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SEGADORA

De azul y blanco, blanco y colorado,

la muerte nos acecha

a nosotras, las hijas del arado,

que hacemos la cosecha.

Las mil y mil espigas en que el viento

largo se complacía

cuando —“¡A jugar al mar con movimiento,

espigas!”, nos decía.

“A las olas, las olas, a las olas,

una sola es la brisa,

unas las horas de la dicha solas:

¡A gozarlas deprisa!”

Para eso las lluvias, las heladas,

el surco recogido,

para correr las horas desatadas

a galope tendido,

en tanto el verde de la vida dura,

antes que el amarillo

haga de vuestra carne mies madura[66]

y la entregue al cuchillo.

Ya están las lonas listas, y las aspas

esperando el momento:

“¡Ay, nuestros tallos finos, nuestras raspas

donde se echaba el viento!”

Ya os llaman a los filos y a los dientes,

¡ay, Dios, de brisa a brisa!

Un corte en las gargantas obedientes:

la muerte tiene prisa.

De una en una las aspas traicioneras,

¡ay, Dios, nuestras cabezas,

amadas de las brisas volanderas,

sobre las lonas tiesas!