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ESPEJO INTERIOR

A lo de siempre vuelvo desde siempre:

a la mano primera y a la casa,

al mayo de celindos y gayombas,

a las ruedas del tiempo en los umbrales

tras la paz albergada, a aquellos ojos

de ternura conmigo, a los silencios

escogidos.

El corredor de losas relucientes,

la escalera subiendo a la ventura

del sabido calor, y los serones

de la Alhajuela[120] rebosando frutos.

Y luego mayo, loco en la Ribera,

los ruiseñores locos en el huerto

de Perea, cantando locos mientras, lentas,

las ruedas del trabajo y de la lana

las aguas de la sierra iban moviendo

bajo murallas nobles.

Los ojos, aves locas, se escapaban

en vuelos de miradas, al prodigio

del agua y de la rueda, a los olores

de gayomba y culantro, a los colores

de malvas y amapolas, a los vencejos

zurciendo en el azul blancos retazos.

¡Oh este espejo interior, donde aparece

el de hoy, el de ayer, el siempre niño!