Diario de Arkady Tsepesh

21 de abril. Mediodía. Escrito en hojas sueltas.

Finalmente el agotamiento me venció y he dormido en la entrada a la habitación con mi improvisado diario sobre mi regazo hasta que la luz gris de la mañana se ha filtrado por la puerta abierta. Con el corazón golpeándome el pecho de miedo, me he levantado al recordar las circunstancias en que nos encontramos y he entrado corriendo en la habitación donde se encontraba mi mujer.

El bebé aún no había nacido. Mary estaba tan cansada y pálida y tenía los labios tan grises que me he asustado, Dunya, con el rostro sombrío de preocupación, ha dicho que no se podía mover a Mary por temor a que se desangrara hasta morir. Eso lo he creído, no he pensado que fuera algo que V. le hubiera metido en la cabeza. Una mirada a mi pobre esposa me lo ha confirmado.

No obstante, le he preguntado a Dunya cuánto podría durar el parto. Ha sacudido la cabeza y ha abierto la boca para hablar, pero los repentinos gemidos de angustia de mi esposa no me han permitido oírla.

El sonido me ha llenado los ojos de lágrimas, ya que parecía como si estuviera llorando por el sufrimiento que le he causado al traerla aquí. Dunya ha visto mi aflicción (Pobre niña. Lo más horrible de todo es que sigue siendo ella, con un buen corazón. Ni siquiera creo que sea consciente de que V. la controla) e inmediatamente me ha ordenado que vaya a buscar más hierbas analgésicas a la cocina.

He dudado si dejar o no a Mary, pero ya había oído a los sirvientes decir entre susurros que los strigoi duermen de día. Sin duda, V. lo hacía y por eso he sentido que Mary estaría a salvo… al menos, por el momento.

Agradecido por poder serles de ayuda, he bajado y de camino he descubierto que, en algún momento de la noche, a la entrada principal se le había quitado el cerrojo y que estaba abierta. El cielo de la mañana era gris y estaba lleno de unas nubes que no presagiaban nada bueno; el aire olía a lluvia inminente. Más adelante, cerca de los escalones delanteros, esperaban los caballos y la calesa. Esa imagen me ha traído tanto alegría como pavor; alegría porque ahí estaba nuestra oportunidad de escapar; pavor porque he recordado la promesa que hice de ir a recoger al nuevo visitante a Bistritz.

He bajado al patio. Los caballos estaban descansados y cepillados, a pesar del hecho de que todos los sirvientes habían desaparecido del castillo. Mientras los miraba asombrado, me sentía arrastrado por distintos impulsos en cuatro direcciones.

Primero, he deseado huir, bajar en brazos a mi esposa, que tanto estaba sufriendo, y marcharme a galope con ella en la calesa, a pesar del peligro que Mary corría. El segundo impulso ha sido ir a Bistritz a avisar al visitante para que volviera por donde había venido.

Por otro lado, deseaba ir a Bistritz, recoger al visitante y dejarlo en manos de V., sabiendo que así lograría poner a salvo a mi esposa y a mi hijo. ¿Qué suponía una muerte más cuando la sangre de los Mueller ya había manchado mis manos de forma involuntaria?

Pero, si lo que decía la leyenda era verdad y el vampiro dormía durante el día, entonces no necesitaba hacer nada de lo anterior… solo tenía que matar a V. mientras dormía. Conocía el método y disponía de los medios.

He tomado una decisión justo en el momento en que la suave luz del sol comenzaba a colarse entre la bruma, que colgaba hasta rozar el suelo. Cuando me ha parecido que los blancos remolinos que tenía a mi lado tomaban forma, lo he interpretado como un trompe l’oeil fruto del agotamiento, y no le he dado importancia hasta que he oído una voz familiar y agitada susurrar.

—¡Kasha…!

Los caballos, piafando, han resoplado inquietos.

