I

Con tu amor has llamado a mis puertas cerradas:

en la noche han venido tus nudillos tenaces

a pedir en mi fuego un lugar a tus manos.

Con tu voz encendida en los labios temblando

has venido a ofrecerme tu riqueza sin arcas,

un espejo en que ver la hermosura del mundo,

un mar en que perderme y un cielo en que vigilen

las estrellas tranquilas de tu dulce desvelo.

¡Oh estío con sus fuentes!, ¿cómo negarte asilo

cuando me traes repletas las noches de esperanza

y las jornadas ricas de hermosura y descanso,

bajo la siempre sombra de tu mirada ardiente?

¡Oh estío sin descanso con riberas a mares

que sólo por contar tu hermosura persisten

en llegarse a mojar las playas de la tierra!

¡Oh estío con albercas de paz donde extenderse

y entregar a su sueño de libertad los miembros,

con campos de sosiego donde horas y espigas

tienen el mismo son de música abundante,

y donde los recuerdos nos lamen los costados

y van adelantadas las sueltas esperanzas

lo mismo que lebreles tras la presa segura!

¡Oh octubre que a mi paso me ofreces tus laderas

donde bullen los pámpanos, y la dulzura advierte

que el nombre de tus manos es reposo y silencio!

¡Oh dulcísimo otoño, que con lengua de luces

que tan quietas se extienden[43], nos dices que la tierra

nos aguarda y recibe lo mismo que a semilla

para luego tornarnos en gloria nueva alzados!

¡Oh otoño que disfrazas la muerte de belleza

(en tus brazos la muerte ¡qué puente de ventura!)

y tornas deslumbrante la hoja que no aguarda

más que un signo de viento para hacer el viaje!

¡Oh laderas de octubre tus dorados cabellos!

Como el otoño doras la ausencia de alegría,

¡qué redonda alegría no tenerte y sentirte,

reconocerte en cosas lejanas que no has visto,

verte saltar en otras hermanas en belleza,

amantísimas cosas que de lejos te siguen!

¡Oh primavera joven, con ternuras, con brisas

todavía por febrero[44], que llegan a la sangre

convocando delicias secretas que el invierno

había lento sellado con su pie y aspereza,

sacando frescos gozos de lo hondo de la entraña,

estableciendo puentes entre júbilos varios,

atando nuestra voz a la voz de las aves

y nuestra sangre ansiosa de la sangre que sube

y nuestros pies amantes de la tierra que pisan,

lo mismo que el cabello del rapaz vientecillo

o las hojas primeras de la luz del crepúsculo!

¡Oh invierno de violetas y de tardes desnudas

que deja a la belleza dos ramas afiladas

con que pueda expresarse y dar su norma al mundo,

de cantos de retorno entre luces dudosas

cuando la luz se sale riente a recibirnos,

y de llamas alegres en las noches oscuras,

que con su lengua abren un camino al misterio!

¡Oh invierno a mediodía, la paz de tu presencia!

¡Oh estación de mi vida y lugar de mis gozos,

ternuras como ríos y amores como mares,

deseos como llamas y llanos de sosiego,

sendas a la ventura dondequiera trazadas,

valles donde los céspedes a las espaldas urgen,

donde arroyos limpísimos a los miembros invitan,

y sin usura sombra los árboles nos prestan!

A tu puerto seguro, a tu soto de bienes

encamino mis firmes pensamientos amantes:

te rodean como mieses con susurro de mayos,

de alborozo que el viento le arranca a las espigas.

Porque te tengo, tengo la riqueza del mundo,

un espejo sin mancha en que ver la belleza,

una nave en que embarque mis ansias, y mis ojos

satisfagan su hambre de infinito en hartura,

un compás que me apunte los derroteros fijos

donde la eternidad con su mugido clama.

Frontera de lo eterno, tu medida acompasa

espacios y universos, lo mismo que un deseo

recorre en un galope la curva de la tierra.

Invisible y tenaz, por tu propio milagro

anudas los distintos confines, y estremeces

los montes alejados, si por ellos suspiras,

o encabritas los ríos soberbios, si sencillo

como un puente, les tiendes tus miradas serenas.

Expresión de la tierra y lengua de lo bello,

por eso lo creado como un perro te ronda

y se presta a las formas que resalten tu gracia.

Asomado a las aguas sin rizo de tus ojos,

¡cuántos peces de dicha he visto discurriendo

de tu alma a mi alma, sin que traspongan linde!

¡Cuántos vuelos de júbilo he visto dibujados

y qué duro cimiento al amor le he sentido!

Rocas y tempestades, suspiros y cadenas,

que revienten los mares y los vientos se cuajen

y arrastren a las sierras en vilo los arroyos,

este duro cimiento, como un cabello fino,

seguirá su mensaje de amor a lo creado,

proclamándose eterno, hermano de lo eterno.