Amaba aquellas nubes

y aquellos campos verdes

y las colinas y los setos

y los árboles altos,

y aquellas rocas blancas

donde el mar se estrellaba.

Y campanas y pájaros

negros sobre los olmos,

y una paz y una luz

que no cegaba, echada

más bien sobre los campos,

como el verde y las vacas

enormes.

Por febrero,

los prados de alazores

tras las murallas nobles

hervían junto al río.

Aquello todo, hoy

se me ha vuelto campanas

lejanísimas dentro,

rescoldo entre cenizas,

colinas verdes, olmos

donde la paz se echaba,

igual que el verde, mansa.