He alzado la vista. Zsuzsa estaba allí, de pie, sujetando la mortaja blanca que la cubría como una capa de niebla. Parecía más joven, una mujer de apenas veinte años. Su cuerpo aún estaba derecho, aún perfecto, aún poseía esa belleza de otro mundo, pero bajo la luz del día su resplandor sobrenatural quedaba atenuado. Se ha acercado con un movimiento elegante, pero tan humano, que se me ha hecho un nudo en la garganta ante tan profunda tristeza. He visto unos ojos asombrosos y llenos de atractivo, aunque ya no era una mirada distante ni depredadora; aún quedaba un ápice de su brillo dorado, pero el tono dominante era el marrón suave… el color de los ojos de mi querida y difunta hermana.

Tenía las mejillas cubiertas de lágrimas.

—Oh, Zsuzsa —he susurrado antes de cerrar los ojos. Cuando los he abierto, la visión seguía allí. Me he balanceado al sentirme mareado de pronto.

—Kasha —ha dicho con tono apremiante y agarrándome la muñeca; he temblado ante su frío tacto y he visto que ella también lo ha hecho… al ver el crucifijo de Ion, que me había sacado del bolsillo con la otra mano y le estaba mostrando sobre mi palma. Ha retrocedido de inmediato, como si mi piel quemara como el vitriolo—. He estado esperando a que salieras donde ella no pueda oír. Kasha, ¡debo hablar contigo inmediatamente! Tenemos que salvaros, ¡no sabes lo que él tiene planeado! Pero vayamos a la sombra, la luz me hace daño.

Me he puesto derecho, aunque me costaba mantenerme en pie. Ella ha hecho ademán de ayudarme, pero el crucifijo la ha obligado a mantenerse alejada. Juntos hemos ido hasta la sombra proyectada por el castillo y allí ha hecho intención de abrazarme, pero ha dejado caer los brazos, impotente ante la cruz. Por otro lado, no he visto intento alguno en ella de hechizarme.

—Kasha —ha repetido con una voz grave que temblaba con desesperación—. Sé que anoche estuviste allí. Me viste alimentarme…

—Te vi matar a una mujer —le dije.

Ella ha bajado los párpados. No me ha mirado, pero no había rastro de culpa ni en su voz ni en su expresión al responder:

—Sí, pero no tenía elección. No puedes hacerte una idea del hambre, del dolor que se siente. No era yo. En absoluto soy yo; ahora soy lo que soy y no puedo cambiarlo. No digo esto para engatusarte, sino porque de verdad quiero ayudar. Kasha, debes dejar que te muerda. ¡Debes dejar que te haga como yo! Es la única forma; de lo contrario, ¡lo que le sucedió a nuestro pobre padre te sucederá a ti!

He alzado el crucifijo y lo he sostenido delante de su cara, maravillándome ante su efectividad (¡de modo que las historias de los campesinos son todas ciertas!) y deseando haberlo usado anoche para salvar a frau Mueller de la criatura que tenía ante mí. Ha hecho una mueca de disgusto y ha retrocedido, alzando las manos como si temiera que pudiera golpearla, pero sin mostrar furia alguna.

—Vuelve —le he ordenado—. Vuelve con él, monstruo. Mi hermana está muerta.

Ha dejado escapar un amargo sollozo, pero ha permanecido donde estaba, aunque sin duda la proximidad de la cruz la estaba atormentando. Cuando ha recuperado cierto control y se estaba secando los ojos con un extremo de su mortaja, ha dicho con una voz de determinación que jamás la había oído emplear:

—Soy tu hermana, Kasha. Sí, soy una no muerta, pero sigo siendo Zsuzsa. Debes comprenderlo. Vlad siempre ha sido como es, un cruel tirano. La muerte y la inmortalidad lo han cambiado… y a mí, pero poco. ¿No te preguntas porqué he venido ahora, por la mañana, cuando a él nunca lo has visto?

No tenía respuesta para eso, porque, en efecto, estaba asombrado. Mi silencio le ha producido una ligera satisfacción.

—Puede moverse de día, si alguna emergencia lo requiere —ha continuado—, pero la luz resulta muy molesta y no le gusta, ya que sus poderes quedan enormemente reducidos. Debe descansar cada veinticuatro horas, más cuando se ha alimentado, y por eso la mayoría de las veces elige descansar durante el día. Pero yo me alimenté y descansé anoche y ahora me muestro ante ti en el momento en que soy más vulnerable, como señal de confianza. Oh aun así soy más fuerte que tú y podría intentar controlarte, pero no lo haré. ¡Arkady, debes escucharme y creerme!

