JACKIE extendió los brazos en señal de bienvenida.
—¡Caramba, qué acontecimiento! ¡No sólo el jefe, sino también su esposa visitando mi humilde despacho!
Era la primera vez que iban juntos, pese a que la oficina llevaba ya un año abierta.
—Para celebrarlo —dijo Jackie—, voy a hacer una apuesta. Nombren a una estrella, que puede ser una de las atracciones más famosas de Las Vegas, Tahoe o Atlantic City. Si no encuentran su fotografía en la pared, y además dedicada, les daré un billete de cien dólares. ¡La apuesta queda en pie!
—Siéntese, Jackie, por favor —dijo Nancy.
A Garbo no le hizo ninguna gracia su postura de gran señora muy comedida, y le echó una mirada a Tommy. ¿Qué carajo ocurría? El marido se encogió de hombros con gesto inocente, pero se enderezó cuando la mujer se fijó en él. A la jodida Nancy no se le escapaba nada. Jackie intentó otro acercamiento, para ver si se reducía la tensión que flotaba en el ambiente; palmoteo y propuso:
—¿Qué les parece una bebida? ¡La ocasión merece ser celebrada!
Tommy se animó un poco y contestó, aunque controlando su voz:
—Bueno… ¿Por qué no?
Tommy no había rechazado una sola bebida a lo largo de toda su existencia. Jackie extrajo un vaso del mueble bar cubierto con un espejo que había detrás de su escritorio y sacó de la nevera una cerveza y los martinis que siempre estaban a punto.
—¿Nancy…?
No; ella no deseaba tomar nada. Gracias. Permanecía sentada con las rodillas muy juntas y con un sobre pardo en su regazo, del que quizá sacase de un momento a otro un recorte del Wall Street Journal o de otro periódico semejante. Tommy dejó el vaso sobre el borde de la mesa para beber de la lata. Formaban una pareja curiosa. Jackie tomó un buen trago de su helado martini extraseco, se arrellanó en su sillón y se sintió más seguro. ¡Qué se jodiera la tía esa! ¿Qué podría hacerle a él?
—¿Es martini? —preguntó Nancy entonces.
A Jackie se le ocurrieron en el acto varias respuestas, pero lo que dijo fue:
—Mis gustos son sencillos. ¿De veras no quiere tomar un poco?
—La mujer contestó con un lento movimiento de la cabeza, sin dejar de mirarle. Resultaba atractiva y tenía estilo, pero Jackie hubiese apostado cualquier cosa a que era frígida.
—No, pero beba usted, si le relaja… ¿No teme que el alcohol acabe por constituir un problema?
Siempre con aquella mirada inocente.
—En realidad, recurro al alcohol cuando tengo algún problema. Bebo, y enseguida me siento mejor.
El rostro de la mujer se iluminó un poco, pero no mucho.
—Mi primer marido tomaba martinis —dijo.
Y Tommy agregó:
—Kip Burkette. ¿Te acuerdas de Burkette Investments, de Filadelfia? Era un negocio importante, que se remontaba a cien años atrás. Nancy se casó con Kip y entró a formar parte de la alta sociedad, de las esferas adineradas…
Jackie sonrió. Sin duda, Tommy ya había tomado lo suyo, aquella mañana. Menos mal que el mediodía ya quedaba atrás.
—Yo misma inicié ese camino, en realidad —intervino Nancy—. De Narberth pasé a Bryn Mawr. No me refiero a la escuela. Precisamente cambié de centro para ingresar en la Emerson, de Boston. Deseaba ser actriz, pero luego me di cuenta de que no valía lo suficiente.
—Cuesta creerlo —dijo Jackie.
Nancy se encogió de hombros.
—Volviendo a Kip, era una persona encantadora. Le gustaban los patos.
—¿Es cierto eso?
—En todas sus corbatas llevaba patitos estampados. Kip era un hombre apuesto —aquí Nancy hizo una pausa—. Pero no muy inteligente.
