y, con gran nerviosismo, le pusieron el tapón.
Sus manos temblaban.
Al cabo de un instante, volvieron a depositarla en el suelo, justo delante de ellos, escondida entre hojas y ramas de la entrada de su madriguera. La contemplaron en silencio durante un rato. Después, sus ojos comenzaron a cerrarse y el sueño a apoderarse de ellos.
—Mañana le devolveremos la botella al gran señor —murmuró Fillip.
—Se la devolveremos al gran señor —bostezó Sot.
Y se quedaron dormidos, seguros de que todo iría bien. Pronto sus ronquidos adquirieron un ritmo constante y su respiración se hizo profunda.
Inmediatamente, un resplandor rojizo comenzó a emanar de la botella.
Sot soñó con brillantes piedras preciosas. Soñó que caían por todas partes como gotas de lluvia, rielando mientras descendían de nubes multicolores y cielos de azul intenso. Él estaba sentado sobre una colina cubierta de hierbas fragantes y flores silvestres, y observaba cómo las piedras formaban montones a su alrededor. El sol lanzaba sus rayos desde algún lugar, calentándolo, y tenía una sensación de paz absoluta.
A su lado se hallaba la botella; su preciosa y extraordinaria botella. Era ella y el tenebroso encerrado en su interior lo que hacía que lloviesen las joyas.
—¡Déjame libre, amito! —le rogó el tenebroso de repente con una vocecilla asustada—. ¡Por favor, amo!
Sot se agitó en su sueño y, de algún modo, supo que si accedía a la petición del demonio, las gemas aumentarían en número y belleza más allá de lo imaginable. Supo que si lo obedecía, el demonio le daría objetos preciosos que superaban cualquier ambición.
Todo parecía fácil y correcto.
Estiró la mano, aún dormido, aún soñando, y quitó el tapón…
Cuando Fillip y Sot se despertaron bajo un cielo plomizo y cubierto de nubes, estaba lloviendo. Caían gotas grandes y pesadas que parecían explotar al chocar contra la tierra, produciendo un ruido sordo. Ya se empezaban a formar charcos y riachuelos, espejos de plata y trozos de gris. El amanecer se iniciaba a todo en la humedad brumosa, la nueva luz lo dotaba de formas vagas y fantasmas.
Unas manos nudosas y ásperas sacaron a Fillip y Sot de su sopor y los obligaron a ponerse en pie, sin muchos miramientos. Los gnomos temblaban de frío, guiñando sus débiles ojos a causa de la sorpresa. Unas figuras oscuras y voluminosas los rodeaban, un anillo de sombras grotescas de difícil definición. Fillip y Sot se encogieron y retorcieron, tratando de liberarse, pero las manos se lo impidieron.
Una de las formas se destacó del anillo, acercándose. Su cuerpo estaba dotado de pesadas extremidades, una espina dorsal curva y abundante pelo oscuro, con una cara casi sin facciones, cubierta por una piel semejante a cuero sin curtir.
—Buenos días, pequeños gnomos —les saludó el troll con su característico idioma áspero y gutural.
Fillip y Sot retrocedieron, asustados, y los trolls que los rodeaban se rieron, al parecer, muy divertidos.
—¿No podéis hablar? —preguntó el portavoz con fingida tristeza.
—¡Dejad que nos vayamos! —rogaron los gnomos al unísono.
—¡Pero si acabamos de encontraros! —dijo el otro agraviado ahora—. ¿Queréis iros tan pronto? ¿Vais a alguna parte? —Hizo una pausa significativa—. ¿Huís de alguien, quizás?
Fillip y Sot asintieron con enérgicos movimientos de cabeza.
—¿Alguien que está buscando esto? —preguntó el troll con sonrisa astuta.
Extendió hacia delante una de sus manos enormes. En ella sostenía la preciosa botella, destapada de nuevo, con el tenebroso danzando en el borde, y dando alegres palmadas con sus manos de niño.
—¡La botella es nuestra! —gritó Fillip, lleno de furia.
—¡Devuélvenosla! —gimió Sot.
—¿Devolvérosla? —preguntó el troll con incredulidad—. ¿Una cosa tan extraordinaria como ésta? ¡Me parece que no!
Fillip y Sot patearon y se revolvieron como animales atrapados, pero los trolls se limitaron a estrechar su círculo. El portavoz era más grande que los demás y, obviamente, quién mandaba. De repente, extendió su mano libre y los golpeó en la cabeza para que se quedaran quietos. La fuerza del impacto les hizo caer de rodillas.