Su tono era de sincera angustia y yo no podía negar que no estuviera intentando hipnotizarme, como había hecho la noche que despertó después de morir. Por eso le he preguntado:

—¿Escuchar y creer qué?

—La verdad. —Su rostro se ha contraído de dolor—. Él no nos quiere. Oh, Kasha, ¡nunca nos ha querido! Cuando vino a mí, pensé que lo hacía porque tenía sentimientos, pero todo ha sido una mentira. Me controló entonces, me hizo sentir y creer cosas, e incluso cuando bebí su sangre…

Aquí ha perdido la calma, ha agachado la cara, se la ha cubierto con las manos y ha llorado. Su cabello oscuro, libre ahora de todo rastro plateado, se ha soltado de su velo blanco y ha caído hacia delante. Tras un instante, ha levantado la cara para continuar con voz temblorosa:

—Cuando bebí su sangre, supe todo lo que él sabe. Y entonces conocí los términos del acuerdo…

—Del pacto —he dicho yo.

—Sí. En ese momento lo supe todo, pero aún me controlaba y me obligó a olvidar lo que no quería que supiese. Pensó… ¡su arrogancia no conoce límites!, pensó que le estaría tan agradecido por mi inmortalidad que seguiría siendo su pequeña Zsuzsa, la que lo trataba con adoración y servilismo; que cuando despertara como strigoi y lo recordara todo, seguiría amándolo. ¡Tal vez pensó que me convertiría en alguien sin corazón, al igual que él! Pero tú sigues siendo mi hermano y yo sigo siendo Zsuzsa, aunque cambiada. Aún te quiero, Kasha, y no puedo soportar ver cómo te utiliza.

»Me convirtió en strigoi porque el modo en que lo veneraba despertó su ego; y así, movido por su orgullo desmedido, decidió que aplacaría su hambre, acallaría mi oposición a su deseo de ir a Inglaterra y tendría una compañera inmortal qué por siempre le veneraría como el voievod. Ha renunciado al control sobre mí, no sabe lo que pienso, no sabe adónde he ido. Es parte del trato, a cambio de romper el pacto y convertir en strigoi a un miembro de su familia. No podría hacerlo sin pagar un fuerte precio a cambio, porque convertir en vampiro a uno de los suyos significaba que el alma quedaría atrapada eternamente entre el cielo y el infierno, y de ese modo el demonio no puede apoderase de ella. Y así eligió que, una vez que yo despertara como un no muerto, perdería su habilidad de entrar en mi mente y controlarla. Estaba muy seguro de mi lealtad.

—¿Un trato con quién? —la he interrumpido, pero ante esta pregunta ha estrechado los ojos y no parecía encontrar una respuesta, aunque ha continuado rápidamente.

—Y por eso yo no recordaba la verdad sobre su pacto cuando estaba cambiando, antes de morir, porque aún dirigía mis pensamientos entonces; y cuando me levanté de mi ataúd, no podía pensar en otra cosa que en la horrible hambre que sentía. Solo después de beber la sangre de la mujer y descansar he tenido la mente lo suficientemente clara como para pensar; y entonces me ha horrorizado la idea de que pudiera pasarte algo. ¡Nuestro pobre padre sufre ahora, en lugar de él! Vlad podía haberlo salvado, podría haber hecho por él lo que hizo por mí, atrapar mi alma sobre la tierra, pero por el contrario, ¡se aseguró de que sufriera un tormento eterno! ¡No pienses que apartó sus dientes de padre movido por la bondad! Y contigo hará lo mismo… te atrapará, te obligará a cometer crímenes en contra de tu voluntad. Ya oirás con qué crueldad se ríe cuando te diga que va a enviarte a Bistritz a ver al jandarm. Se deleita con tu tormento; para él todo esto no es más que un juego, ver cómo aumenta tu miedo según vas dándote cuenta de la verdad, llevarte hasta el borde de la locura con la esperanza de quebrantar tu ánimo…

He cerrado los ojos y he pensado en la carta de Radu: «Es como un viejo lobo que ha matado tanto que ha acabado aburriéndose y tiene que encontrar nuevos placeres; destruir la inocencia es uno de ellos… Este entretenimiento no pierde la frescura, ya que solo puede disfrutarlo una vez durante una generación».

