NUESTRA EDICIÓN

La importancia de la edición que nos ocupa es su carácter eminentemente testimonial. Ésta es la poesía completa autorizada y revisada, verso a verso, por el propio autor, tras años de trabajo conjunto en sus archivos. El proceso de edición ha nacido de la amistad y la cercanía lectora, una vez abierta la puerta de una alacena olvidada que el olvido roía.

José Antonio Muñoz Rojas es poeta magistral, artesano del verso, transmisor de un léxico profundamente arraigado en su cotidianeidad y casi extinguido, y creador “de unas pocas palabras verdaderas” que cree no haber hallado todavía. Amante de la vida por encima de la poesía, como dijo Vicente Aleixandre de sí mismo, pero consciente y amante del don cultivado. Desde mi infancia y adolescencia, la obra de Muñoz Rojas ha sido mi norte, y la amistad con el escritor, un privilegio. Durante mis estudios universitarios comencé a visitarle con asiduidad, y al cabo de poco tiempo, surgió de forma casual el ayudarle a revisar y ordenar su archivo literario personal. Hubo que empezar por reunir ingentes carpetas y documentos desordenados, guardados durante casi un siglo, donde se mezclaban manuscritos y autógrafos propios, recortes de revistas con fuentes primarias y secundarias, correspondencia literaria, folletos, libritos y demás documentos aparentemente azarosos que, como en un enorme rompecabezas, fueron tomando forma y conformando el testimonio documental de todo su mundo literario. Pasados los años, cada vez iban creciendo más mis responsabilidades sobre el cuidado y catalogación de su archivo de autor. Comenzó entonces la tarea de dictarme uno a uno sus poemas y textos recientes, previamente a su edición, y de revisar además todos los textos que iban apareciendo abandonados, inéditos o relegados a publicaciones en revistas antiguas, tarea que surgió a partir de mis sucesivos hallazgos de los textos según los iba clasificando. A través de la revisión de los cuadernos manuscritos originales donde aparecían los distintos poemas y libros, nos fuimos dando cuenta de que las versiones definitivas de los textos (las publicadas), distaban mucho de unos cuadernos a otros, ya que el autor había reescrito sus poemas varias veces a lo largo de los años, volviendo una y otra vez al sentido y variando la forma de muchos textos, hasta la última versión, que fue la que se publicó para cada libro. Esta tarea nos ha servido para fijar aquellos textos que presentaban alguna variante entre distintas publicaciones y, sobre todo, para la revisión final de los inéditos incluidos en nuestra edición.

Todo este trabajo mutuo ha delimitado la constitutio textus en nuestro trabajo. El privilegio de aprender del poeta de forma natural, simultáneamente al trabajo con su archivo literario, ha aportado la mayoría de las razones de ser de la edición que nos ocupa. Todas las fases descritas por Alberto Blecua (1990) han sido llevadas a cabo mayoritariamente en el taller del autor, en el taller del autor, y han sido contrastadas con él continuamente. No puedo ocultar que fue el autor quien un día me pidió que realizara “el estudio definitivo” de su obra poética y quien ha dejado a mi criterio su producción íntegra. La personal forma de escribir de Muñoz Rojas y mi conocimiento directo de ella, ha llevado necesariamente a una adopción de su criterio en la transcripción de los poemas, por lo que nos hemos dado cuenta de que la puntuación de anteriores ediciones de sus poemas no ha sido la adecuada en algunos casos: durante la revisión conjunta de sus manuscritos y el dictado inmediato desde sus borradores, al contrario que su amigo y maestro Pedro Salinas, nunca estaba pendiente de los signos de puntuación, sólo del contenido, del mensaje, y era mi forma de entender su dicción y sentido lo que llevó a comprender la forma idónea de su discurso. No es que las demás ediciones estuvieran mal planteadas, sino que el autor entregó, por ejemplo a Cristóbal Cuevas, los manuscritos o textos mecanografiados apenas sin puntuación, ya que suele escribir sin atender a ella, y cada editor hizo después el arreglo a su modo de entender. Además faltaban siempre manuscritos o autógrafos inéditos que con el tiempo hemos revisado e incluido en el texto de nuestra edición, como iremos explicando. El poeta necesita un transcriptor in situ, por sus continuos hipérbaton, encabalgamientos, ausencia de puntuación en muchas ocasiones y otros rasgos propios, y surgió la complicidad natural, brindada por el tiempo y la paciencia, en su manera de encadenar o truncar los versos. Había que variar o, en la mayoría de los casos, eliminar muchas comas que andaban retardando innecesariamente una lectura fluida y profunda.

