Acaso, Rosa, te he esperado tanto
que tengo, de esperarte, las raíces
del esperar tan secas que da miedo.
Acaso, Rosa, no existiese nunca.
(Y decirlo es morirme poco a poco,
mientras lo voy diciendo.)
Rosa, Rosa.
Lo digo sólo por saberme vivo,
oler a casa propia y bien templada,
saber que muerte y que quedarse solo
nada tienen que ver.
Dios de las rosas,
¡qué hermosura de nombres derramaste
para consuelo de los pobres hombres,
sólo por la virtud tuya capaces
de decir: esta Rosa. Y sean jardines!