QUAERE INTUS

Y la Voz, y la Voz más fuerte es la que nos dice:

“En ti mismo”.

Y tornar sobre mí mismo es encontrarme

con esto que quieren conocer los que me aman

y desconocer los que me aborrecen y que sólo tú conoces.

Pero, Señor, es grito lo que quiero darte,

y con llanto como mejor te oigo,

con llanto tienen las palabras claridad de diamantes,

con llanto tu luz es transparente:

Señor, es contigo con quien yo quiero estar.

Mas, ¿dónde te hallas, Señor?

¿Qué no respira con placer en la Naturaleza,

cuando andamos por el campo en una dulce tarde de otoño,

en que tan lueñemente se desarrollan las encinas

frente a las sierras hondas,

en que sentimos que la paz y el temblor que están fuera,

borrada la pared que los separa, los tenemos dentro;

en que salimos de la angustia del latido,

de la batalla sin cesar del corazón,

para hallarnos en un reino sin miedos?

Desaparece el peso y triunfa el ala.

Nos suspende un pensamiento de alegría.

Nos dice: “¡Qué hermoso cielo tienes dentro! ¡Qué luz!”

Diciéndonos: “No hay diferencia entre ese bello exterior

y esta masa de arterias que apenas conocemos,

y visceras cuya misma idea nos espanta,

que todo es lo mismo, porque las paredes no existen,

y la única fórmula es el aire, la dicha”.