Diario de Mary Windham Tsepesh

19 de abril.

Arkady se ha vuelto loco. Se niega a comer y a dormir y dice que no se moverá del lado de su hermana, a pesar de que le hemos dado sepultura este mediodía.

La noche que Zsuzsanna murió, se quedó junto a su cuerpo. No intenté disuadirlo, ya que Dunya me aseguró que no corría peligro, y yo creí que lo hacía por tratarse de una costumbre transilvana. Después de todo, también había velado el cuerpo de su padre la noche que llegamos a la mansión.

Pero ayer por la mañana aún seguía con ella. Dunya vino al dormitorio del bebé para informarme de que Arkady se negaba a dejar a Zsuzsanna sola con los sirvientes, incluso cuando las mujeres fueron a lavarla. Y cuando los hombres la tendieron en el ataúd y la llevaron al salón principal, tampoco se alejó de su lado. Eso preocupó a Dunya, ya que todo estaba preparado para liberar a Zsuzsanna de la maldición del strigoi una vez que se le hubiera dado sepultura y que todo el mundo hubiera dejado solo el sepulcro.

Después de hablar con Dunya, fui al salón, pero la puerta estaba cerrada con llave y tenía el pestillo echado, y Arkady pareció no reconocer mi voz. Tampoco se acercó a la puerta; únicamente lanzó amenazas diciendo que utilizaría el arma si no se le dejaba solo. Descorazonada, regresé a la habitación de los niños, y aunque no me criaron en el catolicismo, me vi rezando a san Jorge ante el pequeño santuario que Dunya había levantado allí. Una profunda pena y el dolor me produjeron un agotamiento inusitado, y así finalmente caí en un sueño nada placentero.

A última hora de la tarde, me despertaron los lejanos sonidos de un alboroto. Más tarde me enteré por Dunya de que mi esposo había apuntado con la pistola a dos mujeres contratadas por Vlad para cantar las típicas canciones de duelo ante el cuerpo de Zsuzsanna, y que las había perseguido. El bebé empezó a darme unas patadas tan fuertes esa tarde que no pude volver a dormir ni a encontrar descanso.

Para cuando el sol se puso ayer, Arkady aún no había dejado de velar el cuerpo. La llegada de la noche avivó mis temores y mi impaciencia. No podía soportar imaginarme a mi esposo en la oscuridad y solo junto a su hermana no muerta. Y por eso, con una última plegaria en silencio a san Jorge, fui a intentar convencer a Arkady de que volviera conmigo al refugio del cuarto de los niños.

Con la barbilla alta y los hombros rectos con gesto de determinación, llamé a la puerta del salón. En respuesta recibí un severo grito:

—¡Fuera!

—Arkady —respondí en seguida y tomé aire, preparándome para lanzar un discurso racional con los motivos por los que debía abrir la puerta. Pero ante el sonido de su voz, tan extraña, amarga y quebrada, lo que solté fue un sollozo y lentamente me apoyé contra la puerta, abrumada por el horror de la circunstancia que nos rodeaba.

No pude sacar voz; solo podía llorar. Durante unos segundos hubo silencio, pero entonces desde el otro lado de la puerta oí los sonidos apagados de unas pisadas y el chirrido del pestillo al deslizarse. Lentamente, la puerta se abrió y allí, en las titubeantes sombras estaba mi esposo, con la pistola en la mano derecha.

Verlo me rompió el corazón. Tenía la ropa arrugada, estaba sin afeitar, con unas profundas sombras bajo sus atormentados ojos, y en su sien derecha, entre su espeso cabello negro como el carbón, tenía una inconfundible y fina franja plateada, que no estaba allí la última vez que lo había visto y que le habría puesto Vlad, quien cada día parecía ir rejuveneciendo.

—¿Mary? —preguntó con voz temblorosa, con una voz tan infantil, desamparada y rota que despertó mis lágrimas. Bajó la pistola ligeramente y frunció el ceño mientras me miraba con unos ojos rojos e hinchados rodeados de oscuras sombras. Creo que su rasgo más apuesto siempre han sido sus ojos… en realidad, creo que la palabra «bello» es más apropiada. Al igual que su tío y su hermana, tiene unos ojos impactantes, impresionantes: color avellana claro jaspeado de intenso verde y rodeados por un anillo marrón oscuro.

