Oh fuego, en mi piel brillante prisionero!
El ojo ardiendo y el ollar hinchado,
nerviosa el anca sobre el bien plantado
casco, y la crin lo mismo que el acero.
¿Qué saeta en qué arco, ni qué arquero
a qué blanco distante te ha lanzado?
¿Qué ardiente nube, qué soliviantado
río fue igual a tu arrebato fiero?
Soñando prados, en tu vientre hermoso
un potro llevas, del que el viento espera
de un hijo sin razones las hazañas.
Hijo es de aquel caballo que amoroso
te cabalgó al llegar la primavera
y te dejó encendidas las entrañas.