EL CALVARIO[31]

¡Qué tristes están los cielos!,

¡qué duros son los collados!

No llevan agua los ríos,

no llevan las voces cantos,

no llevan los mares olas,

no llevan los cielos astros.

¿Qué voz gime, qué voz llora?

¿A quién llevan caminando?

Jerusalén, llora, llora,

Jerusalén, tu pecado.

El lirio en forma de lirio,

la rosa en forma de llanto,

y son las calles las penas

y cada dolor un paso

y cada paso una muerte

y cada muerte un pecado.

¡Ay, el lirio de Judea

con la cruz sobre los brazos!

Las fuerzas, que tiene pocas,

no pueden con lo cargado.

Pesa la cruz, pesa el mundo

sobre unos hombros tan flacos.

¿Quién es aquel caballero

a quien le mandan recado?

Le dicen el Cirineo,

le dicen que le eche mano;

les dice que va de prisa,

que le esperan hoy temprano.

Le dicen que no lo esperen,

y que le ayude a llevarlo

el madero aquel al monte

que llaman Monte Calvario.

¿Cómo un lirio, cómo un lirio

puede llevar peso tanto,

pena a pena, mundo a mundo,

muerte a muerte, paso a paso,

sobre pétalos y hombros,

un madero tan pesado?

¿Quién[32] son aquellas mujeres

que vienen a consolarlo,

y quién consuela a las rosas

cuando las han deshojado,

y quién consuela a las piedras

cuando se quiebran en llanto?

Hijas de Jerusalén

—ha salido el lirio hablando—,

no lloréis por mí, llorad

por lo que tenéis cercano.

Tiempos vendrán en que digan:

“Vientres bienaventurados

los que nunca concibieron,

pechos que no amamantaron”.

Cuando dirán a los cielos

y dirán a los collados:

“Sobre nosotros caed,

sobre nosotros volcaos,

si han cortado el leño verde,

¿qué harán con el leño árido?”

Siguen, suben, suben, llegan.

¡Oh montecillo nombrado

sobre cuya cumbre rala

tres árboles han plantado!,

donde no creció la aulaga,

lenguazas ni jaramagos,

monte de nunca sin fuente,

cielo de siempre sin pájaros;

¡oh, qué bosques y qué fuentes!:

Hombres, venid a quedaros;

venid, hombres, a beber

de estos arroyuelos claros.

Ya lo cogen, ya le arrancan

sus vestidos a pedazos;

ya lo cogen, ya lo tienden

en el lecho preparado.

¡Cómo gimen los martillos!

¡Cómo se adentran los clavos!

Ya levantan el madero,

ya gime del peso el palo,

ya se desgarra el pellejo,

las rodillas se doblaron.

Montañas, mares, abismos:

temblad, moveos, alzaos;

gima la ola y la madera,

gima el ciervo en esos campos,

la rueda se pare, quede

fijo en el surco el arado.

Entre dos facinerosos

ya me lo han crucificado,

y sale una voz y clama;

va diciendo: “¡Perdonadlos!”

Ya los vestidos se juegan

sobre la tierra a los dados;

al que le toca, los vende

por menos de cuatro cuartos.

Ya le reprenden y dicen:

“¡Que se salve el que ha salvado!

¿Milagros, y no por casa?

¡Por casa quiero milagros!”

“¡Oh buen Rey de los Judíos!,

si puedes salvarte, hazlo,

que luego es tarde —le dice

aquel del siniestro lado—;

sálvate a ti si eres Cristo,

y ya a nosotros de paso”.

Y el otro le respondía:

“A éste sin culpa han colgado,

y nosotros, mal que hicimos,

con mal aquí lo pagamos.

Señor que tienes un reino,

acuérdate de mí, entrando".

Y una voz de lejos viene,

una voz viene, un halago

del aire diciendo: "Hoy

lo gozarás a mi lado".