VIII

Y esta casa tan bella!

Cuando vengo de lejos

a caballo, entre olivos,

me parece a lo lejos

un barco en estos mares

de olivos[65], empujado

por olas de olivares,

llevando aquello que

más amo. Al fondo, ¿sierras,

nubes? ¿Qué pueblos

por las sierras prendidos,

al filo de las lomas?

Cortijos y olivares

y olivares y más

olivares…

Ahora, por febrero,

se pone tierno el campo.

Da miedo de rozarlo.

Yo voy con el caballo,

perdido. Me parece

que están viendo este campo

por mis ojos, los ojos

que hoy duermen. Me parece

que están viendo este campo

por mis ojos, los ojos

aún no abiertos. Está

el campo como el ojo

de un niño, reflejando

tanta belleza sin

saberlo. Temblamos,

no se rompa el espejo,

inmenso temblador

del campo, por febrero.

Siempre me asomo al viso

desde donde columbro

la campiña a lo lejos.

Olivares y olivos

y cortijos de nombres

que han estado, de siempre,

sonando en mis oídos:

La Deleitosa, El Duende…

La dura tierra arada,

la dulce tierra uncida

al hombre, haciendo yunta

por siempre.

Luego

vengo despacio. Dejo

las riendas sueltas. Siempre

está la casa hermosa,

bogadora entre olivos.

Y dentro de la casa

los que amo.

Si llego,

se me cuelgan, lo mismo

que un collar de dulzura

que pesa alegremente.