XVII

Le dije: Ven aquí. Te quiero, Rosa.

Mira los tilos, mira las gayombas

volcándose en el aire. Tú no sabes

lo que se siente cuando se derrama

un tilo en las espaldas. Quien no tenga

una mano al alcance cuando cae,

dulce y lenta, la lluvia de los tilos,

perecerá. Entonces ella dijo:

¿Qué sabes tú de muerte ni dulzura?