—Los Mueller —he dicho bruscamente al abrir los ojos y al darme cuenta de que V. había matado a Laszlo para garantizarse mi complicidad. Ante la mirada curiosa de Zsuzsanna, he añadido—: Los visitantes. Me ha engañado para que les clavara unas estacas en el corazón antes de que murieran; me engañó para cometer un asesinato, cuando yo pensaba que lo que estaba haciendo era evitar que se levantaran como no muertos.

—Tú no los has matado —ha dicho ella con tanta certeza que la he creído—. Sentí a la chica morir.

—Pero gritó…

—Como hacen todos los no muertos cuando se los destruye. —He sentido un alivio tan intenso que los ojos se me han llenado de lágrimas, pero mi hermana se ha estremecido ante la idea cuando enseguida ha añadido—: ¿Le has hecho daño a alguien más? ¿Has traído a alguien al castillo sabiendo lo que es Vlad y lo que les haría?

—No.

Mi hermana ha dado una palmada en un infantil gesto de regocijo.

—¡Entonces tal vez no es demasiado tarde! ¡Tal vez ya no hay necesidad de convertirte en uno de nosotros! Aún no has cometido pecado mortal. Intentó engañarte para que pensaras que ya lo habías hecho y que, por lo tanto, el hecho de que cometieras más crímenes en el futuro no supondría ninguna diferencia.

He sacudido la cabeza mientras le decía con un tono cargado de ironía:

—Tanto si es pecado como si no, eso no les importará a las autoridades de Viena. Lo único que sabrán es que yo empuñé la estaca y el cuchillo…

—Kasha, ¡no estoy hablando de algo con tan poca importancia como el jandarm de Viena! ¡Estoy hablando del acuerdo, del pacto! ¡De tu destino eterno!

Por un instante, nos hemos quedado mirándonos y dándonos cuenta de que uno no entendía lo que el otro decía.

Yo he sido el primero en hablar y he dicho suavemente:

—Sé lo del pacto. Dunya me habló del que tiene con los aldeanos a cambio de darles protección; y el propio V. me ha explicado el acuerdo que tiene con nuestra familia: el hijo mayor le sirve a cambio de protección y bienestar económico para la familia.

—Oh, no —ha dicho ella con un susurro tan áspero que ha parecido cortar el aire que nos separaba, cortar mi corazón con tanta facilidad como la daga de V. cortó la tierna piel de un niño—. Entonces no sabes nada sobre su verdadero pacto… con el diablo.

»Tu alma, Kasha. La tuya y la de tu padre, y la de su padre tiempo antes. El alma del hijo mayor vivo de cada generación de Tsepesh: es el oro con el que compra su inmortalidad.

Zsuzsa me ha contado más cosas, en una voz baja que temblaba con horror bajo la sombra del castillo. Después de que V. me acompañara al lado de mi esposa, había vuelto a la cámara interior y se había dirigido a Zsuzsa con una ira aterradora mientras le gritaba que lo había traicionado.

—Me ha acusado de haberte hechizado —ha dicho llorando—, de haber establecido mi propio pacto para liberarte de su control.

—Es cierto. Ya no controla mi mente. No desde el momento en que te levantaste de tu tumba…

Ella ha asentido tristemente.

—Vlad pretendía involucrarte más, vincular a tu hijo mediante el ritual de la sangre antes de devolverte tu voluntad. Por eso en el último momento se vio obligado a llevarse a Mary, para traeros a ti y al bebé al castillo, ya que ya no puede atraerte hasta aquí mentalmente. Pero sospecho que alguien incluso más malvado y astuto que él lo ha engañado. Tal vez renunciar a mi voluntad no era un precio lo suficientemente alto como para romper el pacto y convertirme en strigoi. Tal vez también se necesitaba tu voluntad a cambio… porque me echó de la cámara interior y su ira fue tan aterradora que aún no he regresado. Pero me quedé cerca de la puerta más exterior y pude oírle gritarle a alguien, o a algo, dentro.