Esa mirada hermosa y llena de pena se veía absolutamente perdida, tan perpleja como la de un pequeño vagando aturdido por el infinito bosque. Los fijó en mí y los vi estrecharse, los vi parpadear con incertidumbre mientras buscaba en lo más profundo de su memoria e intentaba recordar si de verdad me conocía y si podía confiar en mí.

—Sí, querido, soy yo, Mary —dije suavemente y di un paso más hacia el umbral de la puerta. Se puso tenso, pero no alzó más la pistola y cuando yo me quedé quieta, a la espera, la bajó hasta que el cañón quedó apuntando al suelo, aunque seguía sujetándola con fuerza.

Entré y me moví despacio, colocándome deliberadamente a su lado cuando se giró y avanzó hacia el ataúd, situado en el centro de la habitación. Dentro no había ningún farol encendido y las esquinas estaban cubiertas por un velo de oscuridad. La única luz que había provenía del inmenso candelabro de veinte brazos y de casi mi altura, situado en la cabecera del féretro abierto.

Las veinte velas estaban encendidas y proyectaban sobre Zsuzsanna un trémulo brillo dorado que la impregnaba de una belleza tan deslumbrante que parecía irreal como una estatua, una magnífica obra de arte creada para representar la quintaesencia de la belleza. Ningún ser humano podría poseer semejante encanto. Verla me robó el aliento, me hizo llevarme los dedos a la boca. Pero mientras la miraba, me di cuenta de que el efecto se debía a algo más que a la luz de las velas; su mismo ser parecía irradiar una luz interior, y su piel poseía el mismo y peculiar tono fosforescente que había apreciado en la piel de Vlad la primera vez que lo vi, en la pomana. Es más, parecía, según seguía mirándola, que brillara con unos ligeros y claros destellos de azul plateado.

Tan encantadora resultaba su imagen que tuve que cerrar los ojos y forzarme a mirar a mi marido, que estaba sentado en una silla colocada junto al ataúd y donde al parecer había pasado las últimas horas. Arkady también contemplaba a Zsuzsanna tan fijamente que parecía estar embelesado; y cuando pronuncié su nombre, al principio con delicadeza y después más alto, no me oyó, sino que continuó mirando a su hermana con la expresión distante y relajada de alguien que está hipnotizado.

Le toqué el brazo. Se giró y alzó la pistola que aún tenía en la mano derecha, como si ya se hubiera olvidado de que me había invitado a pasar. Retrocedí y vi el miedo en sus ojos calmarse a medida que me reconocía.

—Arkady —dije con voz suave, y cuando su expresión se volvió ligeramente más cálida, me armé de valor y volví a alargar el brazo para acariciarle el hombro. Cuando entré en la habitación, no estaba segura de qué iba a decir; solo sabía que los dos habíamos llegado a un punto de absoluta desesperación y por eso le hablé con el corazón—. Arkady, necesito recuperar a mi esposo. Necesito tu ayuda.

Mis palabras atravesaron su velo de desesperación y lo tocaron. Lentamente, dejó la pistola sobre el cojín de la silla y se volvió para mirarme con unos ojos que reflejaban su fiera lucha por salir de su oscuridad interior.

Pero también vi en esa mirada un brillo del hombre que conocía y me sentí alentada.

—Ven a la cama, cariño —susurré—. Ven a la cama. Es hora de que los dos descansemos.

Se pasó los dedos por su pelo recién plateado y lo agarró con fuerza mientras sacudía la cabeza. Su voz transmitía un atisbo de la angustia que lo había arrastrado hasta la locura.

—No puedo… no me atrevo a dejarla sola…

—No hay nada que temer —dije para calmarlo—. Podemos decirle a uno de los sirvientes que se quede con ella.

—¡No! —Se giró hacia mí moviéndose con la presteza de una serpiente—. ¡No podemos confiar en ellos! —Bajó el tono hasta un susurro de complicidad, como si temiera que alguno de ellos pudiera oírlo, pero sus ojos tenían una expresión curiosamente lúcida—. Una vez confié en ellos… les confié el cadáver de padre. Si te contara lo que le hicieron… —Tembló y volvió a sacudir la cabeza—. No. No dejaré que se queden con mi hermana.

—Arkady —dije con tono firme—, has dicho que has visto cosas terribles en el castillo. Bien, pues yo he visto cosas terribles aquí. Esta casa ya no es un lugar seguro y te necesito. Y no solo yo… Tu hijo también te necesita. —Y le puse la mano sobre mi vientre para que sintiera la agitación del niño. Su expresión se suavizó en ese momento y por un momento creí que iba a llorar. Pero por el contrario, se levantó de la silla y me abrazó tan fuerte que apenas podía respirar.