Es importante destacar que Muñoz Rojas adoptó a partir de 1990, aproximadamente, un rasgo de estilo propio que hemos respetado en sus últimos libros, sólo en aquellos casos en que la edición ya incluía dicho rasgo: al modo inglés, en los enunciados interrogativos y exclamativos sólo escribe el signo final de interrogación o exclamación. Esto se debe a que gran parte de sus lecturas de siempre han sido las anglosajonas (Shakespeare, John Donne, T. S. Eliot, Dylan Thomas…) y ha hecho suya esta forma al escribir. Es el caso de la puntuación en Objetos perdidos, Entre otros olvidos y La voz que me llama. Estos contienen enunciados cortos, llenos de dubitaciones, perífrasis, etiologías y comunicaciones y, tratándose además generalmente de poemas muy breves, la adopción de este rasgo no entorpece la comprensión de lectura; sin embargo, en anteriores libros, hallamos enunciados interrogativos y exclamativos muy extensos, como es el caso de Abril del alma u Oscuridad adentro, y la supresión de los signos iniciales hubiera obstaculizado el inicio de enunciados de este tipo y su diferenciación con el resto del discurso. Por tanto, hemos decidido mantener dicho rasgo únicamente en esos tres libros, de modo que respetamos de paso todas las ediciones que se han hecho, antiguas y recientes, considerando este rasgo como distintivo de dichos libros y en ningún caso de los anteriores.

Su negativa a publicar de forma inmediata sus creaciones, permaneciendo sus libros inéditos en muchos casos hasta décadas después, planteaba además la tarea de revisar lo ya publicado, contrastándolo todo con los manuscritos u originales. Por tanto, cada poema de esta edición ha sido contrastado con el original a través de borradores, originales o autógrafos, ya que abundan los distintos escritos de este tipo en sus archivos y cuadernos. Esto sucedió con los libros que editó Cuevas (1989)[1], además de los poemarios Consolaciones y Rayo sin llama, con las octavas que insertamos en el Cancionero de la Casería y con los poemas sueltos que hemos añadido a los libros principales. En las notas finales se ofrecen todos los datos sobre los poemas que fueron publicados aisladamente en revistas, aparte de cuantos datos documentales que hemos considerado útiles y necesarios para la comprensión de su trayectoria creativa.

En cuanto a la ordenación de los textos, el criterio ha sido cronológico, con algunas salvedades justificadas desde el criterio temático o semántico. Todos los libros se suceden en el tiempo, de forma que pueda descubrirse su evolución creativa, observarse sus relaciones intratextuales y entenderse su testimonio vital como poeta. Pero cuando no se suceden en alguna ocasión los libros linealmente y se solapan, ya que su composición ha sido paralela tratándose de libros distintos, el criterio supera al puramente cronológico por una razón muy sencilla: por ejemplo, Canciones se escribió entre 1933 y 1940, y Al dulce son de Dios, entre 1936 y 1945. Nuestra sucesión se debe a la separación temática que existe entre ellos, y a que ningún poema del segundo pertenece al libro original del primero, aun cuando no se publicaran como libros independientes hasta su inclusión en la edición de Cuevas. Por eso, aunque a veces se solapen las fechas de composición, consideramos acertado el orden finalmente adoptado, por superponerse de ambas formas correctamente. Se toma, pues, como partida el primer año del periodo de composición, y le sigue el siguiente desde este criterio, suponiendo cada libro un conjunto temático coherente, que es lo que en el fondo debíamos respetar, dada la redacción paralela de varios libros que a veces ha llevado a cabo el autor.

