Sierra de piedra y sin agua,

cuatro matagallos secos,

cuatro encinas destrozadas.

Entre los olivos,

blanco entre lo verde,

solo aquel cortijo.

Y cuando llega febrero,

una procesión de lirios

que retumba floreciendo.

¡Ay olivar, olivar!,

que lo mismo que vas, vienes;

lo mismo vienes que vas.

Olor a ramón quemado,

mi[61] cuerpecito arrecido

y yo sin tenerte al lado.

Ay, barcos de los cortijos

anclados en estos mares

cuajados de los olivos!

Los míos son verdes mares

plantados en tierra firme

y navegando sin aire.