TENEBROSO

—Hay algo vivo dentro de la botella —dijo Questor Thews.

Estaba sentado con Ben, Sauce y los kobolds en la sala ajardinada. Las sombras de la noche cubrían todo como chales grises y negros, salvo donde la luz suave de una lámpara sin humo coloreaba el círculo en que se hallaban reunidos los cuatro esperando a que el mago continuase. El rostro de búho de Questor estaba contraído y macilento por la preocupación, su entrecejo aún más arrugado que de costumbre y sus ojos emitían un leve resplandor plateado. Tenía las manos cruzadas sobre el regazo, como delgados palos nudosos que se hubieran enredado inextricablemente.

—Es un tenebroso, una especie de demonio.

Como el diablo de la botella, pensó Ben, recordando la historia de Robert Louis Stevenson. Entonces recordó la criatura, que le había hecho a sus dueños y sintió una repentina inquietud.

—El tenebroso es muy parecido al genio de la lámpara de los viejos cuentos —siguió Questor, y Ben sintió que su inquietud comenzaba a disminuir—. Sirve al poseedor de la botella, aparece cuando lo llama, y cumple sus órdenes. Para ello utiliza varios tipos de magia. —Suspiró—. Por desgracia, toda la magia que usa es nociva.

—¿Muy nociva? —preguntó Ben en voz baja.

La inquietud había vuelto.

—Eso depende, gran señor. —Questor se aclaró la garganta y se meció hacia atrás con aire pensativo—. Se ha de comprender la naturaleza de la magia que emplea el tenebroso. No es una magia autónoma; es una magia derivada.

—¿Qué significa eso?

—Significa que el tenebroso extrae su fuerza del amo de la botella. Su magia se alimenta de la fuerza de carácter de quien lo convoca; no de su parte buena y amable, sino de la parte maligna y dañina. La ira, el egoísmo, la avaricia, la envidia, y otras emociones que podríamos definir como destructivas y que todos experimentamos con mayor o menor intensidad en algunos momentos, son las que proporcionan al tenebroso el poder para su magia.

—Se alimenta de los defectos humanos —observó Sauce con voz suave—. He oído hablar de esas criaturas, hace tiempo fueron expulsadas de las nieblas.

—Bueno, aún no sabéis lo peor —prosiguió Questor con cierto cansancio. Su boca estaba tan torcida que casi le había colocado la nariz sobre la barbilla—. Dije al principio que la botella resultaba familiar, y así era. La vi hace tiempo. Más de veinte años. Esta noche precisamente he recordado dónde. —Se aclaró la garganta con nerviosismo—. La última vez que la vi fue en manos de mi hermanastro. La botella le pertenecía a él.

—¡Oh, no! —exclamó Ben.

—Pero, ¿cómo ha llegado hasta aquí? —preguntó Sauce.

El mago exhaló un suspiro profundísimo.

—Para explicarlo, tendría que retroceder en el tiempo.

—No demasiado, espero —rogó Ben.

—Gran señor, no retrocederé más de lo que sea necesario para completar mi explicación. —Questor parecía un poco ofendido—. Debéis apreciar el hecho de que la cantidad de tiempo necesario es una apreciación subjetiva que cada uno…

—¡Limítese a explicarlo, Questor, por favor! —lo apremió Ben con impaciencia.

El mago dudó, se encogió de hombros, asintió y se meció hacia atrás de nuevo. Estaba sentado en un banco sin respaldo y daba la impresión de que cada balanceo lo ponía en peligro de caer de espaldas. Dobló las piernas y las ocultó bajo la túnica como haría un niño, pegando las rodillas a su pecho, y su cara de búho adquirió una expresión ausente. Sus cejas estaban juntas y sus labios tensos. A Ben le hizo pensar en alguien que hubiera comido algo demasiado ácido.

Al fin, se sintió dispuesto a continuar.