Sólo existe una excepción propiamente dicha a este criterio, incluidas las salvedades explicadas: el libro Cantos a Rosa contiene los poemas de la primera edición, más los dos libros con que amplió éste en los años noventa (Novísimos a Rosa y Postumos a Rosa). No considerábamos lógico para la lectura de toda su obra seguida el hecho de que estos dos poemarios, que nunca se publicaron como libro aparte, se incluyeran por separado en nuestra edición, ya que pertenecen a los Cantos a Rosa, constituyen su prolongación, su discurso de madurez sobre el símbolo original de su rosa. Realmente sólo se antepondrían, sin seguir la línea cronológica, a Oscuridad adentro, ya que su composición fue entre este libro y los que aparecen después. Por tanto, concluimos dejarlos como un todo y no truncados entre sí.

La composición de algunos libros como tales ha sido posterior a su escritura, ya que algunos se componen de las producciones del autor en un periodo determinado, no publicándose el conjunto de poemas como libro hasta el de Cuevas —en lo sucesivo CC— o hasta nuestra edición. Es el caso de Poemas de juventud, Al dulce son de Dios, Dedicatorias y divertimientos y Oscuridad adentro. El autor nos recuerda sus inicios poéticos:

Mis primeros versos son del colegio en los años veinte. Salvo los Versos de retorno, unos impacientes principiantes del 29 cuando la Imprenta Sur rompía genialmente en Litoral, aprendí la lección de dejar dormir algún tiempo lo que escribía para que madurara y hasta los Sonetos de amor de los 40. La verdad es que no he sido un poeta abundante sino más bien tardío y escaso.[2]

Poemas de juventud contiene la selección definitiva de los primeros poemas del autor, como muestra de su producción inicial. En un principio, el autor deseaba que no se incluyera nada anterior a Ardiente jinete en nuestra edición (dijo literalmente: “Una poesía completa es eso, poesía y completa; y esos versos no son poesía ni completan nada”), pero finalmente accedió a incluirlos por tratarse de un capítulo testimonial. Contiene a su vez la selección definitiva del librito Versos de retorno, que sí se publicó como tal. Pero el conjunto del capítulo no se publicó más que, en una pequeña parte, como primero de la edición de CC.

Al dulce son de Dios se compone de todos los poemas de temática religiosa pertenecientes al periodo de 1936 a 1945. Está a caballo entre dos libros de temática totalmente distinta: Canciones y Sonetos de amor por un autor indiferente, todo sonetos de amor y publicado como libro independiente. Por tratarse de poemas de esa época, todos de temática religiosa, los reunimos bajo el mismo título que les dio el autor para CC.

Dedicatorias y divertimientos incluye todos aquellos poemas de entre 1940 y 1970 que fueron escritos a personas concretas (es el caso de las Dedicatorias) o por entretenimiento del autor, sin más propósito que el disfrute de su composición (caso de los divertimientos). No podíamos de ninguna forma, a pesar de que muchos poemas superaban cronológicamente a los del siguiente libro, Cancionero de la Casería, incluirlos aparte, ya que pertenecen temáticamente al título que se les da, y agrupan en un solo capítulo, ya de por sí doble, todos los textos de dicha índole.

Oscuridad adentro consta de todas aquellas composiciones de 1950 a 1980 que poseen una temática exclusivamente metafísica y metapoética —el poeta desgrana los motivos y dilemas de su vida y de su propia escritura— y que, por tanto, merecen un capítulo aparte. Se adopta el título del poemario “Oscuridad adentro” dedicado a Aranguren, por compendiar el sentido total del conjunto de poemas. Por razones temáticas no pueden separarse del conjunto textos de este apartado por meras razones cronológicas, que en casos como éste pesan menos.

