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OSCURIDAD ADENTRO

A José Luis L. Aranguren[126]

Las palabras tienen sentido

o no tienen sentido.

Hay, sí, como el reflujo de algo

que interiormente

llama y vuelve a llamar,

se silencia y queda en silencio.

La estela no tiene más que nombre,

la profundidad no se ve a sí misma,

el temor no cesa, y excava,

se adelgaza la esperanza por la que vivimos.

Señor, no toques más, deja.

El corazón teme mucho;

los rostros de los hombres cada vez

muestran más largos caminos

y más dolientes, y recorrerlos

es andar por la decepción y la angustia.

No es lo que te quiero decir

lo que te quiero decir.

En todo caso temo no tener

lo que tengo.

Temo no saber

lo que sé.

Temo no morir

lo suficiente, o morir

demasiado.

En todo caso las formas

suelen prestarse al engaño,

y descansar no viene mal

tras un largo camino.

En todo caso al andar

parece que quedan atrás cosas

y que otras cosas se presentan delante

y al hablar parece que los mundos

salen de nuestra boca

y que[127] las pompas las pincha un niño distraído.

Si sabes lo que quiero decir,

si te clavas en la esperanza y murmuras,

si por fin ves la hermosura clamada,

si haces carne de esta esperanza,

palabra de este aliento,

hermosura de esta esperanza,

¡oh hermano, hermano!, deja que vayamos juntos.

Entre la decepción y la esperanza,

entre la hermosura y la realidad,

entre la carne y el deseo,

entre la hoja y la tierra,

entre el aire de la hermosura y la esperanza

y los corceles del corazón

y los aludes del corazón, corazón abajo,

enterrándolo todo,

entre el recuerdo y sus testimonios,

la silla donde se sentaba, las dulces prendas que sabes,

entre el vivir y el no vivir

está la misma muerte, pero el hombre

es también decepción.

De modo que los hombres

tienen el hacha pero no el árbol,

tienen la mano pero no el fruto,

el temor pero no la gloria,

el andar pero no el llegar,

y ni el comienzo, ni el fin,

ni el descanso, ni la nada.

Sólo el empujón y el aire

hacia el fruto y el temor y la gloria.

Temo ir demasiado lejos

cuando no acabo de empezar a moverme.

Temo entrar aquí dentro

cuando de aquí dentro no he comenzado a salir.

Espero manejar estas herramientas

cuando no me dieron herramientas ningunas.

Me dicen que haga esto o aquello,

que cante el arroyo o la tarde,

que diga primavera o mejilla o temblor,

que abra los ojos y contemple,

que los cierre y vuelva a contemplar,

que me eche al mundo y sus regocijos,

y nada encuentro de lo que dicen

más que un humo en las manos,

un rastro de lo que dicen

mientras suena sin parar un eco,

mientras tiembla sin temblar la rama,

mientras espera sin esperanza el temblor.

Me digo: Vámonos de todo esto, y me voy

efectivamente, adiós, me voy,

miles de ansias lejos,

miles de temores lejos,

miles de ausencias lejos

para decir por fin y cerrar los ojos

y abrir los ojos y encontrar

que no hay miles

de ansias, ni de temores, ni de números

y que estoy donde estaba,

ni sé si esto se mueve, como dicen

que algo se mueve.

A veces digo: Ya está,

con lo que quiero significar sosiego,

bien, en su sitio todo, el rumor

pendiente de la hoja, la hoja

pendiente del aire, el arroyo

por su pendiente, el cantar

por su labio, la alegría

por su agua, la ternura

por su carne, la esperanza

por su cielo, la hermosura

por su alma, la limpieza

por sus lustres, la libertad

por sus comienzos.

Y torno la vista, y nada

está, y me vuelvo a decir:

¡Si hace un momento estaba

donde tenía que estar, y lo llamaba

y me respondía lo que me tenía que responder,

y cantaba lo que tenía que cantar!;

y cuando iba a decirle una palabra

la tuve que inventar porque no la encontraba;

cuando tuve a punto la palabra

como una cierva en un arroyo,

había saltado como una cierva de mi vista;

y ni siquiera me quedé solo para poder decir

que la recordaba, porque seguía allí

el hecho mismo, pero de otra manera, y dolía

como una espina secreta que no se puede sacar,

como un remordimiento que se mete corazón adentro,

que vive de nosotros y es nuestro dolor mismo.