II

Ya no sé desear más que la vida,

porque entre las victorias de la muerte

nunca tendrá la grande de tenerte

como una de las suyas merecida.

Y porque, más que a venda y más que a herida,

está mi carne viva con quererte

e, igual mi corazón que un peso inerte,

halla su gravedad en tu medida.

¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,

ni en el pecho, la vena o la palabra,

y a lo mejor en valle, fuente o roca!

¡Corazón prisionero y emigrado

que con cada latido el hierro labra

y que convierte en sueño cuanto toca!