Pero agradecí ese abrazo; unas cálidas lágrimas salpicaron mis mejillas y me aferré a él con desesperación, aterrorizada al pensar que si lo soltaba, nuestra pequeña familia nunca volvería a estar junta.

—Tengo tanto miedo —me susurró al oído, con nuestras mejillas húmedas pegadas la una a la otra; las lágrimas recorrían nuestros rostros, pero no pude saber si eran las suyas o las mías—. Tanto miedo de que os suceda algo a ti o al bebé.

—Y yo tengo miedo por ti —dije—, por lo que ya te ha sucedido. Arkady, no eres tú, Estás enfermo de pena. ¿No recuerdas que habíamos decidido ir a Viena porque la tensión aquí era demasiada? Debemos hacerlo inmediatamente, antes de caiga más mal sobre nosotros.

—Sí… —murmuró con expresión ausente—. Deberíamos ir. —Y entonces su cuerpo se tensó contra el mío y un músculo de su mandíbula comenzó a moverse—. Pero no puedo dejarla. Aún no…

Me puse tensa y me aparté de su abrazo, aunque nuestros brazos aún rodeaban nuestras cinturas. Decidí llevarlo delicadamente hasta la verdad de lo que Vlad era en realidad.

—Arkady… ¿ves lo bella que está Zsuzsanna?

Él suspiró y, tras soltarme, se volvió hacia el ataúd para mirarla una vez más con una admiración cargada de pena.

—Sí… sí, es hermosa… —dijo con la voz entrecortada mientras contenía las lágrimas.

Me situé a su lado y le puse una mano sobre el hombro para reconfortarlo.

—Más bella de lo que ha sido nunca. Pero… ¿has olvidado que tenía la espalda curvada y la pierna atrofiada?

De pronto miró hacia arriba, hacia las sombras que danzaban por el alto techo, como si se negara a enfrentarse a ese recuerdo, como si temiera lo que podría revelar. Comenzó a respirar aceleradamente y a subir y bajar los hombros, cono si intentara evitar la conclusión a la que la razón le haría llegar.

—No —dijo amargamente—. No, no lo he olvidado.

Señalé al cuerpo dentro del féretro.

—Mírala, Arkady. ¡Mírala! Puedes ver que no tiene el aspecto que tiene una persona después de llevar un día muerta. Su espalda está perfectamente recta, está más alta. ¡Y mira sus piernas!

Y muy a su pesar, miró el cadáver de su hermana y esas dos piernas perfectas y bien formadas que se apreciaban bajo su vestido.

—Ahora las dos son perfectas —continué—. ¿Qué ha podido causar semejante milagro?

Él se agarró la frente.

—¡Locura! La misma locura que me ha hecho ver a Stefan y ver a los lobos perdonarme la vida; ¡la misma que hace que tío esté más joven a cada día que pasa! Y esto te lo he hecho a ti, Mary, a la persona que más amo en el mundo… —Se le quebró la voz—. No puedo soportar que te suceda a ti…

Oí furia en su voz, pero también los signos de una revelación no deseada; sentí que no podía desistir. Con delicadeza, pero con voz firme, le dije:

—Arkady, yo estoy perfectamente sana. Soy la misma Mary que has conocido siempre, y te digo que no estás loco por haber visto esas cosas. Zsuzsanna es perfecta ahora por el strigoi, uno de los no muertos. —Vacilé—. ¿No has visto a Vlad cuando ha venido a verla? Tiene el pelo negro donde antes era gris. Parece tener treinta años menos. ¿Cómo lo explicas?

Su mirada fue directamente a la pequeña cruz de oro que había olvidado meterme por dentro del vestido antes de entrar a hablar con él. Estrechó los ojos al verla, alzó la mirada hacia la mía y dándose cuenta, horrorizado, de lo que significaba, susurró:

—Dios mío, ahora eres como ellos, ¿verdad? ¡Estás tan equivocada como ellos! ¡Te gustaría que me fuera a dormir para poder ayudarlos a profanar su cuerpo, como hicieron con el de padre…!

Esa expresión de dolor por sentirse traicionado me partió el corazón. Rodeé el crucifijo con los dedos de mi mano izquierda, con fuerza, hasta que me cortó, y grité al pensar que mi esposo se encontraba bajo el hechizo del vampiro y que lo había perdido para siempre. Al pensar que la sangre que corría por sus venas, y por las de nuestro bebé, nos unía irrevocable y eternamente al monstruo.

