Por qué no has de sangrar, piedra?
Hora es ya de que sangres, piedra.
Hora es de que te arranques los varios aparejos que te ocultan
y enseñes la sangre de la piedra.
Vas entre crecidas tumbas y desiguales apariciones,
dejándote enterrar y arrebatar los dones que se te dieron.
Entregas por rescate tu respeto
y tus días por monedas de menosprecio,
la hermosura a los traficantes de las esquinas
y la luz que te fue dada a sus ventoleras.
Hora es ya de que entregues,
viandante de la noche, la luz a quien sepa llevarla.
Mira cuánto amor has dejado en las piedras.
Así ni canto ni agua vendrán a tus labios.
Si no enciendes la verdad,
¿cómo quieres que la tiniebla no se alargue?
Sacude los huesos y dile al pájaro
que vuelva a tus labios y cante.
Sin canto no hay silencio donde crecer.
Yo tiemblo, y le digo a la encina florecida:
¿De dónde sacas la esperanza?
Se me queda la alegría entre los cambrones
y la compasión no crece como debiera
ni la piedad usa mi corazón para derramarse.
Arrojado de mí por los caminos,
sin habitación para el decoro, ¿qué ángel
elegirá este aire para su vuelo?
¿Qué cardo para crecer,
si falta compasión para las raíces
y en el aire aparecen señales
de aquella a la que sólo una vez se conoce?
La diversidad de escarchas es grande
y los mantos de la noche cobertores de miedos antiguos.
La luz usa lenguas diferentes, y lo que late silencios varios.
Así el pájaro canta sobre la rama eterna,
y el año que las violetas no asoman, un hueco en el aire advierte su ausencia
y nos quedamos en el jardín esperando.
El tiempo de la consumación se presenta bajo especies diversas
y la llamada pide al corazón que se entregue.
Vuelvo a los locos pájaros de la noche;
su solicitud turba los caminos de mi sueño,
la arrebatada vuelta al calor no tiene límites
ni la prontitud con que los fantasmas nos cercan
con toda forma de perversión, y su deslizamiento
sobre la conciencia nos deja sin contemplaciones.
Y sin contemplación no hay soledad que nos salve.
Los nombres claman. Los nombres de la piedra y la esperanza
de nuevo se aúnan para consumar una continuación
por la que el pájaro se pregunta:
¿Por qué? Si lo único es el canto y no suena,
si el vuelo está en el aire y no se advierte,
si la suma de la tristeza es piedra, y piedra el canto.
Por eso lo que se llama esperanza
no responde a las posibilidades de la piedra
y el nombre de la misericordia se reserva para la piedra
y las aproximaciones de la paz se rodean de murallas.
Y eso entre tantos pájaros como presiente la primavera.
¿De dónde vienes? ¿Por dónde pasas y penetras?
Me tienes en los entresijos de tu dulzura
e, inhábil para los oficios que me corresponden,
quiero que me desates y me entregues a tus ministerios.
Tu misterio, al que me unes y en el que me acoges,
dice dentro de mí que las posibilidades de la piedra
en la ternura y la extensión de la paz y las profundidades
de la misericordia, unidos a tanta hermosura
como crece en el monte y se lleva el río,
no son países olvidados sino ofrecidos.
El amor adopta a veces forma de rescoldo;
por un soplo de la noche nos enciende,
nos hunde en su tristeza. Desde el principio
fue silencio su ministerio y transcurrió por el misterio
sin dar señales de revelación más que cuando
lo llamaron ciertos pájaros,
los pocos que en el mundo ha habido,
y lo pusieron de manifiesto con su canto.
No es arena lo que me pesa en las manos
sino la falta de esperanza.
Las dehesas de la misericordia no agostan sus pastos.
Crece innumerablemente la misericordia en las dehesas del mundo
y alimenta la esperanza la mina secreta de la seguridad.
Todo se sabe y espera. El corazón está como un latido
y una disposición continua clama por el postigo
donde el pájaro hallará su huida a la luz.
Tú déjalo. Tú no sabes nada.
Todo lo más te tocan en el hombro.
Si la que esperas no está,
si a la de que te hablan no la entiendes,
si a la que llamas no responde,
señal de que la tierra no olvida,
señal de que la voz es cierta.
Es lástima que te cierres.
La alegría tiene ser de hierba
y está oculta y crece
y la lluvia está ligada a la esperanza.
La piedra existe.
Si a lo que no entiendes lo llamas pena
y a lo que te sacude lo llamas dolor
y no sabes nada de sementera,
hay mil modos de escuchar,
pocos de decir.
La voz tiene una palabra
y no suena si no está transida por el misterio.
Entre la bruma estás, más querida entre la bruma.
¿Cómo al cabo de la separación
ibas a retornar entre la bruma
a traerme una palabra que habías
dicho hace cuánto, dónde,
pero que has dicho pensando
que yo ahora y aquí iba a oírte[129]
sin perder un ápice de su dulzura,
trayéndome, como el viento a la primavera,
las mil señales de tu ternura antigua,
aquella mirada donde yo veía los cielos más azules
y la caricia de una mano donde yo compendiaba la delicia de
Amiga, cuando la luz comienza a caer
y el camino se entrevera de melancolía,
¡cómo penetran y nos abren los entresijos
las raíces del querer que no muere,
las rejas del recuerdo que abren el surco a la esperanza,
y los pájaros llenan el aire de una canción
que hemos esperado toda la vida
y que ahora, a la postre, suena como nunca y nos calienta!