II

A Ángel Caffarena

Dicen que la soledad,

dicen que la compañía.

Todo es uno y nada más.

La mano, paloma, dame,

andando dentro de mí,

perdido sin encontrarme.

Eso es cosa de la edad,

irse dando trompicones

de pena en perplejidad.

Encinas del alma mía,

que me arrancaban el alma

al arrancaros sentía.

Ponientes dentro del alma,

tardes de julio encendidas,

ya para siempre apagadas.

Que seguís estando ardiendo

tras vuestras sombras perdidas,

por mi corazón adentro.

Pasan las nostalgias, sombras,

que por mucho que me escondo,

nunca me dejan a solas.

No supe lo que decía

cuando tuve la ocurrencia

de decir que te quería.

Nadie sabe las palabras

que caben en un silencio.

Silencio: lengua del alma.

Con sólo estarte mirando

te estoy diciendo las cosas

que por sabidas me callo.

Miradas, voces del alma,

con sólo mirarte digo

lo que no dicen palabras.

Aves que van y que vienen

de mis ojos a los tuyos,

de los tuyos nunca vuelven.

Por la sierra, por el llano,

déle Dios, cuando estén cerca

del agua, sed a mis labios.

Y agua cuando tengan sed,

y a mis ojos déles muerte

si no te vuelven a ver.