Al pensar que esos vínculos de sangre nunca podrían desprenderse y que mi hijo estaba condenado a pisar el camino de sus desdichados ancestros.

En mis adentros, llamé a san Jorge, para que empuñara su reluciente espada y con un golpe mortal sesgara esos lazos color carmesí.

Mi desesperación debió de reflejarse claramente, porque al verla, a Arkady pareció hacérsele un nudo en la garganta y toda su furia lo abandonó repentinamente. Estaba hundido por el agotamiento y con una voz baja cargada de pena, me preguntó:

—¿Tienes idea de lo que das a entender al decir que esto es verdad? —Su voz cayó hasta un susurro—. Pobre Mary. Mi dulce y querida esposa, te he contaminado de todo el mal que hay aquí, a ti, a la persona que más amo. Os he traído a ti y al bebé al foso de una víbora. Todo es verdad… Tío está loco y es un asesino, al igual que mi padre, su cómplice, y yo estoy predestinado a ser como ellos… —Se llevó las manos a la cara, abrumado por la misma visión de generaciones manchadas de sangre que me había visitado a mí, y dijo—: ¡Mi hijo! ¡Mi pobre hijo!

Su tormento era tan intenso que yo también lo sentí y no pude más que mirarlo con tristeza mientras los dos estábamos en silencio, abatidos por tan cruel verdad. Esperé a que recobrara el sentido, para poder convencerlo de que huyera de este lugar conmigo.

—Tú no eres un asesino —le dije con voz temblorosa—. Pero Vlad es un strigoi y te controla. Deja que te traiga el diario de Zsuzsanna. Ha escrito cómo le ha bebido la sangre…

Pero yo no había pasado la infancia aprendiendo a querer y venerar a Vlad, y la sangre del vampiro no corría por mis venas. Para mí, una tenaz forastera, era más fácil resistirse al hechizo de Vlad, aceptar la verdad, que para mi pobre esposo. Levantó la cara y dijo con voz quebrada:

—Oh, Mary… Mary… Eso solo demuestra que está tan loca como yo. Vete. ¡Vete! ¡No puedo soportarlo más!

Cuando vacilé y abrí la boca para contradecirlo, alzó la voz:

—¡Márchate! —Y fue hacia la silla junto al ataúd, sacó la pistola, y volvió a tomar su lugar como guardián del cadáver de Zsuzsanna… sin saber que al hacerlo, no servía ni a la razón, ni a la lealtad, ni al amor, sino al más maléfico de los propósitos.

Creo que su tío (o mejor dicho, su abuelo poniéndole decenas de «tararas» delante) tiene más influencia sobre él de la que nunca sabremos. En ese momento, vi los ojos de Vlad en la titilante luz, oí su burlona risa en mi mente. ¿Así que pensábamos que podíamos burlarnos de él tan fácilmente, verdad? ¿Así que pensábamos que podíamos hacer lo que deseáramos con Zsuzsanna?

La expresión de Arkady fue dura cuando se puso de perfil a mí y se sentó mirando hacia abajo, consternado, ante el voluptuoso cadáver de su hermana, radiante en la temblorosa luz de las velas. Supe que no serviría de nada discutir con él y por eso me marché, abatida, vencida, pero diciéndome que el agotamiento podría con él esa noche.

No fue así. Estuvo sentado a su lado la noche del dieciocho y cuando esta mañana Dunya me ha dicho que seguía allí, con la mirada desorbitada, rozando el delirio por haberse negado a beber o a comer, se me ha caído el alma a los pies.

El funeral se ha celebrado al mediodía. Ha sido lo más doloroso que uno se puede imaginar. Solo han acudido cuatro sirvientes, ya que tras extenderse la historia de que Zsuzsanna había muerto por la mordedura del strigoi, los demás se habían alejado. Primero han ido al salón y se han quedado junto al ataúd abierto para rendirle a su ama fallecida un momento de respetuoso silencio con la cabeza descubierta. Ion ha llorado y me ha parecido ver en su dolor un atisbo de la misma indignación y furia que había visto en Dunya, cuando se había enterado de que el pacto se había roto. Ha intentado poner su crucifijo en las manos de su ama muerta, pero Arkady, que miraba con recelo, se lo ha quitado. Por un momento he pensado que mi marido lo tiraría, pero se lo ha guardado en el bolsillo y ha gritado al anciano jardinero en rumano. Me he sentido mal por el hombre y he deseado poder hablar su idioma para reconfortarlo, ya que se ha quedado mirando a mi esposo perplejo y con lágrimas en los ojos, pero sin decir ni una palabra.