—Ni necesitaba serlo —señaló Tommy—, Su sociedad bancada estaba valorada en varios centenares de millones.
—A Kip también le gustaban los perros —continuó Nancy—. Tenía uno, un perdiguero castaño llamado Lance. Cada mañana, a la hora del desayuno, Kip leía en voz alta la información monetaria, así como la cotización de cierre de los valores que controlaba. Después de cada cotización, se paraba para echarle una mirada al perro. Si Lance gruñía, significaba que convenía vender. Si lanzaba un pequeño ladrido y meneaba la cola, había que comprar… Kip tenía confianza ciega en Lance, incluso cuando empezó a perder clientela.
Jackie contuvo la risa durante unos instantes, pero al fin
dijo:
—Usted me toma el pelo…
—Kip estaba una tarde en el Merion Cricket Club —continuó Nancy—. En el bar, desde luego, tomando su martini con Beefeater. Hablaba sobre Lance con alguien a quien acababa de conocer. La reacción de ese hombre fue muy similar a la de usted. No podía creer que mi marido hablara en serio. Pero Kip le dijo: «No le engaño». Una de sus expresiones favoritas… Y cayó muerto de repente.
—¡Cielos! —exclamó Jackie.
—Alcoholismo agudo, aunque los médicos lo llamaron de otra manera. Lance murió poco después, atropellado por un coche.
—¡Caramba! —dijo Jackie.
—Pero no antes de que yo me deshiciera de todas mis acciones de Burkette Investments. Me retiré antes de que aquello se fuese a pique.
—Tuvo usted suerte.
—¿Eso es lo que opina?
—Vio venir el desastre.
Nancy movió la cabeza en sentido afirmativo, y entonces Jackie se preguntó si se refería al alcoholismo de Kip, que tenía que acabar con él, o al perro, que había muerto atropellado. ¿Qué intentaba decirle aquella mujer?
De pronto intervino Tommy:
—Enseguida después de eso, Nancy entró a trabajar en Bally’s, donde aprendió el arte del negocio. Y se divirtió también. Pero esta chica aprende con una rapidez terrible, amigo… A mí mismo, acaba de contarme unas cuantas cosas que yo ni siquiera sabía.
Había metido la pata. Jackie se dio cuenta en el acto. Observó que la expresión de Nancy adquiría una momentánea rigidez. Una finísima grieta en la fachada, podríase decir.
La mujer dijo:
—Me pregunto si me atraen los alcohólicos…
Y Jackie sintió el imperioso deseo de marcharse lo antes posible.
—No sé si me siento fascinada porque no les entiendo —prosiguió Nancy—, o si se trata de una atracción negativa que me conduce a buscarme problemas.
«Henos aquí», pensó Jackie. Vio que Tommy se volvía de manera deliberadamente melodramática para mirar a su mujer. A su vez parecía suplicar: «No hagas caso de ninguna de las tonterías que dice esta chiquilla».
—Yo sé bien lo que te atrajo de Kip —declaró Tommy—. ¡El dinero, el dinero y el dinero! Como actriz no lograste abrirte camino, aunque… tampoco me harás creer esa mierda de que tú nunca actúas… —Y agregó de cara a Jackie—: Interpreta su papel de tía rica como si nunca hubiera hecho otra cosa en su vida.
—¿Y qué me atrajo de ti, Tommy? ¿Tu ingenio? —preguntó Nancy.
Jackie se creyó en el deber de intervenir.
—¡Bah, pero si formáis la más perfecta combinación que pueda existir! La dama y el tigre. La elegante Nancy y el formidable Tommy.
No le había salido mal. Sólo que Tommy no le escuchaba. Todo su interés era para su mujer, a la que hubiese querido hundir de una sola mirada. Jackie pudo comprobar, sin embargo, que no tenía el menor éxito. ¡Estúpido engreído! Nunca debiera haberla llamado «chiquilla». Ahora, Tommy cambió de tono:
—Mientras tú escalabas posiciones en Bryn Mawr, cariño, dando vueltas alrededor del viejo club de cricket, en espera de hacerte con el dinero de ese pobre hombre, yo no era precisamente un dependiente de zapatería. Antes de que tú entraras en tu primer casino, yo ya era dueño de uno con su correspondiente hotel.