—Recordaréis que mi hermanastro era el mago de la corte del viejo rey —comenzó. Todos asintieron, incluidos los kobolds—. Yo no tenía ningún puesto en la corte, pero venía de vez en cuando de visita. Con frecuencia el rey me encomendaba pequeñas tareas que me llevaban a otras partes del reino, tareas por las que mi hermanastro no sentía interés particular. Él había sido nombrado tutor del joven hijo del rey poco después de que éste llegase a la edad de ocho años y, por tanto, mi hermanastro ocupaba casi todo su tiempo en la educación del niño. Desgraciadamente, le enseñó todo lo que no debía. Se encargó de que el viejo rey se fuese debilitando, envejeciendo con más rapidez, perjudicado por alimentos que no le convenían. Sabía que el niño sería rey tras la muerte de su padre, y deseaba tener control sobre él. El niño se llamaba Michel, Michel Ard Rhi. —Inclinó la cabeza—. Michel nunca había demostrado tener mucho carácter, ni siquiera antes de empezar sus estudios con Meeks. Pero después de caer en manos de mi hermanastro, se convirtió en un muchacho por completo despreciable. Era cruel y perverso, y disfrutaba atormentando a todo el mundo: Estaba obsesionado con la magia de Meeks y le rogaba que la usase al igual que un hambriento pediría comida. Meeks aprovechó su magia para ganarse al niño y, al final, para subvertirlo.

—Una historia preciosa —comentó Ben—. ¿Y qué tiene que ver con la botella, Questor?

—Bien. —Questor adoptó una pose de erudito profesional—. Uno de los juguetes que Meeks le permitió usar a Michel fue la botella. El niño podía convocar al tenebroso y darle órdenes. El demonio constituía un grave peligro, ya sabéis, pero quedaba compensado por su utilidad. Mi hermanastro sabía como mantenerlo bajo control y los juegos de Michel no representaban para él ninguna verdadera amenaza. Éste lo empleaba para las cosas más horrendas, con frecuencia en juegos terribles con animales. Fue durante uno de esos juegos cuando Abernathy perdió la paciencia con el niño y le dio una paliza, y yo me vi obligado a convertir a mi buen amigo en perro para protegerlo.

»Poco después de eso, el rey se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo a su hijo y ordenó que cesara la tutoría de Meeks. A partir de entonces, se le prohibió el uso de la magia en presencia del muchacho. Todos los objetos mágicos de Michel tenían que ser destruidos, en especial la botella.

—Pero obviamente eso no sucedió —intervino Ben.

Questor negó con la cabeza.

—El viejo rey estaba débil, pero aún contaba con la protección del Paladín. Meeks no se atrevía a retarlo. Se contentó con esperar a que muriese. Ya estaba planeando su futuro con el chico, pensando abandonar Landover para ir a otros mundos. Creía que con el tiempo lo conseguiría todo. Por otra parte, no estaba dispuesto a renunciar a la botella, a permitir que fuese destruida. Pero no podía esconderla, porque era probable que el rey se enterara. Y aunque lo hubiera hecho, no hubiese podido sacar la magia de Landover cuando se fuera; la ley natural de las cosas no se lo permitiría. ¿Qué hacer entonces?

Questor se detuvo en espera de alguna respuesta. Al no conseguir ninguna, se inclinó hacia delante y susurró de forma confidencial:

—Lo que hizo fue ordenar al tenebroso que se trasladara a sí mismo junto con su botella fuera de Landover, y se escondiera en algún lugar hasta que mi hermanastro fuera a buscarlo. Ingenioso, ¿verdad?

Ben se mostraba impaciente.

—Questor, ¿por qué confunde el atún con el betún? —El mago se quedó perplejo—. ¿Por qué no se centra en la botella? —le espetó Ben.

Questor gesticuló y alzó las manos de forma suplicante.

—Mi hermanastro le prometió al muchacho que se la daría. Era la pertenencia favorita de Michel. Mi hermanastro le aseguró que la botella no sería destruida. Le dijo que la recuperaría tras la muerte del rey, cuando se hubiesen instalado en otra tierra y empezado a vender el reino de Landover. Sería un secreto entre los dos. —Se encogió de hombros—. Yo, desde luego, habría informado al rey de haberlo sabido. Pero no me enteré hasta mucho después, ya muerto el rey. Fue entonces cuando Meeks decidió explicármelo.