—Yo diría que habéis estado robando otra vez —continuó el troll pensativamente—. Robando lo que no os pertenece. —Los gnomos sacudieron la cabeza de nuevo, negando la afirmación del troll, pero éste ignoró el gesto—. No creo que esta botella os pertenezca. Creo que debe pertenecer a otro y, quienquiera que sea está sintiendo un gran disgusto por vuestra culpa. —Se animó—. Sin embargo, la desgracia de otro no necesariamente debe transmitirse. Como dice el refrán, cuando uno pierde, otro gana. No podemos saber con seguridad de quién es la botella. ¡De modo que lo mejor será que me la quede yo!
Fillip y Sot se miraron. Aquellos trolls no eran más que unos ladrones vulgares. Miraron al tenebroso, seguía danzando en el cuello de la preciosa botella.
—¡No les permitas que hagan esto! —le rogó Fillip.
—¡Haz que te devuelvan a nosotros! —suplicó Sot.
—¡Detenlos, detenlos! —gritaron juntos.
El demonio hizo una pirueta, aguantándose sobre las manos y saltando hacia atrás, y los contempló a través de sus ojos entornados que seguían emitiendo un resplandor rojizo. En los extremos de sus dedos brotaron unas llamitas multicolores, y las lanzó hacia ellos como una lluvia de chispas, que centellearon, se apagaron y se convirtieron en cenizas que les provocaron una tos que les obligó a callar.
El troll que sostenía la botella bajó la vista hacia el tenebroso.
—¿Perteneces a estos gnomos, compañero? —preguntó solícitamente.
El tenebroso se inmovilizó.
—No, amo. Sólo pertenezco a quien posee la botella. ¡Sólo te pertenezco a ti!
—¡No, no! —gimotearon Fillip y Sot—. ¡Nos perteneces a nosotros!
Los otros trolls se rieron, y sus risas sonaron tan heladas como la lluvia que caía sobre ellos.
El portavoz se inclinó hacia ellos.
—¡Los gnomos nognomos no poseen nada, estúpidos! ¡Nunca han tenido nada y nunca tendrán nada! ¡No habéis aprendido a mantener a salvo vuestras pertenencias! ¿Cómo creéis que os encontramos? ¿Quién creéis que os trajo aquí? ¡Pues esta misma criatura a la que ahora pedís ayuda! ¡Hizo que cayera del cielo ese fuego brillante y multicolor! ¡Nos pidió que os la quitásemos! ¡Nos pidió que lo salvásemos de ser vuestro prisionero!
Los gnomos nognomos se quedaron sin habla, su último vestigio de esperanza se había desvanecido. El tenebroso, su amigo, su hacedor de maravillas, los había traicionado deliberadamente. Los había entregado a sus peores enemigos.
—Bueno —dijo el portavoz, bostezando—. Ha llegado el momento de que nos encarguemos de vosotros.
Los otros trolls emitieron gruñidos de aprobación y dieron patadas en el suelo evidenciando su impaciencia. Ya estaban empezando a aburrirse de aquel juego. Fillip y Sot forcejearon de nuevo.
—¿Qué hacemos con ellos? —musitó el que hablaba, volviéndose hacia sus compañeros—. ¿Rebanarles el cuello y pinchar en una lanza sus cabezas? ¿Arrancarles los dedos de las manos y los pies? ¿Enterrarles vivos?
Por todas partes sonaron gruñidos de aprobación, y los gnomos nognomos, desesperados, se encogieron como si quisieran desaparecer.
El jefe troll negó con la cabeza.
—¡No, no, creo que podemos hacer algo mejor que eso! —Bajó la vista hacia el demonio saltarín—. Amiguito, ¿qué nos aconsejas que hagamos con estos gnomos?
El tenebroso bailaba y se balanceaba con su figura arácnea y perversa adherida a la lisa superficie de la botella.
—Serían un buen alimento para los animales del bosque —dijo.
—¡Ah! —exclamó el líder. Del resto de los trolls se elevó un coro de voces estridentes, y la quietud de la mañana se llenó con su sonido.
Fillip y Sot fueron arrojados al suelo, atados de pies y manos, colgados por los pies en una rama de un nogal cercano, y dejados allí, cabeza abajo, a poco más de un metro del suelo.
—No tan cerca de la tierra como para que una riada pueda arrastrarlos y no tan lejos como para impedir que los carroñeros lleguen a vosotros —declaró el portavoz de los trolls mientras los demás iniciaban ya su camino hacia el norte—. ¡Adiós, gnomos, no os desaniméis!
Todo el grupo soltó una carcajada, dándose manotazos amistosos mientras partían. El tenebroso iba sentado en el ancho hombro del jefe y se volvió a mirar atrás, con sus ojos destellando rojo sangre por la satisfacción.
En pocos momentos, Fillip y Sot se quedaron solos, colgando cabeza abajo del nogal, llorando, balanceados suavemente por la lluvia y el viento.