—Sé que trabajaste mucho —admitió Nancy.
—Puedes estar segura.
—Y tú eres lo suficientemente hábil para contratar a las personas más adecuadas para los puestos clave.
Jackie suponía que ella le miraría, pero en realidad no fue
así.
—Bien, gracias por todo… Llegué a creer que era un completo desastre.
—Aún no, pero te falta poco —señaló Nancy—. No estoy segura de que sea la bebida… Ya sé que no prestas atención… No estoy segura de que sea la bebida, repito, o si el problema reside en que no estás bien de la cabeza y no sabes nada de lo que sucede.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Tommy, mirando a Jackie a la vez que movía la cabeza—. Se encargaba del black-jack, controlaba el casino… Todo cuanto puedas necesitar saber sobre un casino, Jackie, pregúntaselo a ella…
Pero lo único que Jackie deseaba era marcharse. Debajo de la mesa tenía un timbre que conectaba con la gazapera de Moose y le haría acudir en el acto, pero… ¿y entonces, qué?
—Veo que ustedes dos tienen ganas de discutir —dijo—. ¿Por qué no esperan a estar en casa?, ¿eh? Yo estoy muy ocupado.
—Es que esto le concierne a usted, Jackie —contestó Nancy—, porque está a punto de perder su licencia.
El hombre sintió un estremecimiento de sorpresa, pero no pronunció ni una palabra, dada la frialdad con que se expresaba ella. Nancy miró a Tommy y, al mismo tiempo que abría el sobre, añadió:
—Tú también te encuentras en la misma situación, tanto si te gusta como si no.
Sacó una fotografía hecha con cámara Polaroid y se la dio. Tommy estrechó los ojos y la levantó:
—¿Quién es?
—Tú le invitabas a todo, menos a helados —indicó Nancy—. ¿Vas a decirme que no le conoces?
Jackie pensó que no le interesaba nada ver aquella foto. Pero Tommy dijo que sí, que en una ocasión había visto a aquel tipo, arrojó la foto sobre el escritorio y Jackie se encontró mirando la cara del colombiano, de Benavides, junto a una mesa de black-jack. Entonces le tocó parpadear a él, y tratar de poner cara de aturdido.
—¡Ah, sí…! No recuerdo su nombre… ¿Sacó Francés la foto? ¿Para qué?
—Yo se lo pedí —declaró Nancy.
—Tiene una línea de crédito muy impresionante, y por eso se le invita —reconoció Jackie—. ¿Cómo demonios se llama? Viene y se está un par de días…
—Estuvo aquí una semana —dijo Nancy—, Depositó un millón novecientos mil. En efectivo.
Tommy levantó las manos con aire inocente.
—¿Y cuál es el problema? No existe ninguna ley que nos obligue a decir de dónde saca el dinero.
—Todavía no —replicó Nancy—, pero no tardará en salir, y más vale que estés preparado.
—Amor mío… —la corrigió Tommy, a la vez que se repantigaba en su sillón, que llenaba por completo—; en el negocio de un casino hay algo más que el juego en las mesas. En primer lugar, debemos ser objetivos. Quiero decir que nuestro negocio consiste en el dinero, y todo el dinero es igual… ¿Estoy en lo cierto?
Jackie no deseaba escucharle.
—Un jugador ingresa un montón de dinero en efectivo, querida… Nosotros tenemos que mirarlo de manera imparcial, sólo como dinero y nada más. En otras palabras: hemos de vigilar la línea de crédito del jugador. Si éste apuesta fuerte y nos ofrece un buen blanco, por así decirlo, es preciso que nos concentremos en sacar un veinte por ciento de su pasta, si queremos obtener un beneficio —explicó Tommy con el ceño fruncido—, Pero creo que todo esto ya lo dije antes, ¿no?
