I

Rosa, mi Rosa, ¿por qué[84] de pronto

y de nuevo me llamas? ¿Me llamas

o respondes? ¿Dónde has andado

desde entonces? Decirte que aquí sigo

lo mismo, el mismo. Nadie sabe

nada de eso, de lo mismo que siempre

ni de siempre, ni ese todavía colgando

todavía. Sólo tú, Rosa, tienes

la sabiduría de las ignorancias

que son al fin y al cabo, por acabar,

las sabidurías supremas, esas

como las tuyas que lo saben todo.