—¿Se lo explicó? —preguntó Ben, lleno de asombro.

Questor parecía incómodo.

—Sí, gran señor. No había ninguna razón para que no lo hiciera. Yo no podía hacer nada al respecto. Mi hermanastro estaba muy orgulloso de sí mismo, y su orgullo le llevaba a compartir con alguien la satisfacción de sus logros. Yo era siempre la primera persona a quien otorgaba tales honores.

Ben estaba pensativo, y Questor lo miró con nerviosismo.

—Lamento haber tardado tanto en recordarlo, gran señor. Comprendo que debía haberlo recordado antes. Pero eso pasó hace más de veinte años, y no he vuelto a pensar en la botella hasta…

—¡Un momento! —le cortó Ben—. ¿Qué fue de la botella? ¿Qué le sucedió?

—¿Qué le sucedió? —repitió Questor.

—Sí. Eso he preguntado. ¿Que le sucedió?

Questor parecía como si estuviera deseando que se lo tragara la tierra.

—Mi hermanastro la recuperó y se la devolvió a Michel.

—Se la devolvió…

Ben se interrumpió horrorizado.

—Bueno, no había ninguna razón para no devolvérsela, —trató de explicarle—. Mi hermanastro le había hecho una promesa al muchacho, ¿recordáis? No corría ningún peligro al cumplirla. Estaban en un nuevo mundo, con la magia de la botella muy debilitada por el hecho de que en ese mundo casi nadie cree en la magia ni la practica. Allí era relativamente inofensiva y…

—¡Un momento! —interrumpió Ben—. ¡Estamos hablando de mi mundo!

—De vuestro antiguo mundo, sí…

—¡Mi mundo! ¡La botella estaba en mi mundo! ¡Dijo…! ¡Eso significa…! —Ben estaba fuera de sí. Su respiración se aceleró—. Su desatinada magia realizó un intercambio, ¿verdad? Eso es lo que ha dicho, ¿verdad? ¡Y si trajo aquí la botella, debió de enviar a Abernathy allí! ¿Qué demonios ha hecho, Questor? ¡Ha enviado a Abernathy a mi mundo! ¡Peor aún, se lo ha enviado a ese chiflado de Michel!

Questor asintió sin mucha energía.

—Y además con mi medallón. ¡Maldita sea! ¡Ni siquiera puedo volver a mi mundo para ayudarle!

—Sí, gran señor —respondió Questor.

Ben volvió a apoyarse en el sillón sin una palabra más, miró a Sauce, después a los kobolds. Ninguno dijo nada. La habitación estaba silenciosa y tranquila, los sonidos de la noche eran susurros distantes. Ben se preguntó por qué siempre le sucedían cosas como aquélla.

—Tenemos que recuperar la botella —dijo al fin, dirigiéndose a Questor—. Y cuando lo hagamos, será mejor que encuentre el modo de volver a cambiarla por Abernathy.

La cara del mago se contrajo.

—Haré cuanto pueda, gran señor.

Ben movió la cabeza, desesperanzado.

—Cualquier cosa. —Se levantó—. Bueno no podemos hacer mucho hasta que amanezca. Con tanta oscuridad como hay ahí fuera sería difícil seguir el rastro de esos condenados gnomos. Incluso para Juanete. Las nubes impiden el paso de la luz de las lunas. ¡Qué mala suerte! —Con grandes zancadas se acercó a la ventana y regresó—. Al menos Fillip y Sot no saben lo que han cogido. Creen que la botella sólo es un objeto bonito. Quizás no se les ocurra abrirla antes de que los encontremos. Quizás se limiten a sentarse ante ella y mirarla.

—Puede ser —dijo Questor con expresión de duda.

—O puede que no —concluyó Ben.

—Hay un problema.

—¿Otro problema, Questor?

—Si, gran señor, me temo que sí. —El mago tragó saliva—. El tenebroso es una criatura muy imprevisible.

