Si siquiera el celindo, si siquiera

la madreselva aquella que se vía

en ti tan natural, que parecía

como una flor de más que en ti creciera.

O aquella jarablanca prisionera

del viento, que a llevársela venía,

o aquella jarastepa que lucía

su color, por decirte compañera.

O la sierra asperísima y hermosa

asomándose al valle, donde al río

la ciudad lentamente rodeaba

con una libertad tan amorosa

que con ella perdía su albedrío

y a sus aguas entera se entregaba.