Sonaba el agua fresca del arroyo
y los veranos se quedaban en lo hondo
de la vega, y arriba, por la sierra,
tantos airecillos venían
con tantos olores, cuyos nombres
todavía nos refrescan el alma.
Y ahora, inevitablemente,
duramente, indiferentemente,
aquello es sólo niebla en la memoria,
tela para la araña del recuerdo,
colgada por un hilo que se afina
irremediablemente.