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El POLICIA que acudió al apartamento de Vincent era uno de los que condujeron a Teddy a la barcaza de Loíza, haciendo ver que sólo hablaban español. Se llamaba Herbey Maldonado, un buen tipo, y trabajaba para Lorendo Paz como investigador de asuntos criminales. El empleo de la barcaza había sido idea de Lorendo, al decirle Vincent lo que pensaba hacer: abandonar a Teddy con el coche alquilado al otro lado del abra, donde sin duda se extraviaría, y regresar él con los dos policías. Cerca de Isla Verde, hicieron un alto en la autopista para descansar y concederse unas cervezas. Herbey comentó:

—¡Tío, qué divertido fue ver cómo ese tipo se cagaba de miedo!

Vincent necesitaba estar seguro, y por eso preguntó a los policías si creían que habían asustado a Teddy suficientemente para que, en efecto, se largara. Los dos portorriqueños estaban convencidos de que no volverían a verle. No les parecía un hombre peligroso, de esos capaces de cualquier cosa.

Un par de horas más tarde, Vincent se sentía bien. La cadera ya no le dolía, por lo que decidió invitar a comer a los policías portorriqueños. Encargaron alcaparras, pasteles y piononos, y Vincent, cuando empezó a comer, se preguntó qué diablos era lo que tenía en el plato: carne con plátanos, o tal vez una mezcla de varias cosas con una raíz llamada yautía, de la que nunca había oído hablar. En cualquier caso, aquello no le disgustaba.

Vincent dijo luego a los policías que regresaría en autobús o en taxi, porque tenía algo que hacer, y desde la autopista se encaminó hacia la playa hasta ver aparecer, entre los árboles, el anuncio luminoso verde que parecía escrito en el cielo:

Spade’s Isla Verde Resort

Lorendo había dicho que Spade era la sigla de «Seashore Properties and Donovan Enterprises»; Tommy Donovan era el presidente del Consejo de Administración, pero ejercía más de figurón que de administrador.

«O de potentado», pensó Vincent. ¿Permanecía sentado en cómodos almohadones, fumando en una pipa de agua, y acudían los criados con sólo dar él una palmada? El policía se dijo que estaría allí, en alguna parte de aquel edificio coronado por una cúpula de forma oriental que iluminaba la noche. ¡Dios santo! ¿Qué significaba todo aquello, y de quién había sido idea? ¿Qué relación tenía con el juego todo ese estilo árabe? ¡Hasta el portero, un portorriqueño, tenía que llevar chilaba y turbante! Los clientes le daban un dólar al volver a sus coches, sin molestarse en mirarle ni esbozar una sonrisa. El portero, en cambio, tenía que sonreír siempre, diciéndose que al fin y al cabo le pagaban para eso. Todos los clientes del casino permanecían muy serios durante el juego, procurando ganar o, al menos, no perder. Vincent pasó de largo ante la sala y entró en el Sultan’s Lounge.

Se sentó junto a Iris en el reservado. Ella preguntó si le apetecía una copa de champán, que costaba ochenta dólares la botella pero que, para él, sería gratis. El policía pidió whisky, que sólo costaba cuatro dólares. La música era agradable, interpretada por una chica morena en un rincón suavemente iluminado de azul. Iris señaló que, para entrar en ese salón, se tenía que ir de gala.

—¿Con chilaba y turbante, además? —preguntó Vincent con una sonrisa.

No podía ser cierto… ¿Cómo podía meterse la chica en semejante lío?

—Me voy mañana —dijo Iris—. Así que nos despediremos hoy.

El policía reflexionó un instante antes de hablar.

—¿Me permitirías un consejo? ¡No lo hagas! ¿Sabes cuál va a ser allí tu trabajo?

—¡Claro! Seré azafata.

—Iris… Allí servirás de comp

—¿Qué es eso, Vincent?

—Pues… Un regalo, Iris. Como el champán… Serás pasada de mano en mano. Tendrás que aprender a sonreír mucho…

—Sé sonreír de sobras, Vincent. Soy muy risueña… cuando no estoy contigo.

—Pero tendrás que ser muy simpática con esos capullos.

—Yo soy simpática con todo el mundo.

—Serás manejada por unos y otros.

—Ya me lo has dicho.

—Te van a tratar como a la mierda.

—¿Lo crees de veras? Me aseguraron que un tío importante alucinaría conmigo.

—Es tarde para los consejos, ¿no? —dijo Vincent, mirándola con algo que, si no tristeza, era fatiga—. Eres la chica más guapa que he visto en mi vida.

—Gracias.

—Y, probablemente, la más tonta.

—Buenas noches, Vincent.

—Adiós, Iris.

