Le dije: Ven aquí. Te quiero, Rosa.
Mira los tilos, mira las gayombas
volcándose en el aire. Tú no sabes
lo que se siente cuando se derrama
un tilo en las espaldas. Quien no tenga
una mano al alcance cuando cae,
dulce y lenta, la lluvia de los tilos,
perecerá. Entonces ella dijo:
¿Qué sabes tú de muerte ni dulzura?