Ahora que tantas cosas están perdiéndoseme,
ahora que tantas cosas están olvidándoseme,
ahora que tantas cosas aparecen en rincones perdidos,
un pañuelo olvidado, la flor aquella,
un olor, el nombre de este rostro. El nombre?
Por Dios, dónde está el nombre?
El nombre, el nombre. Tiene barba y mujer.
Me habla cariñosamente, pero sin nombre.
Seguro que es el mismo, con barba y sin nombre,
una mirada dulce y sin ponerle nombre.
Lo malo no es que se nos pierdan,
sino que no sabemos dónde se nos pierden
tantos objetos perdidos como se nos pierden;
un montón de objetos perdidos es la vida.
Y la memoria trabajando en lo oscuro,
buscando incesante, escarbando en lo oscuro,
un animalillo escarbando por dentro,
buscando por dentro. Y nada, nada.
Una mirada dulce con barba y sin nombre.
Y por fin y de pronto: se llama “Montaña”.