—¿Qué quiere decir?

—Que a veces sale de la botella por decisión propia.

A menos de veinte kilómetros de donde Ben Holiday contemplaba horrorizado a Questor Thews, Fillip y Sot se hallaban acurrucados juntos en la oscuridad protectora de la noche. Habían ensanchado una madriguera de tejón abandonada, introduciendo poco a poco sus cuerpos rechonchos y peludos hasta que sólo asomaron sus hocicos puntiagudos y sus ojillos brillantes. En esa guarida improvisada escuchaban los sonidos que los rodeaban, tan inmóviles como las hojas que pendían de los árboles cercanos aquella noche sin viento.

—¿La sacamos otra vez? —preguntó Sot.

—Creo que deberíamos dejarla escondida —contestó Fillip.

—Pero podríamos sacarla sólo un momento —propuso Sot.

—Podría ser un momento demasiado largo —dijo Fillip.

—Pero si no hay luz —insistió Sot.

—Algunos no necesitan luz —declaró Fillip.

Después se quedaron callados, pestañeando, olfateando. A lo lejos, un pájaro emitió un trino agudo.

—¿Crees que el gran señor la echará de menos? —preguntó Sot.

—Dijo que no deseaba volverla a ver nunca —respondió Fillip—. Dijo que le gustaría que desapareciera.

—Pero quizás la eche en falta —dijo Sot.

—Tiene muchas más botellas y vasijas y otras cosas bonitas —le recordó Fillip.

—Yo creo que deberíamos sacarla otra vez.

—Yo creo que deberíamos dejarla donde está.

—Sólo para mirar los payasos que bailan.

—Sólo para darle a alguien la posibilidad de que nos la robe.

Sot se acurrucó, enfadado, agitándose con furia para que quedasen dudas en la mente de Fillip respecto a como se sentía por aquel asunto. Fillip lo ignoró. Sot se removió aún más, luego suspiró y se quedó mirando la oscuridad. Se acordó de la suculenta comida y la cama caliente que había dejado en el castillo.

—Debíamos habernos quedado con el gran señor hasta mañana —dijo.

—Era necesario que nos fuésemos enseguida con la botella —contestó Fillip, un poco cansado de la charla del otro. Arrugó la nariz—. Al gran señor le molestaba la presencia de la botella. Le causaba un gran sufrimiento mirarla. Le recordaba al perro. El perro era su amigo, aunque no entiendo como alguien puede ser amigo de un perro. Los perros son buenos para comer y nada más.

—Deberíamos haberle dicho que nos llevábamos la botella —arguyó Sot.

—Eso sólo le hubiera causado más sufrimiento —refutó Fillip.

—Estará enojado con nosotros.

—Estará agradecido.

—Creo que tendríamos que mirar otra vez la botella.

—¿Vas a dejar…

—Sólo para estar seguros de que está bien.

—… de repetir lo mismo…?

—Sólo para estar seguros.

Fillip dejó escapar un suspiro profundo y silbante que levantó polvo en la entrada de la madriguera. Sot estornudó. Fillip se volvió hacia él y parpadeó. Sot parpadeó también.

—Sólo un momento muy, muy corto —accedió al fin Fillip.

—Sí, sólo un momento —agregó Sot.

Sus dedos mugrientos rebuscaron en un montón de palos y hojas que tapaban un estrecho agujero que habían hecho en la tierra justo ante ellos. Cuando lo dejaron al descubierto, ambos introdujeron las manos al mismo tiempo y sacaron con cuidado algo envuelto en trapos. Los quitaron y apareció la botella.

La pusieron derecha en el suelo ante sus narices. La superficie blanca resplandeció ligeramente, con sus arlequines rojos bailando. Los ojos de los gnomos emitían destellos de entusiasmo.

—¡Qué cosa tan bonita! —susurró Fillip.

—¡Que tesoro tan hermoso! —añadió Sot.

La contemplaron un rato más. El momento que se habían concedido se prolongó en varios minutos y luego en muchos más. Transfigurados, siguieron contemplándola.

