III

Suelta la luz al mundo: los arroyos la esperan.

Está tu corazón a tu puerta sentado,

y a la puerta del mundo está nuestra aliada.

Ya gozo y esperanza tienen un nombre solo,

y un lenguaje los lentos sisones que en su vuelo

van escribiendo paz sobre el campo tendido,

en víspera de júbilo, con una pluma lenta.

Se irán las avefrías, y las aves guiadoras

de las tórtolas dulces harán susurro el campo,

mientras la jarastepa con sus cinco palabras

pronuncia a la belleza su himno silencioso

y la flor de la encina se enciende suavemente

y la alondra, del hilo de su canto, remonta

y remonta y remonta el azul sin resquicio.

¡Ay, qué dulce la tierra a la reja y la planta!

¡Qué vados a la dicha por los ríos del mundo!

¡Qué sutilmente el aire enternece las sierras

y borra las paredes entre el pecho y la dicha

y encomienda a los ojos su misión de ternura

dibujando las formas de lo bello por todo,

sumergiendo las almas en las aguas eternas

donde belleza y ser se sienten hermanados!

¡Oh tu amor en mi alma, qué siembra de ventura!

Voy por los pegujales que a ti sola se deben

y que a mi andar revelan su júbilo en murmullos

cargados y oscilantes, listos a la delicia.

Voy con mi corazón asomado a las cosas

como si fuera andando por el mar sin saberlo,

y te encuentro en las cosas prolongada en dulzura,

las formas de tu gracia resonando en lo oscuro.

Me torno a los olores del romero o la rosa

y luego es simplemente tu llamada en mi hombro.

Me vuelvo a los murmullos de la ola o la espiga

y luego es simplemente tu voz que me persigue.

Soñar la libertad es vivir en tus muros;

ser aire es apretar los pies contra la tierra

amante, donde arraigo todos mis pensamientos:

cantar es simplemente soñar que voy contigo

recorriendo los gozos que siembras a mi paso.