Inmóvil y perfecto, estás clavado.
Nuestra mortal angustia se estremece
cuando ni sombra de dolor parece
donde todo el dolor se ha consumado.
Grita, Señor. Retuércete. ¿El costado
no atravesó una lanza? ¿No te mece
el dolor en su cuna? ¿Qué flor crece
en tu frente, que así te ha coronado?
¿No es tu sangre de hombre la que vierte
el cuerpo, ni sudor el que derramas,
ni peso humano el que te tiene inerte?
¿Por qué, entonces, Señor, hombre, no clamas?
¿O es que te tiene en pie frente a la muerte
la fuerza de lo mucho que nos amas?