—Me pregunto si habrá algo dentro —musitó Fillip.

—Me pregunto lo mismo —musitó Sot.

Fillip alargó la mano, cogió la botella y la agitó con suavidad. Los arlequines dieron la impresión de acelerar su danza.

—Parece que está vacía —dijo.

Sot la sacudió también.

—Lo está —confirmó.

—Pero es difícil asegurarlo sin verlo —dijo Fillip.

—Sí, es difícil —convino Sot.

—Quizás estemos equivocados —dijo Fillip.

—Quizás lo estemos —dijo Sot.

La olisquearon y la palparon con sus zarpas. La estudiaron en silencio durante un rato, dándole vueltas a un lado y a otro, moviéndola de aquí para allá, tratando de descubrir su contenido. Al fin, Sot empezó a manipular el tapón. Fillip apartó la botella enseguida.

—Acordamos abrirla después —puntualizó.

—Para después falta mucho tiempo —objetó Sot.

—Acordamos que la abriríamos cuando estuviésemos a salvo en casa.

—Nuestra casa está demasiado lejos. Además, aquí ya estamos a salvo.

—Lo acordamos.

—Podemos hacer otro acuerdo.

Fillip sintió que su decisión comenzaba a flaquear. Estaba tan ansioso como Sot por descubrir si había algo dentro de la preciosa botella. Podían abrirla, sólo un momento, y taparla enseguida. Podían mirar por el orificio, sólo una ojeada…

Pero, ¿y si lo que había dentro se derramaba en la oscuridad y se perdía?

—No —dijo Fillip con firmeza—. Lo acordamos. Abriremos la botella cuando lleguemos a casa y no antes.

Sot lo contempló con enojo y suspiró, dándose por vencido.

—Cuando lleguemos a casa y no antes —repitió decepcionado.

Durante un rato permanecieron en silencio, mirando la botella. Sus ojos parpadeaban de vez en cuando, tratando de mantenerla enfocada, pero la visión era tan débil que tenían que hacer un gran esfuerzo. Los gnomos nognomos ponían su confianza en los otros sentidos para saber qué ocurría a su alrededor. Sus ojos eran casi inútiles.

La botella reposaba allí, como un óvalo vagamente luminoso en la oscuridad. Cuando el tapón dio una ligera sacudida, no lo advirtieron.

—Supongo que será mejor que la guardemos —dijo Fillip.

—Supongo que sí —suspiró Sot.

Cogieron la botella.

—¡Ssssst!

Fillip miró a Sot y Sot miró a Fillip. Ninguno de los dos había hablado.

—¡Ssssst!

Era la botella. El sonido siseante provenía de la botella.

—¡Ssssst! ¡Dejadme salir, amos!

Fillip y Sot se quedaron paralizados, y sus rostros de hurón se tornaron en máscaras aterrorizadas. ¡La botella estaba hablando!

—¡Amos, abrid la botella! ¡Dejadme salir!

Fillip y Sot soltaron la botella a la vez y se arrebujaron en su madriguera hasta que sólo asomó la punta de sus narices. De haber podido enterrarse más, lo hubieran hecho.

La voz de la botella empezó a gemir.

—Por favor, por favor, amos, dejadme salir. No os haré daño. Soy vuestro amigo. Puedo enseñaros cosas, amos. Dejadme libre. Os enseñaré cosas maravillosas.

—¿Qué clase de cosas maravillosas? —se aventuró a preguntar Fillip desde su refugio, como una voz fantasmagórica en la oscuridad. Sot no abrió la boca.

—¡Maravillosas cosas mágicas! —dijo la botella.

Tras lo cual, se quedó en silencio largo rato.

—No os haré daño —insistió después.

—¿Quién eres? —preguntó Fillip.

—¿Por qué puedes hablar? —preguntó Sot.

—Las botellas no hablan.

—Las botellas nunca hablan.

—No es la botella quien habla, amos. ¡Soy yo! —dijo la botella.

—¿Quién es yo? —preguntó Fillip.

—Sí, ¿quién? —añadió Sot.