«Malo, malo, malo…» Jackie se agarró a los brazos de su sillón. Aquella mujer iba a matarle.
—Míster Osvaldo Benavides, de Bogotá —dijo Nancy—, depositó en efectivo un millón novecientos mil dólares, y se fue con un cheque nuestro por valor de un millón ochocientos mil.
Jackie observó que Tommy se revolvía de nuevo en su butaca. Por fin parecía darse cuenta de lo que le caía encima. Intervino pasado un momento y señaló:
—Eso no es un veinte por ciento, pero lo sobrepasa por término medio.
—Una vez al mes —indicó Nancy— traes a Benavides en el avión de la compañía…
—Sólo desde Miami —se defendió Tommy.
Jackie cerró los ojos.
—Saca fichas por valor de hasta dos millones en efectivo, pierde entre un cinco y un diez por ciento, pero nunca más de eso en los últimos siete meses… —detalló Nancy— y vuelve a casa con un cheque neto por el resto. Míster Benavides «lava» su dinero en nuestro casino. Y dado que tenéis conciencia de ello, los dos, debo suponer que lo aprobáis.
Tommy exclamó:
—¡Por Dios, querida!
—¿Qué? —inquirió ella, tras unos instantes de silencio.
—Nuestro negocio es complicado y espinoso, querida…
Nancy hizo otra pausa. Jackie la observaba. Aquella mujer era terriblemente peligrosa. Si te hincaba los dientes, era para no soltarte más. Pero de pronto se dijo que, al fin y al cabo, iba en su misma barca… Y habló así:
—Lo que Tommy quiere decir, Nancy, es que tenemos un pequeño problema con míster Benavides. Y si hablo en plural, es porque usted también está embarcada. Tiene una licencia y podría perderla como cualquier otra persona puede perder una licencia por asociarse con gente inadecuada o indeseable, ya me entiende…; con tipos de los que se sabe que pertenecen al crimen organizado…
Una vez que había empezado a desembuchar, se encontraba mejor. Tommy estaba boquiabierto, como si no pudiera entender que él contara todo eso a la mujer. Y lo bueno era que ella prestaba atención, porque era lista, tranquila y razonable, incluso mientras se contemplaba el subir y bajar de los pezones.
—Hábleme de eso —dijo.
—Precisamente es lo que hago —dijo Jackie, que al ponerse de pie sintió una ventaja mayor, debida al hecho de poder moverse y emplear su cuerpo—. El problema surgido con míster Benavides consiste en que aquí ha hecho amistades que han entrado en negocios con él.
—Que le compran la droga, ¿no?
—Probablemente. Nunca se lo pregunté. El problema es que esa gente también hace negocio con nosotros, aunque de manera indirecta. Quiero decir que controla a algunos de nuestros proveedores. No necesito mencionar nombres. Creo que usted ya me entiende. Me refiero a unos materiales y servicios básicos con los que uno ha de contar para que un hotel funcione. Y no hace falta decir que esa gente pertenece a diversas asociaciones.
—Continúe —le animó Nancy.
—De cualquier forma, esa gente que hace negocios con míster Benavides quisiera que nosotros tuviésemos las máximas consideraciones con él…
—Y que le «laven» su dinero.
Jackie alzó la mano.
—¡Esa es la palabra! Si no le tratamos bien, tendremos problemas con algunos de nuestros principales proveedores.
Nancy seguía mirándole.
—La muchacha llamada Iris… ¿era también un obsequio para Benavides?
Ahora, el golpe llegaba de otra dirección.
—Todo cuanto sé —contestó Jackie—, es que la chica estaba fuera de servicio. Una mujer como ella… ¿Qué voy a decirle?
Sus ojos se deslizaron hasta más allá de Tommy, inevitablemente, y quedaron fijos en el triste y húmedo cielo recortado en la ventana. No sabía si llamar al gigantón, pero enseguida abandonó la idea y volvió a mirar a Nancy, que seguía observándole.
