De niño, muchas veces[50]

me acompañabas. Tenías

tus rincones, tus tiempos.

Todo era hermoso. Íbamos

a jugar. Otros niños

venían, y eran gritos

en el jardín, colgados

sobre las flores; era

como un festón de júbilo

sobre la casa. Luego,

de pronto, sin saberlo,

nos cogía la garganta

y oscurecía el patio

igual que ahora. Aún

no acerté con el nombre

pero sí con las manos,

duras, en la garganta.