La botella tardó un poco en responder.

—No tengo nombre —contestó al fin.

Fillip sacó un poco la cabeza de la madriguera.

—Todo el mundo tiene un nombre —dijo.

Sot lo imitó.

—Sí, todo el mundo —corroboró.

—Yo, no —dijo la botella con tristeza. De repente, se animó—. Pero a lo mejor vosotros podríais darme uno. Sí, un nombre apropiado para mí. ¿Por qué no me dejáis salir para ponerme un nombre?

Fillip y Sot dudaron, pero el miedo ya estaba cediendo ante la curiosidad. Aquel objeto no sólo era precioso, ¡además hablaba!

—Si te dejamos salir, ¿te portarás bien? —preguntó Fillip.

—¿Prometes que no nos harás daño? —preguntó Sot.

—¿Haceros daño? ¡Oh, no! —La botella estaba asombrada—. ¡Sois mis amos! ¡No puedo hacer daño a los amos de la botella! Siempre tengo que hacer lo que ellos me digan.

Fillip y Sot reflexionaron. Entonces Fillip alargó la mano cautelosamente hacia la botella y la tocó. Estaba caliente. Sot hizo lo mismo. Se miraron con perplejidad.

—Puedo enseñaros cosas maravillosas —volvió a prometer la botella—. ¡Puedo enseñaros cosas mágicas!

Fillip miró a Sot.

—¿La abrimos? —preguntó con un susurro.

Sot lo miró.

—No sé —respondió.

—Puedo daros cosas muy bonitas —siguió prometiendo la botella—. ¡Puedo daros tesoros!

Eso fue suficiente para los gnomos nognomos. Fillip y Sot extendieron las manos hacia la botella al mismo tiempo, la agarraron por el cuello y tiraron del tapón hasta sacarlo. Salió una nube de humo rojizo que resplandeció con puntos de luz verde, luego se oyó un suave estallido y una cosa pequeña, negra y peluda asomó trepando por el cuello. Fillip y Sot retiraron las manos de inmediato. La cosa que trepaba por la botella parecía una araña enorme.

—¡Ahhhh! —el ser suspiró con alivio sobre el borde de la botella.

Se colgó de él y contempló a los gnomos. Sus ojos rojos brillaban como los de un gato. Ahora se parecía menos a una araña. Tenía cuatro extremidades, todas iguales a primera vista, una cola de rata que se retorcía y golpeaba, un lomo curvado con una banda de pelos negros e hirsutos que seguían la línea de su columna vertebral, manos y dedos blanquecinos como los de un niño enclenque. La cara era peluda y chata, como si hubiera sido aplastada alguna vez y nunca hubiera recobrado su forma original. Las orejas puntiagudas estaban alerta y escuchaban los sonidos de la noche. La boca entreabierta, que dejaba ver los dientes, con la piel arrugada por un gesto que quería ser una sonrisa.

—¡Amos! —los tranquilizó.

Los dedos de una de sus extremidades buscaron en su cuerpo como si hubiese algo molesto escondido bajo el pelo negro.

——¿Qué eres? —preguntó Fillip con un susurro.

Sot se limitó a mirar.

—¡Soy lo que soy! —dijo la criatura y la mueca de su rostro se acentuó—. ¡Un maravilloso hijo de la magia y la hechicería! ¡Un ser que supera en mucho a quienes lo crearon!

—¡Un demonio! —susurró Sot, repentinamente aterrorizado.

La criatura se sobresaltó.

—Un tenebroso, amos míos. Un pobre desgraciado encerrado en este cuerpo repugnante por… casualidad. ¡Pero también el guardián de la botella, amos míos, el guardián de todas sus maravillas y tesoros!

Fillip y Sot apenas se permitían respirar.

—¿Qué… qué maravillas son las que guardas en la botella? —se atrevió a decir Fillip, incapaz sin embargo de evitar que le temblara la voz.

—¡Ahhhh! —suspiró el tenebroso.

—¿Por qué están guardados ahí? —preguntó Sot—. ¿Por qué no las guardas en el bolsillo?