Transcurrieron dos semanas.

Vincent pensaba en Iris de cuando en cuando, pero también se acordaba de Nancy Donovan. Tan distintas una de otra… Y le gustaban las dos. Seguía caliente.

Herbey Maldonado fue al apartamento de Vincent para comunicarle que Lorendo quería hablar con él. Podía telefonearle aquella misma tarde, o, si lo prefería, reunirse con Lorendo para almorzar juntos en el Cidreño. Herbey era un hombre reposado, pero ahora parecía distinto. Vincent le preguntó qué sucedía. ¿Algún problema nuevo? Herbey aseguró que no sabía de qué se trataba. Se ofreció para acompañar a Vincent al restaurante. Perfecto, era casi la hora. Durante el camino, Herbey explicó que habían pasado toda la mañana en El Yunque, intentando esclarecer un homicidio que prometía ser muy complicado. Se ocupaba de ello la patrulla de Lorendo. Probablemente, Paz estaría en el restaurante cuando llegaran ellos. Vincent se apeó delante del Cidreño.

Lorendo aún no había llegado, y Vincent tomó una cerveza mientras esperaba. Tenía hambre y decidió que pediría un asopao de pollo, una especie de estofado con arroz. Ya le parecía saborearlo, acompañado de cerveza, crujiente pan del día y mantequilla.

Entonces entró Lorendo Paz y se dejó caer en la silla de al lado. Se le veía rendido, y su traje de color claro estaba sucio de polvo.

—Te ha tocado un asunto duro, ¿no?

—Ese hombre lleva muerto dos semanas, como poco —dijo Lorendo, a la vez que se tocaba la frente—. Un tiro aquí, y otro aquí, para rematarle —agregó, señalándose la sien izquierda.

—¿Dos semanas estuvo a la intemperie?

—Por lo menos. El cuerpo estaba cubierto de insectos, medio comido por animales, y hasta crecían plantas encima de él. De la cara no queda mucho. La semana pasada encontraron por allá un taxi abandonado, pero no sabemos si pertenecía al muerto. No le habían dejado la cartera ni el carnet de identidad.

—¿Qué dicen los del Departamento de Desaparecidos?

—Les avisamos. Comprobarán las denuncias.

—Si se trata del taxista, quizás esté registrado en alguna parte dónde cogió a su último cliente.

—También me encargaré de eso, Vincent.

—¿Quién descubrió el cuerpo?

—Unos excursionistas. Por casualidad. No estaba cerca de ningún camino. Quien fuera el asesino, le mató y luego arrojó su cuerpo desde uno de esos puntos a los que uno va a ver el panorama. Seguimos buscando su cartera. Mientras tanto, en el instituto forense le hacen la autopsia en busca de una bala. Nosotros le tomamos las huellas digitales, y veremos si corresponden a las que aparezcan en el taxi. Y así estamos…

—Se os viene un buen jaleo encima —comentó Vincent—. Pero ¿qué hay de especial en el caso?

—Todo —repuso Lorendo—. Primero, hay que averiguar cómo ocurrió y por qué motivo. Quizá para robarle. Pero tampoco sabemos si le mató la misma persona que le robó la cartera, ¿verdad?

—¿Quieres conocer mi opinión? —preguntó Vincent.

Lorendo se encogió de hombros.

—Si me la quieres dar… En un caso como éste, me interesan todos los puntos de vista.

Y esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Me invitarás a comer, pese a todo? Supongo que nos reunimos aquí para eso… —dijo Vincent.

—Bueno, hoy me toca a mí —contestó Lorendo, a la vez que buscaba un camarero con la vista. De pronto agregó, sin dejar de mirar a su alrededor—: Hay otra cosa… Esta mañana recibí una llamada…

Vincent Mora vio que Lorendo se enderezaba y posaba brevemente la vista en él, al mismo tiempo que extraía algo del bolsillo interior de su chaqueta. Era una hoja procedente de un bloc oficial, y Lorendo la desplegó como si no le gustara hacerlo.

Vincent se irguió con una cautela instintiva.

—Soy todo oídos —dijo, como si quisiera bromear con Lorendo, pero en su rostro había una gran seriedad—. ¿Qué sucede?

Lorendo estudió la hoja de papel amarillento.

—Telefoneó un compañero de Atlantic City, en Nueva Jersey. Un capitán llamado Davies, que pertenece a la brigada criminal. Estaba en el despacho del fiscal.

Vincent se apoyó en el respaldo.

—¡Maldita sea! —exclamó—. Se trata de Iris, ¿no? ¿La arrestaron?

—La encontraron…

—¿Pidió ayuda a la policía?

—No pidió nada, Vincent. Estaba muerta.