EN MEMORIA DE A. JAMESON

Storrington es un pueblecito de Sussex,

condado, como es sabido, del sur de Inglaterra.

En la calle del Oeste hay una casa pequeña

—cottage dicen allí—, Twitten Cottage es su nombre,

de pedernal y ladrillo como es uso en el país,

un par de salitas abajo y otro par de dormitorios arriba,

más los servicios y un jardincillo trasero que, a la primavera,

se embellece con unos anémones temblorosos.

Storrington es un pueblecito de no sé cuántas casas,

habitado por no sé cuántas gentes.

Hasta ahora Storrington no tenía para mí más que una casa,

la casa, un habitante,

mi corazón, un amigo.

De vez en cuando el corazón se me iba a Storrington,

llamaba a la puerta,

abría la ternura de unos ojos,

le recibía una voz amiga.

Y así muchas veces, cansado de esto y de lo otro,

cansado de mi corazón,

echaba mi corazón a volar, camino de Storrington,

y dejaba que su latido golpease la puerta amiga.

Hoy, un portazo grande ha cerrado esa puerta,

y aquí tengo a mi corazón para siempre en la calle

de este Storrington para siempre deshabitado,

y he de levantar dentro de mí la casita de pedernal y ladrillo,

pena a pedernal, ladrillo a pena,

y encender en mis ojos la llamita de aquellos,

y contestar con mi voz a su voz.

Dios, no nos dejes tan solos con los que se nos van,

acompáñanos con ellos, que vengan y nos sostengan.

Acompáñate de ellos para acompañarnos.

Se nos rompe la soledad sin ellos.

Nos deja solos la soledad sin ellos.

Nos dejas solos de ti sin ellos.

Ellos, los amigos, son tu camino,

que ahora me cierras llevándote al amigo.

Tenlo, Señor, contigo. Tráenoslo contigo a esta soledad.