Ante las notas finales, ofrecemos un glosario del mundo del campo, que consideramos imprescindible para la comprensión de su poesía, ya que es característico de su obra el empleo de un léxico particularmente inusual y exclusivo, no existiendo otras voces de difícil interpretación más que las pertenecientes al mundo rural y su naturaleza. Las acepciones aportadas para cada vocablo están tomadas en su mayoría de María Moliner.

En nuestra tesis doctoral se estudian y comentan en profundidad los capítulos necesarios para una mayor comprensión de la trayectoria poética y vital de Muñoz Rojas, de su retórica, de la crítica existente sobre su obra, de las perspectivas generacionales y, en fin, de todo aquello que conforma el comentario completo de su poesía[3]. Allí ofrecemos además una exhaustiva bibliografía de la obra completa del autor.

No existen en la obra de Muñoz Rojas apenas variantes significativas entre las distintas ediciones de su poesía, ya que el poeta siempre ha mantenido el criterio de que, una vez publicados, los textos no deben cambiar; a no ser que se publicara algún poema suelto en revistas durante su juventud y fueran revisados hasta su versión definitiva para la publicación del libro al que pertenecían (para la edición de CC, casi siempre). Por esta razón han permanecido inéditos numerosos libros y poemas sueltos tanto tiempo, debido a su constante revisión y corrección de manuscritos y copias, hasta que por fin, décadas después, en muchos casos, ha decidido publicarlos. Dichas variantes quedan descritas en las notas finales.

Los textos inéditos que se aportan en nuestra edición son, por orden cronológico: de Consolaciones: todos los poemas en alejandrinos excepto el último (“Sueño adentro”), que ya rescatamos en 2005. De Cancionero de la Casería las diez octavas reales (“A ti que en esta tierra consentida…”). De Lugares del corazón: “Era para los años que cumplía…”. Pero la mayor aportación de esta edición es la de numerosos textos que permanecían aislados y olvidados. Los publicados únicamente en revistas antiguas o ediciones de difícil acceso, minoritarias y/o agotadas son: De Poemas de juventud: “Caminemos, caminemos…”, “Noche de San Juan”, “Romance (Los ecos de la verbena…)”, “Madre, por la calle pasan…”, “Domingo (Ahora ya fina seda…)”, “Pastor dulce de recuerdos…”, “Muriendo ya, clavel…”, “Dingle Lañe, 1932”, “Dover, 30 de octubre de 1933”, “Amor de todas las cosas”. De Canciones: “Poema a lo divino”, “Sáficos”, “El quicio”. De Al dulce son de Dios: “Dios en el campo”. De Cancionero de la Casería: “Olivos de mis gentes, yo quisiera…” De Cantos a Rosa: “Rosa tardía” (Novísimos a Rosa). De Lugares del corazón: “Ahora que cielo, vega, mar, collado…” De Dedicatorias y divertimientos: “Verano de 1928. Antonio Machado”, “Un hombre cabal”, “Hace ya mucho tiempo que Carmeta…” “Quiero, Carmen amiga, en la blancura…”, “A este Febrero, que se equivocó y se vistió de Abril en 1966”, “Cuarenta de Abril”. Rayo sin llama (libro íntegro). De La voz que me llama: “Si me preguntas qué es sentir…”.

En 2005 realicé junto a Antonio Carvajal una selección de textos inéditos o ilocalizables (Rescoldos), que han sido ubicados en la presente edición cada uno en su correspondiente libro; los textos escogidos en verso fueron: “Sueño adentro” (último poema de la primera parte de Consolaciones, hasta ahora inédita); “A Jesús Martínez Labrador, amigo” [Dedicatorias y divertimientos], que allí aparecía bajo el título “Como tu barro”; los cinco poemas que en Oscuridad adentro aparecen bajo el título “Calma y espera” (parte 9.ª).