—¡Ahhhh! —exhaló de nuevo la criatura.

—¿Por qué vives en la botella? —preguntó Fillip.

—Sí, ¿por qué? —insistió Sot.

El cuerpo de araña se arqueó y se volvió sobre el borde de la botella como un insecto buscando comida.

—¡Porque… debo hacerlo! —La voz del tenebroso era un silbido excitado—. ¡Porque es necesario para mí! ¿Os gustaría probarlo? ¿Os gustaría saber cómo es por dentro? ¿Os atreveríais, amitos? ¿Os atreveríais a ver cómo forma, moldea y reelabora la vida?

Fillip y Sot empezaron a enterrarse un poco más a cada palabra, tratando de desaparecer por completo. Ahora se arrepentían de no haber dejado la botella cerrada como acordaron al principio. Deseaban que no se les hubiese ocurrido abrirla.

—¡Ohhhhh! ¿Tenéis miedo? —preguntó el tenebroso con voz lastimera, burlándose de ellos—. ¿Tenéis miedo de mí?

Pero no, no debéis tener miedo. Vosotros sois los amos, y yo sólo un sirviente. ¡Ordenadme, amos! ¡Pedidme algo y dejad que os muestre lo que puedo hacer!

Fillip y Sot lo contemplaban en silencio.

—¡Pedid, amos! —les rogó la criatura—. ¡Dadme cualquier orden!

Fillip tragó saliva para aliviar la sequedad de su garganta.

—Enséñanos algo bonito —dijo cauteloso.

—Algo brillante —añadió Sot.

—¡Eso es tarea fácil! —dijo el tenebroso, frunciendo los labios—. Bueno. Algo bonito. Algo especial. ¡Aquí tenéis!

Se irguió sobre las patas traseras y pareció aumentar ligeramente de tamaño. Sus dedos se agitaron de un lado a otro y de ellos surgieron chispas de luz verde. Todos los insectos que volaban alrededor se prendieron en las chispas, volviéndose puntos brillantes de colores tornasolados. Los insectos revoloteaban enloquecidos mientras las llamas los consumían, describiendo complicados dibujos en la noche con sus pequeños rastros brillantes ante los atónitos gnomos.

——¡Ohhhh! —exclamaron Fillip y Sot al unísono, asombrados por el caleidoscopio de colores, una vez superada la sensación de repulsión por la quema de insectos.

El tenebroso esbozó una sonrisa torcida y terminó riendo jubilosamente.

—¡Aquí tenéis amos! ¡Más colores para vosotros!

Los dedos blancuzcos y esqueléticos se agitaron de nuevo en el aire nocturno, y esta vez la luz verde se elevó aún más, explotando en una lluvia resplandeciente y multicolor. Un pájaro se prendió en llamas, emitiendo lo que al parecer, fue su último grito. Otros le siguieron, formando un arco iris llameante de colores maravillosos e increíbles, como estrellas que cayeran del cielo. Los gnomos contemplaban el espectáculo y su fascinación crecía en ellos más y más a medida que los pájaros morían, haciéndoles perder la conciencia de lo que estaba ocurriendo.

Cuando se consumieron los pájaros, el tenebroso volvió de nuevo hacia Fillip y Sot. Sus ojos emitían un brillo rojizo, que se reflejaba en los ojos de los gnomos.

——Podéis ver muchas cosas como estas, amos —susurró el tenebroso en tono de promesa—. La magia de la botella puede daros todo lo que deseéis. ¡Todas las maravillas que imaginéis y mucho más! ¿Queréis eso, amos? ¿Queréis disfrutar de eso?

—¡Sí! —musitó Fillip, extasiado.

—¡Sí! —musitó Sot.

El tenebroso arqueó el lomo y, erizando los pelos negros adoptó una forma perversa y unos ademanes lisonjeros.

—¡Qué amos tan buenos! —susurró—. ¿Por qué no me tocáis?

Fillip y Sot asintieron y extendieron al mismo tiempo las manos hacia él.

El tenebroso entornó los ojos, lleno de satisfacción.