Bajaban los almendros

las cañadas. Venían

lentos, con la dulzura

de la flor, ¡tan cargados

y tan ligeros! ¡Oh, ingrávido

su pie, sobre la tierra

cubierta con los pétalos

caídos!

En las piedras

reclinada la flor.

Estaba muy hermoso

el campo, y un río

pausado de belleza

parecía.

Posible,

como la flor ingrávida

del almendro, la dicha.