Por último, existe un brevísimo corpus de inéditos o textos en publicaciones sueltas (la mayoría en la revista malagueña Caracola) que, tras haber sido revisados por el autor, se han omitido en nuestra edición. Respetamos completamente su suprema decisión a este respecto. Ofrecemos por tanto la totalidad de la poesía en verso actualmente autorizada por el autor y que consideramos definitiva.

Sin desestimar las metodologías seguidas de hecho en este trabajo, no he encontrado ningún método académico que haya resultado más empírico que el de la conversación permanente, el del acercamiento real desde mi infancia a la persona que escribe, surgido de la contemplación de la tierra, de las estaciones, del instante pleno y fugaz a su lado. Ese método, sin pedirnos permiso ni a él ni a mí, ha desembocado irremediablemente en una consecuencia testimonial. Nada ha sido impuesto a una complicidad latente y creciente. Los primeros y últimos cauces de estudio sobre su poesía han sido la amistad y el tiempo detenido. De su silencio he aprendido a veces más que de sus palabras. A su poética, a su dolorido sentir, se llega andando por el campo, recogiendo nardos, rosas y fresas de su huerto. A Rosa se la encuentra uno en el aire tras unas pocas impresiones compartidas sobre la hermosura del olivar y las herrizas, en el rosal mismo o en su mano, que coge la nuestra con ternura. Su Abril se comprende paseando en abril por la sierra de la Camorra, oliendo la tierra mojada, contemplando el prodigio de la primavera en los trigales cercanos, sorprendiendo el canto del ruiseñor y celebrando la llegada de los vencejos.

Infinitas son las posibilidades de expresar todo lo aprendido desde este prisma, y sin embargo, la simple forma de un jirón de nube sobre el horizonte del eterno trigal, lo resume todo sin voz alguna. Lo entraña todo un paseo con el poeta, en la última hora de luz del verano, y “a beberse la tarde”, como él llama a dejarse caer por el angosto caminillo entre almendros y cipreses, con las sierras azules de Rute y el Torcal de fondo, alma y mirada deslizadas en la serenidad que nos aísla del mundo y a la vez nos conciba con su vertiente dichosa. Nada hay ajeno al instante, y hasta las incontables horas y años de trabajo entre estanterías y archivos, hasta el agotamiento innegable de la investigación subyacente, descansan bajo la sombra del árbol de Judas, se vuelven eco del chorro de agua sobre la alberca, obedecen de continuo al canto de las aves que retornan al oscuro silencio que se siente en aquel campo tras los grillos.

Cuando la soledad de dos almas se entrelaza y habla el mismo idioma, y ríe el corazón por el mismo costado, es posible entenderse y admirarse por encima de todo. Los desencuentros son nimios, los avatares son velados, el miedo porque nos falte el amigo a la culminación de nuestro trabajo sobre su vida y poesía, se tiñe de una fe ciega en que no nos faltará nunca. Y es joven el amigo, tenga la edad que tenga, aunque diga que cada día va muriendo un poco más, aunque asegure que lo único que hace desde que Marilu se fue es ir muriendo, y que sólo unas pocas ilusiones, como ésta, le mantienen vivo. Precisamente por su inconsciente insistencia en vivir el presente, nunca he conseguido plasmar en un diario tantos y tantos momentos que me han marcado como persona y que quizá vayan perdiéndoseme sembradas en la memoria. Porque lo necesario y real ha sido vivirlos, no escribirlos. Porque, al igual que su poesía, han nacido de la vida y vuelven a ella en continuo movimiento, en vuelo inasible.

El cuidado de la obra de Muñoz Rojas es ya para siempre responsabilidad que asumo desde la ética del amor. Ojalá, al menos, quede cumplida en esta edición, la primera parte de mi labor, por él encomendada.