—Le doy mi palabra de que no sé nada más que usted con respecto a lo que le ocurrió a Iris.
¿Qué intentaba probar aquella mujer mirándole de ese modo? Era la verdad.
Al cabo de un momento, Nancy dijo:
—¡Basta ya de Benavides! Ese tema está listo.
Jackie levantó la cabeza hacia ella.
—Hum… Eso es fácil de decir. Usted no conoce a esos tipos.
—Resuelva el asunto, o búsquese otro trabajo.
Tommy se alarmó.
—¡Que estás hablando con la persona principal de toda nuestra operación! ¡Con un hombre que tiene veinticinco años de experiencia!
—Es su responsabilidad —declaró Nancy—, Si vuelvo a ver a Benavides en el hotel, lo pondré en conocimiento de la autoridad con una lista de sus depósitos, además. Y si descubro que uno de ustedes sabía que Iris estaba en aquel apartamento, lo denunciaré a la policía.
Tommy protestó:
—¡Por Dios, Nancy, que soy tu marido!
Jackie guardó silencio. Se daba cuenta de que la mujer hablaba en serio. Por decirle cuatro verdades a Tommy no iba a perder su licencia, ya que estaban casados. Nancy volvió a meter la mano en el sobre. Su marido se levantó para tratar de impresionarla con su estatura, y dijo:
—Ya lo arreglaremos… ¡Tranquila! No te excites de esa manera, por lo que más quieras…
Toda su corpulencia no servía para esconder su tontería. Nancy, en cambio… Una mujer gélida, sentada en un iceberg… Jackie no pudo descubrir en ella la menor emoción. Nancy arrojó sobre la mesa otra foto, y la cara de beodo de Tommy hizo una fea mueca.
—¿Quién es éste?
Jackie tomó buena nota de la pausa y de la mirada de Nancy.
—El amigo de Iris.
Jackie echó un vistazo a la foto, en la que vio a un tipo barbudo, con impermeable, y siguió con los ojos fijos en ella, en espera de un nuevo ataque. Oyó que Tommy preguntaba:
—¿Y qué tiene que ver ese hombre con nosotros?
—Está aquí —repuso Nancy.
—Ya lo veo —gruñó Tommy.
«¿Adonde iremos a parar? —se dijo Jackie—. Ella tomó la foto. En consecuencia, le conoce.»
En eso oyó la voz de Nancy:
—Tengo la certeza de que vendrá a verte.
—¿Para qué? —exclamó Tommy—. No tengo nada que hablar con él.
—Confío en que así sea —repuso Nancy—, pero él procurará hablar contigo, de una forma u otra.
«¿Cómo?», se preguntó Jackie.
—Y si yo fuese tú, me prepararía —advirtió Nancy.
«Desde luego, esta mujer le conoce», se repitió Jackie.
—Pero para eso necesitas sangre fría —agregó Nancy.
«¡Vaya elemento!», pensó Jackie Garbo.
¡Con qué seriedad miraba a su marido, y en qué tono le hablaba! Nancy conocía al hombre, y ese hombre era algo más que el amigo de Iris… El hombre constituía una amenaza, pero no precisamente una amenaza que la preocupara y la envolviera a ella. El tipo de la foto parecía un miembro de la brigada antidroga, o un actor de cine que hiciese un papel semejante. Jackie se preguntó si debía hacer una tentativa… ¿Por qué no? Alzó la vista de la fotografía y miró a Nancy.
—Es policía, ¿no?
Sus palabras la sorprendieron, porque alzó las cejas y clavó los ojos en él.
—¿Cómo lo sabe?
Se la veía un poco impresionada.
—Instinto, Nancy. Y experiencia.
—Y una suposición dejada ir a la buena de Dios.
—Nancy —contestó Jackie—: aprecio mucho todo lo que ha dicho usted hoy aquí, así como su preocupación por que no nos suceda nada. Muy bien. Pero si no soy capaz de cubrir a tiempo mi culo, y perdone la expresión…, es que estoy donde no me correspondería estar en este jodido negocio.