III

Escrita está la Historia por tus cascos,

el ritmo de los tiempos, tu galope.

Qué fuera si no fuera aquel milagro

del solo casco, aquella que dijo el poeta,

sandalia golpeante y reluciente,

cantando a Félix Randall, Herrador,

que tan bien conocía su oficio.

Galopasteis el Bering,

fuego contra los hielos galopando,

estepas infinitas aguardaban

vuestro galopar, para él se hicieron,

ofrecidas a vuestro galopar

eternas se extendían, ansiosas

del rumor de vuestros cascos

y su herida batiente.

Estepas infinitas, hierro y fuego,

carne, crujir de sillas, las estepas

avanzaban ante ellos, las empujaban

los pechos, los relinchos. Seguían

y seguían las estepas, ¿hasta dónde

si su nombre era infinito,

si lo infinito se llamaba estepa?

Furia el turbión de vuestro galope,

torrente, el alarido.

Asia sin fin, empujada sin fin

por vuestros pechos.

Atrás anchas praderas que os dieron vida,

a extinguiros ahora. Mudas quedaron.

El destino tiene quiebros extraños,

resabios del destino, siglos, siglos,

esperando vuestro retorno las praderas.

De Occidente volviendo, fue su ruta

el mar; sus jinetes, navios de Tartesos,

a poblarlas de nuevo y prestarle

corcel a Gary Cooper.

Uno de ellos, Morcillo se llamaba,

Dios lo hicieron los indios.

Como Dios lo adoraban.