Ilona y Dunya también han ido y se han quedado mirando al cuerpo con extraña veneración y con más pavor que pena, porque sabían mejor que nadie los impresionantes cambios que el cuerpo de la domnisoara había sufrido. El brillante miedo en los ojos de Ilona decía que ella también comprendía que su señora no descansaría ni en paz ni por mucho tiempo, que el ataúd era un vientre de madera que daría a luz a una criatura perfecta, bella y monstruosa.

Mihai y el débil y apreciado Ion han ayudado a Arkady a meter el féretro en el sepulcro, algo que les ha supuesto un gran esfuerzo a los tres; y como los demás se habían ido, nadie había preparado el sepulcro para la ceremonia. Zsuzsanna se ha quedado allí para descansar (no, ¡no para descansar! No a menos que pueda convencer a Arkady para que la deje sola esta noche) sin flores ni velas ni música en un sepulcro tristemente engalanado con telarañas y polvo.

Con la ropa arrugada, una mirada de loco y sin afeitar, Arkady ha hablado. No recuerdo lo que ha dicho. Durante toda la ceremonia me he encontrado mal, al borde del desmayo, y me he sentido aliviada al ver que no ha durado más de unos pocos minutos. Y entonces nuestro pequeño y sombrío grupo ha salido caminando con paso pesado… todos excepto Arkady, que se ha quedado sentado sobre el frío suelo de piedra delante del ataúd de su hermana y ha sacado la pistola, sin duda con la intención de velarla.

Yo estaba demasiado consternada como para intentar suplicarle más, y lo único que quería era salir de allí y liberarme de esa atmósfera opresiva de la cripta, pero Dunya se ha detenido a hablar con él en rumano. En repuesta, él la ha apuntado con la pistola.

Los hemos dejado allí. ¿Qué más podíamos hacer? Ni todas las palabras del mundo podrían ayudarlo ni a él ni a su hermana en este punto.

Esta tarde le he pedido a Mihai que lleve un mensaje al castillo diciendo que esta noche no se celebrará la pomana ya que Arkady está indispuesto.

Al igual que los sirvientes, estoy lista para huir. He preparado los arcones y ahora solo necesito recuperar a mi pobre esposo. Tengo la intención de cumplir la promesa que le hice a Vlad: No nos quedaremos.

Dunya dice que el vampiro no puede cruzar una corriente de agua, excepto en su ataúd de tierra. Muy bien. Arkady y yo escaparemos por la mañana y no nos detendremos hasta cruzar el río Muresh, algo que ya habremos hecho al anochecer si corremos con los caballos. Hasta entonces, permaneceremos escondidos en el cuarto de los niños, que Dunya ha convertido en un refugio seguro, con coronas de ajo en la ventana y en la puerta, y con imágenes de santos por todas partes. Tiene una vela encendida delante de una figura de san Jorge, que blande una espada preparado para cortarle la cabeza al dracul, al dragón.

Al demonio.

Recuerdo que es la palabra por la que el señor Jeffries se refirió a Vlad. Dunya me había explicado que los aldeanos llaman a la familia de Arkady por ese nombre.

Yo también he estado rezando a san Jorge, pidiéndole que proteja a mi marido y a mi hijo. Mataría al dragón con mis propias manos, si fuera posible, pero Dunya dice que es demasiado peligroso como para intentarlo y que, durante el día, cuando es más fácil destruirlo, la puerta de su lugar de descanso permanece cerrada con llave y con pestillo, y que es demasiado pesada como para que pueda derribarla una sola persona. Los que lo han intentado, han encontrado una muerte violenta.

¿Cuántos siglos debemos esperar para que el sagrado asesino de dragones se encarne en esta tierra y nos libre de este monstruo?

Dunya y yo hemos discutido lo que hay que hacer para sacar a Arkady del sepulcro, para evitar que Zsuzsanna se levante esta noche como strigoi. Parece imposible que pueda estar despierto mucho más tiempo, pero si lo hace, mi deber es ir con él, como Dalila, ofreciéndome a aplacar su sed… con una bebida que contenga láudano. Si unas palabras dulces no lo convencen, entonces la amapola lo hará.

El sol está bajo en el cielo. Ha llegado el momento.

San Jorge, líbranos.