He pensado en el altar negro en la cabecera del ataúd de V. y me he estremecido. Mi mente aún no podía creerlo, no podía comprender, pero mi corazón ha aceptado las palabras de Zsuzsa. Porque si algo tan atrozmente maléfico como V. puede existir, sin duda el diablo debe de existir.

—Zsuzsa —he susurrado al caer en la cuenta—. Me ha pedido que vaya a Bistritz para recoger a otro visitante…

—Kasha, ¡no debes ir! Si pones una víctima en sus manos, entonces él habrá ganado y tú alma estará perdida.

—¡En ese caso, ayúdame a matarlo! Ahora está dormido y es vulnerable…

Ha girado la cara hacia mí y sus ojos han brillado, no con un tono dorado, sino con el rojo mate y lleno de furia de unas ascuas apagándose.

—¡No vuelvas a decir algo así nunca más! ¿Cómo puedes pedirme…?

—¡Es un asesino, ha matado miles, millones de veces, Zsuzsa! Tu misma has dicho que ya no lo amas.

—No —ha dicho lentamente—. No… No lo amo. Lo odio por lo que os ha hecho a ti y a padre, por cómo me ha engañado. Pero he acudido a ti porque no quiero que nadie sufra ningún daño. Ni siquiera él.

—¡Pero podría hacerle daño a Mary!

Ha bajado su hermoso rostro, con su ligero tono rosado robado de las mejillas de frau Mueller, y ha suspirado al admitir algo que no quería.

—Sí… haría lo que fuera para corromper tu alma… mataría a tu mujer y a tu hijo… siempre que vivieras para engendrar a otro. Pero a ti no te hará daño, no si eres inocente.

He alzado la cabeza y el corazón se me ha acelerado cuando otra revelación más poderosa ha ocupado mi mente.

—¿Y si muero siendo humano?

—Él quedaría destruido.

—¡Zsuzsa! —Sin pensar en el crucifijo, le he cogido la mano y ella la ha retirado con un pequeño grito de dolor—. Zsuzsa, debes prometerme, entonces, que se lo explicarás todo a Mary y que te asegurarás de que ella y el bebé están bien… —Me he metido la mano bajo el chaleco en busca del revólver de padre.

Ella ha alargado la mano para detenerme y se ha estremecido ante el roce de nuestras pieles.

—¡No! Debe ser una muerte inocente, Kasha. Si te matas con tus propias manos o eres cómplice de ella, perderás tu alma y el pacto se mantendrá.

Me he arrodillado ante ella.

—¡Pues entonces mátame!

Ha apartado la cara y durante un instante se ha quedado mirando hacia la luz del sol que troteaba el bosque, antes de susurrar:

—Esta vida es grotesca… pero demasiado hermosamente extraña como para abandonarla, hermano. Tengo poderes, habilidades y una belleza que jamás habría pedido imaginar tener en mi patética y pequeña vida humana. No me pidas que renuncie tan pronto…

—Zsuzsa, no lo entiendo…

Ella ha respirado hondo y se ha vuelto hacia mí; la agitación que sentía en su interior había marchitado y retorcido sus perfectos rasgos.

—Si destruyes a Vlad, me destruyes a mí.

La he mirado a los ojos y entonces he sabido que aún amaba a V. tanto como lo odiaba; que no me ayudaría más de lo que me había ofrecido. Es más, en esos ojos he visto un incipiente arrepentimiento.

Bruscamente, ha añadido:

—Huye, Kasha. Huye. Ponte a salvo por el bien del bebé y asegúrate de llevártelo lejos de aquí. Porque desde el momento en que nazca, Vlad lo unirá a él mediante el ritual de la sangre… a menos que tú lo evites.

Y ha desaparecido. No sutilmente, no gradualmente, entre las sombras, sino con tanta brusquedad como había desaparecido el pequeño espectro de mi hermano ante mis ojos en el bosque. Un momento estaba viendo la imagen de mi radiante y hermosa hermana y al siguiente estaba mirando la mañana gris y las altas y distantes siluetas de los árboles.

No me he quedado, sino que he entrado en el castillo, he ido a buscar la hierba analgésica que Dunya me había pedido y se la he entregado.

El tormento de Mary ahora es constante; seguro que el bebé nacerá pronto. No soporto más la espera mientras escribo y la oigo sufrir.

Debo actuar.