A ti que en esta tierra consentida[71]
con el sudor de tanta noble frente,
de tanta vieja mano endurecida,
de tanto surco fiel y diligente,
tanta sangre gastada y tanta vida
como en ella ha dejado nuestra gente,
te entregas a lo hermoso y a lo eterno
de la labor del campo y su gobierno,
te va mi verso en el amor nacido
y en el aire del campo descuidado,
a tierra, lluvia y sol agradecido
como a la piedra viva el lirio alado,
o el almendro en febrero florecido
contra la oscura encina del vallado,
y un poco del temblor de la hermosura
regalarte quisiera, en tu ventura.
Que por abril ya esté la flor menuda
colgándole al olivo gris y leve,
y que ningún mal viento la sacuda
ni tardo hielo te la merme aleve;
por agosto la rama venza ruda
y en fruto convertido te lo lleve:
hinche el troje y reviente en el molino
cuando empieza a cantar el estornino.
Estallen los granados con su fruto
abierta en par la risa de su boca,
y que llegado mayo para el bruto
no sea la yerba de tus campos poca;
salte la liebre a tu lebrel astuto,
resude para ti mieles la roca,
y el semental al vientre de tus yeguas
para la primavera no dé treguas.
Que te zureen a coro las palomas
y te llenen de paz tus palomares;
y la tendida viña de tus lomas
haga correr el vino en tus lagares;
suave el aire llenen los aromas
de la flor que se cuaja en tus habares.
Rinda a la viga en el granero el grano
al rematar la era en el verano.
Vístanse tus herrizas de hermosura
y tiemble de chaparros y coscojas;
por primavera la corteza dura,
los ramajes, los troncos y las hojas;
amarillee la aulaga de ternura:
sierras azules y campiñas rojas
emparejen piaras y rebaños
en número y ventura con tus años.
Acabada la ronda de las eras
rómpale al campo tu braván los pechos,
ordene las sequizas rastrojeras
en largos surcos, hondos y derechos.
Otoño coronado en sementeras,
en montes, olivares y barbechos
esparza delicado y silencioso
paz en el aire y en la luz reposo.
Acaricie la espiga los estribos
cuando rompan las mieses como mares
los nobles pechos y los cascos vivos
de tu yegua y le laman los ijares.
Quiebre la dura paz de los olivos
y suspenda a barbechos y encinares,
la estela que se abre de alegría
en el aire ladrando, tu jauría.
Venga dispuesta en forma la abundancia
que, ala del corazón, no peso sea,
y en invierno los muros de tu estancia
alegre el fuego de tu chimenea,
y ese bien que se guarda y no se enrancia
te tenga el alma y que tu ojo vea
crecer el árbol que plantó tu mano,
y su sombra te guarde en el verano.
Que este temblor de sierras en el fondo
por la tarde, entre azules y moradas,
que cercan maternales en redondo
verdes olivos, tierras coloradas
y nos llegan al alma en lo más hondo,
siempre tengan tus ojos reflejadas,
y su paz que se acrece y no se posa
viva en tu corazón como una rosa.