EL CRISTO DE VELÁZQUEZ

Inmóvil y perfecto, estás clavado.

Nuestra mortal angustia se estremece

cuando ni sombra de dolor parece

donde todo el dolor se ha consumado.

Grita, Señor. Retuércete. ¿El costado

no atravesó una lanza? ¿No te mece

el dolor en su cuna? ¿Qué flor crece

en tu frente, que así te ha coronado?

¿No es tu sangre de hombre la que vierte

el cuerpo, ni sudor el que derramas,

ni peso humano el que te tiene inerte?

¿Por qué, entonces, Señor, hombre, no clamas?

¿O es que te tiene en pie frente a la muerte

la fuerza de lo mucho que nos amas?